Chile vive un triste otoño. Comienza a manifestarse el descontento social a partir de las reivindicaciones de los estudiantes por un sistema igualitario de acceso a al educación. Sin embargo, sólo sabemos cómo ha empezado.
Chile se encuentra además en un triste otoño respecto de su representación ciudadana. El ciudadano de la calle ya toma las acciones por sus propias riendas entendiendo que nadie lo representa en sus propios intereses, desventuras e incluso, en su sufrimiento.
La idea del Estado protector nos ha abandonado. Aquellos que lo entendían como una garantía real frente al abuso de diversos actores ven con desilución que dicha realidad hace mucho no existe. Un modelo que busca la eficiencia económica no permite espacio para garantizar el normal desempeño de aquellos que son parte del engranaje, pero que ciertamente no son significativos en él. Al contrario, otros creen que este Estado protector debe tender a eliminarse, por cuanto ha acostumbrado bajo un ánimo subsidiario, a satisfacer a aquellos que no pueden y/o a veces, no quieren obtener por la vía del esfuerzo individual, la solución a sus problemas.
Estamos en punto muerto. Las manifestaciones sociales demuestran a aquellos que estaban convencidos que la política del chorreo era efectiva que éste nunca llegó, por la sencilla razón que el balde no tenía fondo. Aquellos que expusieron -lícitamente, por cierto – su capital, esperaron más retornos que los que éticamente les correspondía. Y si bien es cierto que tienen el justo derecho al emprendimiento, éste no debe sustentarse sobre las angustias de otros.
El debate ya no corresponde a si la Educación debe o no ser de una determinada manera. Ya no es un plebiscito la fórmula anhelada que resolverá, por la vía de una nueva Carta Magna, nuestro nuevo acuerdo social. Se hace necesario iniciar un diálogo que convoque a aquellos que están en cada uno de los lados de esta gran mesa que, nos guste o no, compartimos.
Sin embargo, la credibilidad de nuestros políticos, de las dirigencias sociales y de aquellas Iglesias que permanentemente concitaban a dicho diálogo ya no concitan confianza, y lo que es peor, credibilidad. No existe en nuestro país quien tenga la estatura moral para erigirse como convocante a este espacio de reflexión conjunto.
La construcción de este Chile inclusivo, solidario, lleno de oportunidades, democrático y tolerante debe nacer de un nuevo acuerdo social, pero nadie ha sido capaz de construirlo. Ni siquiera de convocarlo con éxito.
Nuestra única alternativa, antes de que esto siga aumentando, es constituir un punto de acuerdo, sobre alguien ( ya sea una Institución o persona) que no sólo convoque al diálogo, sino además se alce como la conciencia que actúe como garante que dichos acuerdos se cumplan. Pero el vacío está. Y sin entender a quien convocar para ocupar dicho podio, poco podremos hacer.
Chile seguirá, por ende, en el más triste de los otoños, esperando lentamente a una confrontación social entre hermanos, que, curiosamente, buscan lo mismo.
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Foto: FabsY / Licencia CC
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