Un periodista de TV reportea afanosamente. Un taxibús repleto de estudiantes ha caído a un ojo de mar. 18 jóvenes han perdido la vida. Consigue datos, prepara la nota, libretea y despacha. Se siente satisfecho, ha cumplido una gran labor. Muchas horas después, recién puede comer algo en un restaurante. De pronto, Carlos Oyarce, levanta la vista y aparece en la tele su nota y entonces cae en cuenta de la tremenda tragedia de la que ha sido testigo. Se estremece, las lágrimas brotan espontáneas. Otro reportero, esta vez de diario, ha estado en los mismos afanes, preocupado de obtener testimonios in situ de los familiares. No existen lamentos propios cuando se trabaja. Finaliza la jornada, contento y felicitado por el material recogido. Al llegar a casa, al ver a su familia, siente el impacto de lo que ha estado viviendo. ¿Y si hubieran sido sus hijos? “¿Cómo puedo ser tan insensible?”, dice José Valenzuela al rememorar lo que ha estado cubriendo. No puede ser, piensa, y decide no dedicarse nunca más al reporteo policial.
Dos de muchas historias que se pueden apreciar en el libro “Periodismo y periodistas antes del clic, 32 visiones”, que acaba de editar la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, y que será presentado oficialmente el 8 de julio, vía online. La iniciativa es de la académica Sonnia Mendoza, Premio Lenka Franulic 1994, una de las grandes reporteras penquistas, aunque esta vez solo asume el papel de editora; lo mismo que uno de sus colaboradores, Remijio Chamorro, otro de los “crá” del lápiz y la libreta.Se trata de historias de periodistas que han cruzado varias generaciones, de quienes en parte importante de su desempeño -principalmente en la Región del Bío Bío- no tenían apoyo de computador, de Internet, ni menos de un celular
Se trata de historias de periodistas que han cruzado varias generaciones, de quienes en parte importante de su desempeño -principalmente en la Región del Bío Bío- no tenían apoyo de computador, de Internet, ni menos de un celular, eran gente de a pie y la mayor parte con bajo sueldo. Varios crearon medios, otros fueron soporte de varios hasta su extinción. Algunos se formaron a pulso, como Francisco Gatica, quien se inició como auxiliar en un medio y llegó a ser editor internacional; o como Guillermo Labra, quien pasó de los afanes bancarios a ser un editor deportivo de primer nivel. Otros son producto de las aulas universitarias, aunque algunos tuvieron que esperar años para graduarse, porque la Dictadura cerró su carrera.
Y, a propósito de los tiempos de la Dictadura, ahí está la porfía de la pequeñita, laboriosa y temeraria Lilian Bizama, a quien le exigieron retirarse de las cercanías de una protesta universitaria poniéndole una pistola en la sien; o quisieron obligarla a entregar el negativo fotográfico de un submarino en problemas; o trataron de impedirle el paso para reportear el asesinato de dos personas, a manos de siniestros agentes del Estado, en el llamado caso Matanza de la Vega Monumental. Por supuesto que se dio maña para no hacer caso a amenazas o impedimentos.
Evidentemente, no puede faltar lo vivido por una de las periodistas más documentadas en materia de derechos humanos del país, María Eliana Vega, quien se dedicó en cuerpo y alma a esta área cuando en sus comienzos profesionales recibió en el diario Crónica a Sebastián Acevedo, horas antes de que se quemara a lo bonzo, para hacerle ver al mundo que sus hijos en esos momentos estaban siendo torturados por la CNI.
Y qué decir de la persecución a toda velocidad de Patricio Gómez, periodista de El Mercurio, al demoniaco Manuel Contreras, cuando puso en jaque a la aún incipiente democracia recorriendo polvorientos caminos para evitar ser encarcelado, con el vergonzoso apoyo de las instituciones armadas.
Tampoco falta la audaz acción de Antonio Álvarez, quien en un viaje de la Armada a la Isla Quiriquina, recién inaugurado el régimen represivo, pidió el nombre, uno por uno, de todos los detenidos, y luego lo publicó en el diario, lo que permitió que sus familias supieran que estaban vivos y en ese lugar.
Pero, en el compacto volumen no solo se puede conocer, entre otras, las historias de Carlos Alarcón, uno de los hombres más documentados del mundo deportivo nacional, en las más diversas disciplinas; la insuperable acuciosidad de la editora cultural Anne Marie Maack; la calidad de la eximia viajera Mónica Silva, y sus excelente entrevistas, entre ellas al mismísimo Gabriel García Márquez; la identificación absoluta de Salvador Schwartzmann, con la Bío Bío; los relatos del siempre silencioso Roberto Gutiérrez, amigo personal del asesinado general Prats; las intrigas que han rodeado el Caso Matute vistas por Carlos Basso; la aventura vivida por Luis Osses para lograr reportear la caída del avión que trasportaba a los jugadores del desaparecido Green Cross de Temuco; o el emocionado relato de la inquieta Rina Cárdenas al cruzarse en el pique de la mina Schwager con los mineros que habían sufrido recién el fin de 21 compañeros en una explosión a 990 metros de profundidad.
Porque hay también espacio para recordar a verdaderos maestros, como Hernán Osses, Pacián Martínez, Alfonso Alcalde, Hernán Bernales, Víctor Machuca o Quintín Oyarzo, solo por nombrar a algunos de los que ya dejaron esta dimensión y que dieron brillo al periodismo antes del clic, como tan certeramente se presenta el compilado puesto a conocimiento no solo de los penquistas, sino que de todos/as quienes quieran conocer “lo mejor del mundo mundial” de las comunicaciones de todos los tiempos…, aunque la recomendación venga muy de cerca.
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