El presidente Barack Obama, en su reciente visita a Hiroshima, afirmó que “la muerte cayó del cielo”, en alusión al bombardeo nuclear sufrido por sus habitantes. Esta afirmación me provocó, en un primer momento, desconcierto, para rápidamente pasar al enojo. ¿Por qué?
Tengamos muy claro que el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki fue una decisión tomada en Washington y no en el cielo. No me cabe la menor duda que si le hubiesen preguntado a Dios, esas bombas nunca habrían detonado.Barack Obama no asume los errores de aquellos que le antecedieron y de los cuales hoy es heredero. Obama se desentiende de la responsabilidad moral que, sin duda, le cabe. Un camino correcto y sanador, ante los errores cometidos, es asumir lo andado y buscar un norte nuevo y noble al cual dirigirse.
Pero, por qué el presidente de Estados Unidos hace esta afirmación. Sólo para no pedir perdón al pueblo japonés y a la humanidad toda; solo para abstraerse ante lo sucedido elevándolo a una dimensión etérea…»cayó del cielo”. No. Lo que hace el presidente es lo que practican todos aquellos que buscan desentenderse de la responsabilidad que tiene sobre sus actos o sobre los actos heredados en la condición de su cargo o responsabilidad.
Por supuesto que el presidente Obama no ordenó el bombardeo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki. Tampoco ordenó la intervención de la CIA en Chile en la década de los sesenta y setenta, pero lo que claramente no hace Barack Obama es asumir los errores de aquellos que le antecedieron y de los cuales hoy es heredero. Obama se desentiende de la responsabilidad moral que, sin duda, le cabe.
Hoy, en Chile, pasa algo similar. Muchos de los que tienen responsabilidades en cargos públicos, institucionales o empresariales -y donde tantas bombas han estallado- miran al cielo. Pero, al igual que en Hiroshima y Nagasaki, la destrucción y el horror no viene de allí, sino del actuar humano y consiente de aquellos que no busca vivir parámetros éticos, validos y permanentes, sino la resolución rápida de los conflictos.
Un camino correcto y sanador, ante los errores cometidos, es asumir lo andado y buscar un norte nuevo y noble al cual dirigirse.
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