Históricamente, la humanidad ha sido testigo de una sociedad que se ha ido constituyendo como un conjunto de redes y conexiones políticas, económicas y culturales. En ese tránsito, uno de los mayores debates -mantenido por más de 4.000 años- ha sido el rol de la ciudadanía, del hombre, de la mujer, en la construcción de la sociedad, del Estado y de la comunidad política.
Obviamente, nuestro país no está, ni ha estado, fuera de ese debate histórico. Aquellos que han sido parte de la política nacional desde la fundación del Estado y de la República han señalado la urgencia de hacer parte a la ciudadanía en las decisiones, aumentando la participación ciudadana. Estas declaraciones son más enunciados que una realidad política, mientras nos seguimos manteniendo en el trágico dilema hegeliano del amo y el esclavo.Es decir, promovemos la generación de una comunidad política que se funde desde y para la libertad y la igualdad como valores equivalentes entre los sujetos y sus acciones políticas.
Todos nos hablan de un nuevo ciclo político iniciado a partir de las movilizaciones del 2011. También se supuso que, tras las elecciones del 2013, el gobierno buscaría un nuevo paradigma en las relaciones institucionales para los chilenos. Lo cierto es que nada ha cambiado realmente, estamos viviendo reformas que mantienen el mismo vínculo entre el establishment y la gente. Se ha mantenido el mismo abismo que se creó desde los inicios de nuestra historia, aún seguimos viviendo bajo el mismo derecho censitario de la propiedad en salud, protección social, transporte, etc.
Es cierto que gracias al 2011 hoy se está llevando a cabo una de las reformas más aclamadas por los chilenos a lo largo de todo el país; sin embargo, pasamos de actores demandantes a espectadores del cambio. El 2011 nos dejó una lección clara: las transformaciones no dependen de nuestros gobernantes, sino de nuestra propia capacidad de salir a buscarlos. Por lo tanto, no sólo basta con dejar las demandas de cambio de manifiesto, sino que se precisa ser actores protagónicos de aquellos cambios.
¿Qué nos queda ahora? Es evidente que los chilenos debemos activarnos en cuanto poder constituyente originario, única fuente legítima de la autoridad del Estado. Es hora de dejar la galería, la tribuna y el palco, para salir a la cancha por un proyecto país donde sus ciudadanos sean su ser y deber ser. Toda transformación dependa principalmente de los ciudadanos.
Como Fundación Chile Movilizado tenemos dentro de nuestros propósitos promover un proyecto país donde se establezcan nuevas reglas de relaciones de poder entre todos los actores sociales, políticos y económicos. Es decir, promovemos la generación de una comunidad política que se funde desde y para la libertad y la igualdad como valores equivalentes entre los sujetos y sus acciones políticas. Ello, a partir de la noción y necesidad de fundar un nosotros que fundamente las decisiones políticas, estableciendo así una identidad política sólida y no aquel ellos sobre el cual se ha desarrollado la política chilena durante las últimas décadas, donde la institucionalidad política y la clase política se comportan como antagónicas a la ciudadanía.
Desde estas perspectivas, el proyecto democrático para Chile que a nosotros nos inspira tiene el objetivo de usar cada uno de los recursos simbólicos de la democracia aceptados como principios de la ética política y principios rectores (libertad, igualdad, justicia, etc), para superar la eterna transición y avanzar en la lucha por la profundización de la revolución democrática.
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