La iniciativa legislativa de penalizar las filtraciones en materias judiciales, ha motivado todo tipo de reacciones. Unos dicen que la llamada clase política se quiere cuidar las espaldas, mientras otros enarbolan las banderas del periodismo libre y el atentado en contra de éste debido a la medida.
Es cierto. El periodismo es necesario para democratizar la información. Todo esto, claro está, cuando se ejerce de manera libre e independiente, ya que, como sabemos, en Chile eso pasa algunas veces y desde algunos lugares contados con pocos dedos de las manos. Pero es cierto también que con el tiempo ciertos medios lejanos al duopolio han ido informando a la ciudadanía a través de reportajes y cuestionando al poder de manera más precisa y contundente, por lo que la medida pensada en el Congreso atentaría con esta manera de transparentar lo que muchas veces se queda enredado en burocracias antojadizas y en secretismos que colaboran a empantanar el debate democrático.Y es que hoy es más fácil andar de acusador y mostrar a los cuatro vientos nuestra castidad y pureza por medio de preguntas que luzcan bien ante un espectador ansioso de inquisición. Hambriento de la noticia rápida sin detenerse en lo que mejor sabe hacer el periodismo de verdad: contar detalles.
Dicho esto, me parece que la manera en que se ha discutido el tema de las filtraciones ha sido muy poco seria y llena de lemas propagandísticos por parte parte de un ego periodístico que muchas veces junto con dar la información que se requiere, también se ha erigido como baluarte moral de la sociedad en la que vivimos. Algunas editoriales escritas y representadas por conspicuos rostros de la profesión, son teatralizadas ante las cámaras por ellos como si fueran los símbolos vivientes de un ejercicio puro y prístino, sin ningún matiz más que buscar la justicia.
Con estos argumentos este oficio-porque finalmente eso es- se sacraliza, y junto a ello esteriliza el objetivo de un periodista que es buscar historias y contarlas cuando no se quiere. Esta postura de superhéroes de la verdad y la democracia ayuda poco a revelar un trabajo que muchas veces es más bien marginal y se interpone entre los relatos oficiales, escribiendo desde las orillas, oliendo el mal olor y traspasándolo en el papel sin hacer juicios de valor, sino exponiendo desde una subjetividad reporteril que no busca ninguna realidad objetiva, sino que contar un relato que no se ha contado.
Si esto último está siendo vetado por quienes habitan el hemiciclo, es claramente un error. Una actitud antidemocrática. Una manera de no dejar lucir las podredumbres y los vicios humanos que el proceso judicial no muestra a plena luz, ya que solamente conocemos sus resultados.
Y eso es lo que parece importante discutir: la penalización del acto libre de quien muestra con un ojo lejano a las instituciones. Pero no poner al periodista como un héroe nacional o una voz dentro de los sin voz, ya que le hace un flaco favor a su labor, la que no tiene por qué revestir ninguna tarea social justiciera, sino enfocarse en relatar lo que ve y que no se ha relatado. Lo que él cree que hace falta en la distribución de información una vez que se levanta en la mañana y lee los periódicos.
Eso es algo que no se dice. Y es que hoy es más fácil andar de acusador y mostrar a los cuatro vientos nuestra castidad y pureza por medio de preguntas que luzcan bien ante un espectador ansioso de inquisición. Hambriento de la noticia rápida sin detenerse en lo que mejor sabe hacer el periodismo de verdad: contar detalles. Unos importantes y otros no tantos, pero que finalmente van formando una historia que puede derrumbar incluso con más fuerza a un oficialismo mental.
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