Creo que nadie quedó indiferente al discurso que expuso, el domingo recién pasado, el presidente Sebastián Piñera frente al balcón de La Moneda. Han sido varias las reacciones que han surgido frente a éste; algunas resaltando el tono conciliador que tuvo y, por supuesto, desde otra vereda, quienes lo analizaron con mayor suspicacia. Enfoques hay para todos los gustos. Personalmente, quedé con una muy buena impresión.
Sin embargo, dando vueltas a ciertas frases, hubo una en particular que me dejó reflexionando. Me refiero a cuando señaló: «vamos a apoyar la natalidad y la maternidad, porque un país que no quiere tener hijos, es un país en que algo no está funcionando bien. Los niños son como las estrellas: siempre iluminan nuestras vidas y nunca son demasiados.»
¿Por qué el presidente plantea esta situación a modo de problemática? Bueno, tenemos una pirámide poblacional (regresiva o constrictiva) la cual indica que somos una sociedad que se está envejeciendo (baja natalidad en relación con la cantidad de población adulta y anciana) y, por ende, sufriremos ciertos efectos de este fenómeno, principalmente, reflejados en el desempeño económico.Si continuamos manteniendo las mismas tasas de crecimiento demográfico, estaremos firmando un viaje al colapso en el futuro. Dejemos de suponer que otro concretará aquello que nosotros renunciamos a hacer.
Por ejemplo, basándome en lo señalado por Ronald Lee y Andrew Mason, en su artículo publicado en la revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional de Marzo 2017, el crecimiento del PIB disminuye aproximadamente uno a uno con la reducción del crecimiento poblacional y de la fuerza laboral. Haciendo uso de los datos del Banco Mundial, nuestra tasa de crecimiento demográfico ha decaído en promedio, entre 1990 y 2016, un 2,5%. Pueden suponer una reducción similar en el crecimiento del PIB. No es una señal alentadora.
Podríamos hacer una conferencia entera sobre los efectos que podría tener este fenómeno en el bienestar futuro de la población. Sin embargo, me interesa concentrarme en la otra cara de la moneda: las causas. ¿Qué es lo que motiva tal comportamiento de la sociedad chilena, considerando que vivimos una época en donde la calidad de vida que gozamos es significativamente mayor que la que disfrutaron nuestros antepasados cercanos?
Se me viene a la mente el postulado de un reconocido economista chileno. Me refiero a Manfred Max-Neef y su “Hipótesis del Umbral” la cual señala que, a partir de determinado punto del desarrollo económico, la calidad de vida comienza a disminuir; transformando la felicidad relativa de las personas en soledad y alienación.
Según el Centro de Estudios del Conflicto y la Cohesión Social (Coes), en conjunto con el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap), quienes presentaron los resultados del módulo de Salud y Bienestar del Estudio Longitudinal Social de Chile (Elsoc), en ciudades con más de 10.000 habitantes, el 18,3% de éstos reporta síntomas de depresión que van de severa a moderada.
Por otra parte, y ahondando en el fenómeno de la alienación, podemos ver una de sus expresiones más claras en el nivel de relativización moral, cultural, conceptual, entre otros, que presenta nuestra sociedad. Quizás una definición precisa, de esta condición actual, la podríamos encontrar en lo señalado por, Niall Ferguson, reconocido historiador, quien hace unos años atrás indicó: “Chile puede estar comenzando a ejercer su derecho a ser estúpido”.
Me disculparán los lectores, pero cuando veo a una persona es capaz de priorizar las condiciones de vida de una mascota (un animal) por sobre las de alguien de su misma especie (otro ser humano); evidentemente me hace pensar que hay algo que no está funcionando correctamente en nuestros sentidos.
Mismo fenómeno es posible visualizar en la idea arraigada en cierto sector de la población, quizás motivada por la desinformación de los medios de comunicación, respecto a que una persona puede ser aquello que “siente que es” solo con el simple hecho de quererlo; a pesar de los costos que aquello podría significar (tanto a nivel personal como social). Analice el entorno y se encontrará con muchas otras expresiones de irracionalidad.
No es mi intención establecer en una columna los límites a las libertades individuales de los chilenos. A fin de cuentas, cada persona es libre de hacer lo que estime conveniente con su vida, por más en desacuerdo que uno esté con sus decisiones. Sin embargo, como sociedad, debemos tener cierta base común de verdad (creo en las verdades absolutas), valores, principios éticos, racionalidad, entre otros factores, que nos permitan mantener los pies sobre la tierra. El progreso y la modernidad han sido beneficiosos, pero, por algún motivo, sigue con vida el dicho popular: “todo tiempo pasado fue mejor”. Algo nos sigue llevando a retroceder en el tiempo ¿Solo nostalgia? Lo dudo.
Si continuamos manteniendo las mismas tasas de crecimiento demográfico, estaremos firmando un viaje al colapso en el futuro. Dejemos de suponer que otro concretará aquello que nosotros renunciamos a hacer. Ese “otro” está pensando lo mismo que usted y así no llegaremos a buen puerto. Cada uno de nosotros es un motor de cambio, téngalo presente.
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