Ninguna persona debería vivir solo y exclusivamente para trabajar. Esto, mucho menos, bajo las condiciones en que suele ocurrirle a una gran mayoría, que es retribuida con ingresos exiguos, bajo una situación laboral indigna, muy lejos de aquello que la OIT denomina un “trabajo decente”.
Los parámetros del “sueldo ético”, es todavía algo muy parecido a un sueño. Chile, ubicado entre los países más desiguales del mundo, entrega a las personas al libre juego del “mercado de trabajo”, en que las reglas las define el capital y la maximización de la rentabilidad que nunca coincide con criterios ni siquiera mínimos de justicia.
El mismo Joseph Stiglitz Premio Nobel de economía, dijo que “El grado de desigualdad que existe en el mundo no es inevitable ni es consecuencia de leyes inexorable de la economía, es cuestión de políticas y estrategias”.
Nos enfrentamos aquí, a dos formas de entender el desarrollo. Una que pone en el centro a las personas y su bienestar y otra, que hoy se manifiesta, que pone en el centro al capital, más allá de las declaraciones, no mejoran la vida de las personas.
De esto que señalamos, hay evidencias palmarias. Así, por ejemplo, Ricardo Caballero, Director del World Economic Laboratory del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), ha dicho recientemente que, “En Chile queremos trabajar como franceses y crecer como asiáticos”. Así, Caballero, desde las alturas de la academia, se opone decididamente al proyecto de ley que propone reducir de 45 a 40 las horas laborales a la semana.
Por su lado, el Ministro de Hacienda Felipe Larraín, ha señalado que, “Un proyecto que busca de golpe reducir de 45 a 40 horas con más de un 11% de aumento de los costos laborales, en las estimaciones, el efecto está en torno a los 250 mil empleos que se perderían”.
Por otra parte, quienes patrocinan la idea, además de acusar de una suerte de campaña del terror, al Gobierno, tampoco entregan argumentos suficientes que refuercen su propuesta. Hasta ahora, nos hemos quedado en la superficie del asunto, transformándolo mucho más en una consigna que en un proyecto que haya sido evaluado tanto en sus efectos directos, como colaterales.
Veamos algunos datos que nos permitan entender el problema y adoptar una posición. Países altamente desarrollados como Finlandia, tienen hoy 37.5 horas laborales a la semana y su ingreso per cápita al 2017 fue de algo más de 45.500 dólares, versus Chile que alcanzo solo 15.300 dólares per cápita trabajando 45 horas.
Siempre podrán aparecer agudos analistas económicos, que argumentarán las diferencias entre Chile y Finlandia, sus componentes culturales, sociales, históricos y hasta demográficos, diciendo que ellos son solo 5 millones de habitantes, versus nuestros 17 millones. Para sorpresa de ellos, el subdesarrollo de Chile no se debe a que existan más habitantes o que genéticamente estemos predispuestos a ser pobres, sino a las políticas de desarrollo económico que han beneficiado sistemáticamente solo a unos pocos. Esas políticas, se han sustentado sobre el mantenimiento de bajos sueldos reales y demasiadas horas laborales; en suma, al sacrificio de las grandes mayorías.
En efecto, en 1950 el producto per cápita de Chile alcanzaba 2.536 dólares, Finlandia a igual fecha 2.758. En 1970 dichas cifras subieron a 3.687 y 6.186 respectivamente. En 1985, Chile 3.486 dólares per cápita, y la economía de Finlandia llegada a 9.232 dólares per cápita.
¿Por qué Chile se quedo en el subdesarrollo en comparación a Finlandia?, por varias razones. Entre ellas, porque el crecimiento económico de Chile, se sustenta en una oligarquía privilegiada con menores cargas tributarias respecto a países exitosos en su desarrollo. Esas elites que siempre se ocupan de estar cerca del ejercicio efectivo del poder (independientemente de quien gobierne), influyen en la toma de decisiones en los aspectos más fundamentales de la política nacional. Eso resulta más visible hoy, en su oposición ideológica en la reducción de horas laborales.
Es por ello que la economía crece, pero siguen existiendo sectores postergados a quienes no les llega el tan manoseado progreso, principalmente porque la estructura económica es incapaz de satisfacer las necesidades de las grandes mayorías.
Chile no ha sido capaz de desarrollar un sistema de protección social que dé garantías de bienestar a la sociedad mayoritaria.
Chile no ha sido capaz de desarrollar un sistema de protección social que dé garantías de bienestar a la sociedad mayoritaria. La seguridad social y la carga tributaria son soportadas principalmente por los grupos de menores ingresos. Es esto lo que nos ha dejado en una desigualdad verdaderamente indignante e injusta.
Y surge la pregunta obvia, ¿por qué no se ha cambiado esta situación? El sistema político en general, aun después de restituida la democracia, parece trabajar para perpetuar los beneficio de pequeños grupos económicos, y no para las grandes mayorías. No ha existido el arrojo y la determinación para apostar a un nuevo modelo, que permita consolidar diversas oportunidades de crecimiento económico. Al parecer no se equivocaba Nicanor Parra cuando dijo que la “Izquierda y derecha unidas, jamás serán vencidas”.
Aun así, Vittorio Corbo, ex Presidente del Banco Central, se pronunció en contra del proyecto, aseverando que esto nos llevaría al subdesarrollo. Al parecer nadie le ha informado que nunca hemos salido de ahí. Chile sigue siendo un caso de desarrollo frustrado, como decía Aníbal Pinto Santa Cruz, en 1996.
Ese sector financiero ha promovido la idea que los mercados se regulan por sí mismos, por lo tanto, los gobiernos debían liberalizarse, eliminar impuestos a los grandes empresarios y la política monetaria debía centrarse en el control de la inflación y, por supuesto, no en la creación de empleos con sueldos dignos y menores horas de trabajo. La solución en este esquema ideológico, siempre ha sido el recorte de gasto público, perjudicando con ello al ciudadano corriente.
Esa visión sostiene que lo más importante es el crecimiento, basándose en la teoría obsoleta de Simón Kuznets, que recibió el Premio Nobel en 1971. Él sugería que, tras un período inicial de crecimiento, la desigualdad disminuía a medida que la economía se volvía más rica y era ese efecto el que la hacía más igualitaria. La experiencia ha demostrado de un modo categórico, que esto no es así. Esto lleva a Thomas Piketty a afirmar que el capitalismo se ha caracterizado por un alto grado de desigualdad.
No estoy en contra de los empresarios, por el contrario, debemos defender a los buenos empresarios, esos que dan estabilidad laboral y tratan con justicia y sueldos dignos a los trabajadores. Tampoco estoy per se contra el mercado, pero este debe ser debidamente regulado por el Estado y no por la “mano invisible” que nadie ha visto.
Desde las culturas indígenas ancestrales se nos llama al buen vivir, a asegurar a cada cual una vida digna y esto se traduce en este caso, en la supremacía del trabajo humano por sobre el capital y a la sociedad por sobre el mercado.
Esto es lo que no han entendido esas dos derechas que nos han gobernado en los últimos 30 años. Es por ello que buscamos la justicia para el escándalo de la desigualdad de Chile. Ello debe expresarse en trabajos dignos, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social, una justa repartición de la producción y del los frutos del progreso.
No es posible seguir esperando.
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