No porque a una pera le ponga el nombre de manzana, comienza a ser manzana. No porque a un ingeniero le ponga el nombre de médico, comienza a ser médico. No porque a el azúcar le ponga nombre de sal, comienza a ser sal” … Podría seguir parafraseando infinitamente sobre las posibles analogías que, tentativamente, hubiera utilizado el Cardenal Ricardo Ezzati, actual Arzobispo Metropolitano de Santiago, frente a la periodista de Emol y, aun así, la sobrerreacción en masa, el estallido en cólera por parte de diversos sectores de la sociedad, habría sido idéntica a la que se ha visualizado estos días; incluyendo las declaraciones oficiales del Gobierno.
Es llamativo el foco que se ha puesto en lo que, en teoría, señaló el religioso. Me refiero al profundo hincapié que se ha hizo en la frase: “No porque yo a un gato le pongo nombre de perro, comienza a ser perro”. No deja de sorprenderme la habilidad, que tienen los medios de comunicación para desinformar y, al mismo tiempo, desvirtuar la verdad sobre una situación determinada.
Al respecto, quiero aprovechar de destacar, y desmentir, parte de las declaraciones del Cardenal, quien señaló:
“Siempre las discusiones son buenas, siempre los diálogos son buenos, lo que hay que ir al fondo de los diálogos” […]. El diálogo no es simplemente decir: <<mire yo pienso esto, tú piensas esto otro y se acabó>>. Un diálogo verdadero tiene que estar fundado sobre razones que sean de humanidad, que respeten la antropología, que busquen el bien de todos […]. El diálogo siempre es oportuno, jamás hay que cerrarse al diálogo; tampoco con aquellos que tengan una opinión diversa de la propia. Lo importante es que, dentro del respeto que nos debemos, podamos razonar y razonar coherentemente. De acuerdo a los principios que rige el pensamiento y la realidad de la persona”.
Lo que personalmente visualizo en el párrafo anterior (y en la entrevista) es un serio llamado al uso de la racionalidad frente a una discusión tan relevante como la Ley de Identidad de Género. Concuerdo con que el aludido se encuentra relativamente deslegitimado por el rol que ha jugado frente a las acusaciones de abusos sexuales que ha recibido la Iglesia Católica en nuestro país. Sin embargo, a mi parecer, eso no le resta validez a lo que indica. De hecho, me pareció un análisis bastante lúcido; considerando el nivel de relativización de la realidad que enfrentamos como ciudadanos.No quiero (tampoco es mi interés) desconocer el sufrimiento al que han estado expuestas algunas familias por el hecho de que uno (o más) de sus integrantes sienta profundamente que nació en el cuerpo equivocado.
Años atrás, el acto de indicar que nadie puede convertirse en lo que no es, con el simple hecho de sentirlo, quererlo o decirlo, habría parecido una obviedad del tamaño del Empire State. Sin embargo, en la actualidad, tal afirmación es puesta en tela de juicio por un sinfín de personas (políticos, periodistas, líderes de opinión, etc.), quienes se han abierto a aceptar que tal verdad es una falacia, ya que “la modernidad” lo ha desmentido.
El solo hecho de imaginar que existe la posibilidad de que a cierto grupo de individuos se le otorgue el “derecho” a ser reconocidos como aquello que quieren, dicen o sienten ser, me genera un alto nivel de preocupación. ¿Dónde quedaría establecido el límite de lo que es legítimo reclamar como derecho? En cualquier parte del sentir humano. Discúlpenme, pero considero que no se puede prescindir de la racionalidad en una discusión legislativa.
Con lo dicho anteriormente no quiero (tampoco es mi interés) desconocer el sufrimiento al que han estado expuestas algunas familias por el hecho de que uno (o más) de sus integrantes sienta profundamente que nació en el cuerpo equivocado. Nadie, en su sano juicio, puede dejar de empatizar con situaciones de vida tan trágicas. Pero, en honor a la verdad, convengamos en que nadie posee el monopolio del sufrimiento. El hecho de existir supone enfrentarse a situaciones adversas, increíblemente traumáticas y dolorosas todos los días. La solución frente a ello no puede ser intentar tapar el sol con un dedo.
El Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM-5) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, contempla a la disforia de género (trastorno de identidad de género), diagnóstico médico para ser definido como transgénero, como un trastorno mental (anteriormente considerado como trastorno sexual). Por lo tanto, posee un tratamiento clínico, al cual se puede acceder, al igual que en cualquier patología existente psiquiátrica existente.
Según lo que indican los expertos, el primer paso es realizar un cariotipo para tratar de descartar la existencia de un trastorno cromosómico, consecuencia de un defecto enzimático, que podría conducir a una ambigüedad sexual, como ocurre en el síndrome de Turner o el de Klinefelter. Posteriormente, una vez descartado lo anterior, realizar psicoterapia, en la que el individuo es sometido a tratamiento farmacológico, principalmente, por posibles expresiones de ansiedad o depresión (Brown GR. Gender Identity. Merck Manual Professional Version).
También aparece, como segunda opción, la reconversión de sexo. Lo cual corresponde a un tratamiento hormonal como quirúrgico, como medio para intentar disminuir la disforia de género, el que se completaría con un tratamiento psicológico -terapia triádica- (Colizzi M, Costa R, Todarello O, 2014).
Sin embargo, los efectos adversos del tratamiento anterior son importantes destacarlos. El Instituto Karolinska de Estocolmo, realizó un estudio en el que evaluó la reasignación de sexo de 324 personas (191 de hombre a mujer y 133 de mujer a hombre) utilizando estadísticas de suecos, comprendidas entre el 1973 y 2003. Básicamente, la mortalidad total en el grupo de personas tras el tratamiento era mayor que en el grupo control (3 veces mayor app.) y, adicionalmente, se visualizó que las personas sometidas a una reasignación de sexo, tras la adolescencia, presentaron un índice de suicidios 19, 1 veces más elevado que en el grupo control; sin considerar los intentos de suicidio, alrededor de 5 veces mayor que el grupo control.
Asimismo, según otros autores, estos expresan mayores trastornos psiquiátricos que la población general. La reasignación de sexo, aunque puede disminuir la disforia de género, no es suficiente para resolver la problemática y no evita los trastornos psiquiátricos y somáticos que se pueden dar en estas personas (Grossman AH, D’Augelli AR, 2007).
Considerando lo anterior, el uso de la razón debiera motivarnos, como sociedad, a asumir la realidad y enfrentarla como tal. No es lógico, de hecho, carece de sentido común que alguien que padece una enfermedad busque ser reconocido legalmente como alguien sano. Por desagradable que parezca, esa es la verdad. Sitúese en el caso de que un esquizofrénico solicite al legislador que se le reconozca el derecho a que sus alucinaciones sean consideradas socialmente como verdaderas. ¿Le parecería responsable que éste le concediera tal derecho? Esta discusión no se trata de que tan modernos podemos llegar a ser como personas. Estamos hablando de la responsabilidad que tenemos de separar la realidad de aquello que nuestra imaginación, pensamientos mágicos, anhelos, deseos o sueños nos llevan a querer ser.
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