Perdonar, tal vez sea uno de los actos más difícciles de realizar que enfrentamos en la vida, pues en nuestra debilidad y pequeñez no conseguimos concebir que el otro también es factible de errores, pecados y actitudes terribles
Sed santos, porque yo soy santo (1Pedro 1:16). Este es el llamado que recibimos de Cristo y debe ser nuestra meta de vida mientras exista un soplo de vida en nosotros. La santidad es una caminata ardua y de renuncia en favor de Dios y del hermano, pues no podemos ni debemos ser santos de nosotros mismos. Enrielar este camino es andar en dirección al cielo mirando siempre para lo alto con determinación siguiendo el ejemplo de Maria.
Uno de los primeros pasos rumbo a la santificación de nuestra vida es el perdón. Perdonar es un acto de amor y coraje que sólo alcanzamos en comunión con Dios. El perdón abre la porta de nuestro corazón para Cristo, pues es él quien nos libera de los dolores y penas que nos impide vivir verdaderamente la fe.
Perdonar, tal vez sea uno de los actos más difícciles de realizar que enfrentamos en la vida, pues en nuestra debilidad y pequeñez no conseguimos concebir que el otro también es factible de errores, pecados y actitudes terribles. Cuando nos sentimos heridos en nuestra dignidad y confianza el sentimiento de rencor, de impotencia y fragilidad nos impide ver el amor y la imagen de Dios en el otro, pero es en esos momentos de dolor, revuelta y muchas veces de falta de voluntad de oir la voz caritativa de Dios que precisamos buscar en Él la fuerza necesaria para realizar su voluntad. Al perdonar liberamos nuestro corazón de las corrientes del odio, rencor y amargura y cedemos espacio a las obras del Espíritu Santo y es de esta forma que Dios realiza los mayores milagros en nuestra vida. Sin embargo, a veces, antes de perdonar al otro es necesario perdonarnos a nosotros mismos pues es difícil perdonar al hermano cuando no conseguimos perdonar ni nuestras propias faltas. Al perdonar también estamos aptos a recibir el perdón que viene de Dios y asi, dar el próximo paso a camino de una vida santificada.
Por eso, busquemos en Dios la fuerza y el coraje necesario para dar los pasos necesarios rumbo a la santificación. ¡Ser santo es posible! Busquemos en el Espiritu Santo de Dios, la gracia, la resilencia y la perseverancia que nos conducirá al abrazo acogedor del Padre.
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