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«House of cards» y la Realpolitik. Sobre industria cultural y televisión

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«House of Cards», en la versión estadounidense del libro de Michael Dobbs, ha trascendido en el interés que la política de ese país puede tener para sus propios ciudadanos, retratando y reforzando procedimientos, comportamientos y códigos que le son únicos, pero también revelando pautas comunes del poder, independiente del contexto y circunstancia. En el intento y talento creativo subyace una recreación que acerca a la audiencia a una actividad común, pero compleja, válida, pero desacreditada para muchos en su ejercicio, siendo las oficinas de la Casa Blanca y los pasillos del Capitolio el escenario para una ‘cultura de exportación’.

Es el contenido de la serie, pero también lo es su plataforma de difusión. Netflix, empresa cuyo negocio es la venta de series de televisión y películas mediante Internet (streaming), para cuyo acceso es indispensable la suscripción, ha montado no sólo un negocio, también algo que trasciende a ser una nueva modalidad de producción, transmisión y difusión de producciones audiovisuales. Junto a esta serie, de la cual disfrutamos el estreno de su tercera temporada por estos días, Netflix podría poner de manifiesto una nueva oleada en lo que se denomina ‘mundialización de la cultura’, particularmente por ‘una dimensión que trasciende territorialidades’, pero que nos indica que una idiosincrasia local también lo puede ser en términos más amplios, en la representación de la actividad política, que independiente de régimen, sistema y prácticas, es de interés, morbosidad también, de un amplio número de audiencia.

La capacidad de generar una repercusión mundial está presente también en el interés social por la actividad política, en cuanto tener, poco a poco, una atención más vigilante sobre los actos de gobierno y los tomadores de decisión. La composición de las estructuras de la potestad política y las motivaciones de dónde derivan ciertas decisiones hacen que el público quiera comprender, desde la ficción, la política, interpelando a esa ‘élite del poder’.

Otro elemento presente aquí es el carácter multiplataforma de la industria cultural, pues para el caso de esta serie, que deriva de su símil británica producida por la BBC en 1990, tiene una producción para la televisión, transmitida de manera restrictiva (pago) mediante Internet, con ventas exclusivas y anticipadas a clientes prioritarios (VIP), generando además repercusión en redes sociales (Twitter, Facebook, Tumblr, entre otras), así como en la prensa y crítica especializada, dando apertura y aliciente a producciones u obras del mismo tipo.

Destaca el haber generado un lenguaje común, independiente de nacionalidades y culturas. La palabra ‘spoiler’ se ha convertido en icono de la serie, al indicar así a quien cometa el acto de describir acontecimientos y parte de su trama mediante redes sociales, dado que la producción de Netflix es subida a la web con temporada completa, posibilitando que la audiencia pueda verla de manera sucesiva, sin interrupciones comerciales, y las veces que desee.

Cabe peguntarse si esta serie obedece al ‘ocultar mostrando’, dando lugar a la mera representación artística, o bien logra superar la crudeza y despiadada Realpolitik de Washington, aquella donde lo acomodaticio de sus actores y tomadores de decisión se presenta en un plano concreto y práctico, donde la ética responde solo al interés estratégico inmediato.

El mercado para el tipo de esta apuesta televisiva se ha ido consolidando. La industria televisiva norteamericana, así como otras del espectro audiovisual, posee una habilidad para desarrollar producciones dramáticas seductoras, simplistas y profundamente comerciales, teniendo a su haber audiencias que responden a la oferta, evidenciando una ‘cultura internacional-popular’, pues va más allá de recrear contextos locales, estandarizando gustos, estableciendo tendencias, así como imponer un sello de relativa calidad en materia de imagen, música, efectos y diálogos.

Este producto televisivo cumple con los estándares propios de su industria, pues tiene una intencionalidad mediática, se ubica y elabora dentro de una industria específica que responde a lógicas comerciales, de oferta y consumo, así como el reproducir un contexto cultural determinado, haciendo mundialmente masiva su audiencia, teniéndola cautiva y expectante.

Cabe peguntarse si esta serie obedece al ‘ocultar mostrando’, dando lugar a la mera representación artística, o bien logra superar la crudeza y despiadada Realpolitik de Washington, aquella donde lo acomodaticio de sus actores y tomadores de decisión se presenta en un plano concreto y práctico, donde la ética responde solo al interés estratégico inmediato. Lo cierto es la presencia de un producto que ha logrado una masificación en audiencia a nivel mundial, mediante una adquisición selectiva, pero que dada esta relativa exclusividad se masifica en cuanto cantidad y tipo de público, así como utilidades.

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4 Comentarios

Pesado

que alguien le diga que House of Cards es británica. Este «cientista politico» es un chanta de aquellos!

    Arturo

    ¿Britanica?…¿has visto la serie…?

    alvaroneira

    alvaroneira

    Agradezco el tiempo que se han dado para leer esta opinión en relación a la serie. Respecto a la inquietud de el origen de la serie, al hablar de “versión estadounidense” se hace referencia a que existe una edición anterior. Por lo mismo hablamos de Michael Dobbs. Disculpen no haber sido más preciso al respecto. Todos los comentarios son bien recibidos, esperando el respeto y la buena disposición de esta comunidad.

alvaroneira

alvaroneira

Agradezco el tiempo que se han dado para leer esta opinión en relación a la serie. Respecto a la inquietud de el origen de la serie, al hablar de «versión estadounidense» se hace referencia a que existe una edición anterior. Por lo mismo hablamos de Michael Dobbs. Disculpen no haber sido más preciso al respecto. Todos los comentarios son bien recibidos, esperando el respeto y la buena disposición de esta comunidad.