A los entes de poder político les fascina crear falsas dicotomías donde toda oposición hacia sus fines es calificada como maligna mientras fabrican con retóricas desgastadas -pero efectivas y probadas en el tiempo- su propias representaciones bienhechoras y a veces, en la profundidad de su cinismo, hasta heroicas.
El ellos contra nosotros es la única afirmación, el único contenido en que sustentan sus pretensiones argumentativas. Pero la premisa “ellos” contra “nosotros” no está fundamentada en realidad alguna, sino más bien es una petición de principio, un enunciado que se auto-valida a sí mismo como una fórmula. Los intereses personales o de grupo jamás tendrán un basamento colectivo, ni las colectividades verán representadas y solucionadas sus necesidades a través de grupos reducidos de castas o élites cuyo poder ha sido adquirido por la delegación que confiere la formalidad “democrática” del “mundo libre” (elecciones entre órganos que componen aparatos políticos constituidos con independencia de aquellos a los que supuestamente representan), o por la imposición -coerción y coacción- de las dictaduras.La objetividad como fin en el periodismo lleva invariablemente a la aprehensión de la verdad que es su razón de ser. Y el principal obstáculo para la consecución, aproximación o aprehensión de la verdad es la militancia partidista o ideológica
El discurso que sentencia “estás conmigo o contra mí” o que impele a “definiciones” binarias no sólo funge como un vetusto instrumento de manipulación psicológica y de control de voluntades, sino que también aparece como elemento indispensable del lucro político. Como bien lo expresara Aldous Huxley a mediados del siglo pasado: a los agentes del poder ya no les basta, ya no les son suficientes el sometimiento y la servidumbre creadas por la fuerza de la violencia, sino que para hacerse del poder, para mantenerlo y eternizarlo como una hegemonía necesaria, tienen que crear sus propias estructuras (superestructura diría Gramsci), sus propios andamiajes e instrumentos de condicionamiento cuya efectividad sea tal que las masas no perciban que están siendo manipuladas y controladas.
Amar la servidumbre en nombre de la patria, de la clase social, de “la raza”, la religión o de la libertad individual (dirigida ésta) debe formar parte del inconsciente colectivo, y debe arraigarse en él con profunda fuerza y sutileza de tal manera que su inoculación no sea percibida como elemento intruso venido desde fuera, sino como una convicción personal producto del libre albedrío y del anhelo individual.
Actualmente, como lo pronosticaran las distopías clásicas, los avances tecnológicos y científicos han sido utilizados para el refinamiento de la manipulación de masas y para la promulgación de una ingeniería social que contiene en sí misma el prurito de la universalidad. No obstante también las viejas formas de control volitivo y de manipulación psicológica siguen siendo útiles, es decir que las retóricas, los discursos y las demagogias que apelan a los miedos, a las venganzas, a los instintos y a los deseos siguen ostentando un lugar especial en lo que concierne al control político y social ejercido sobre las masas populares por parte de las entidades del poder. Sin embargo la sola demagogia no basta para los fines que precisa, depende, para ser totalmente efectiva, de instrumentos de replicación, de agentes de relaciones públicas y emisarios disfrazados de periodistas que hagan las veces de “factótum embozados” para crear la percepción ante el gran público de una aparente “neutralidad” en el ejercicio de una crítica que es todo menos objetiva.
Los embusteros partidistas, que han creado para sí una dependencia económica (y total) con ciertos grupos del poder político (y por tanto del poder económico o empresarial lícito o ilícito) justifican su proclividad, sus tendencias, argumentando que “la objetividad pura en el periodismo es imposible”, porque tal objetividad es un ente abstracto, un universal que no puede aterrizar en el mundo de las actividades mortales y humanas donde la preferencia ideológica o los intereses personales o de grupo son inevitables.
La objetividad en el periodismo (y también en cualquier actividad humana) es por tanto ilusoria, según los defensores de esta especie de solipsismo decadente, porque todo es subjetivo. Tales afirmaciones absurdas tienen su equivalente en otras actividades humanas, como por ejemplo en el arte: decir que la actividad artística carece de sentido porque es imposible llegar a representar la belleza pura, la estética perfecta, las proporciones, las armonías, las correspondencias y las simetrías absolutas nos llevaría a dejar de crear, porque somos incapaces de alcanzar el ideal. Que el periodismo, como actividad humana e imperfecta, no pueda alcanzar esas cotas de objetividad absoluta no significa que tenga que dejar de perseguirlas como fin supremo. La objetividad como fin en el periodismo lleva invariablemente a la aprehensión de la verdad que es su razón de ser. Y el principal obstáculo para la consecución, aproximación o aprehensión de la verdad es la militancia partidista o ideológica (que las más de las veces sólo es económica).
Albert Camus argüía sobre el periodismo libre: “Sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Esta medida, tan relativa como puede serlo, le permite al menos rechazar lo que ninguna fuerza en el mundo podría hacerle aceptar: servir a la mentira”. Y Bertolt Brech nos deja una lección que podemos difundir para hacerla llegar a los defensores y dependientes económicos de todo tipo de oficialismos pasados, presentes y futuros: “Para mucha gente es evidente que el escritor deba escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor”.
Sin duda es verdad que el periodismo verdadero requiere de mucho valor, y actualmente es quizá tan parecido su ejercicio al oficio del escritor, pues precisa para su actividad de independencia económica (¡cuántos escritores no han vivido de su trabajo, sino de otras actividades!), y de absoluta insubordinación al poder, cualesquiera apariencias que adopte éste.
Comentarios
30 de octubre
Este mexicano chairo y sus con noticias falsas y todavía con la ideología comunista en la mente. Hay que Googlear todo lo que cita pues puras fake news . Este ni es periodista, es propagandista de izquierda la cual fracaso desde México hasta Chile y quiere dar clases sin balancear la información y más de ser periodista. El periodismo para la izquierda es la propaganda y cero libertad de expresión y pensamiento
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