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Osvaldo Romo Mena: la banalidad del pasado en el presente

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“Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales” (Arendt, 1963)

Osvaldo Enrique Romo Mena, nació un 20 de abril de 1938, en un hogar sencillo conformado por sus padres Luis Romo e Inés Mena. Casado en diciembre de 1960, tuvo 5 hijos. De su infancia no se sabe mucho, solo que tránsito entre Puente Alto y Recoleta ciertamente vivió estrechez económica y carencias afectivas.

Vivió en la calle Los Molineros ubicada contigua a Los Orientales, La Faena, Lo Hermida y Villa Naciones Unidas en la comuna de Peñalolén. Su figura alta y maciza, era conocida en los campamentos de los 70 gestionados por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), como Vietnam Heroico, Nueva La Habana y Lulo Pinochet.

Destacado como el Comandante Raúl, resaltó como un testarudo dirigente poblacional durante el gobierno de Salvador Allende Gossens. Participaba en la Unión Socialista Popular (USOPO), partido que no formaba parte de la Unidad Popular. Romo Mena, se fue ganando la confianza, la amistad de los vecinos y sus compañeros de militancia a tal nivel, que hacia 1973, fue inscrito a las elecciones parlamentarias de marzo de ese año como candidato a Diputado, por el distrito de Llanquihue y Puerto Varas. El resultado solamente fue 92 votos.

Unos meses más tarde, tras el 11 de septiembre de 1973,  se convertiría en un personaje principal de la represión en la década de los años 70. Detenido por efectivos de Investigaciones y con algunos trabajos ocasionales de seguridad en Madeco, fue la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) quien lo reclutó en mayo de 1974 para las filas de la Brigada Halcón convirtiéndolo en delator, interrogador y torturador. Difícilmente el “ciudadano” Romo Mena habría llegado ahí de no haber sido un sujeto avaro, rastrero y funcional.

«Salvaje», “sádico” y «inhumano» son algunos de los apelativos que reproducen las víctimas cuando describen a Osvaldo Romo Mena, o mejor dicho, al “Guatón Romo”, responsable de cientos de desapariciones y torturas. En declaraciones judiciales reconoce que detuvo a  decenas de militantes del MIR, integrando el mencionado grupo Halcón de la DINA. Pero qué clase de persona, que clase de ser humano es capaz de sobrepasar y romper todos los límites posibles conocidos en la historia de la humanidad.

¿Qué relación existía entre el sujeto y el agente miserable? ¿Alcanza el contexto a convertir a un sujeto normal en una bestia humana? ¿Cuánta debilidad, cuánto de psicopatía? Para Arendt, el teniente coronel Otto Adolf Eichmann no presentaba rasgos de una personalidad retorcida y/o enferma. Actuó estrictamente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal».

Similares son las definiciones de Alfredo Ignacio Astiz (el ángel rubio), oficial argentino del grupo de tarea 3.3.2, que en la Guerra de las Malvinas de 1982, se rindió sin disparar un tiro. Pronunciaba, “Yo nunca torturé. No me correspondía. ¿Si hubiera torturado si me hubieran mandado? Sí, claro que sí. Yo digo que a mí la Armada me enseñó a destruir. No me enseñaron a construir, me enseñaron a destruir. Sé poner minas y bombas, sé infiltrarme, sé desarmar una organización, sé matar. Todo eso lo sé hacer bien. Yo digo siempre: soy bruto, pero tuve un solo acto de lucidez en mi vida, que fue meterme en la Armada. Yo a los montoneros los respeto, eran el enemigo”.

Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», los actos no eran disculpables, pero estos actos no fueron realizados porque estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio

Romo Mena decía que solamente “era un perno de una máquina. Claro yo fui una parte de la máquina. Pero yo no fui el de la máquina toda. Yo no fui el engranaje de la máquina”.

Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», los actos no eran disculpables, pero estos actos no fueron realizados porque estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. Al revisar estos testimonios claramente queda claro, que ninguno asume una responsabilidad individual, es más aluden a algo colectivo que no queda de todo claro. Indudablemente, es el Estado y todo su poder disciplinante y castigador.

A partir de lo anterior, es factible rescatar el concepto de Arendt, la «banalidad del mal» para articular que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por los efectos de sus actos, sólo los mueve el deber y las órdenes. El resultado de estas historias para la humanidad han tenido desiguales efectos, Eichmann fue ahorcado en 1962 luego del juicio realizado en Israel por Crímenes de Lesa Humanidad; Astiz cumple prisión perpetua por Crímenes de Lesa Humanidad; Romo Mena falleció en el año 2007, cumpliendo prisión por algunas causas de Derechos Humanos.

En la ausencia de una justicia plena y no la medida de lo posible con el sentido de imposibilitar la banalidad del mal y la impunidad biológica en Chile hacia la ruta de los 50 años del golpe cívico militar: El Estado debe asumir una voluntad ética-política de romper desde el mismo Estado los pactos de silencio–cómplice; Socializar y Visualizar los nombres de los perpetradores y represores; Diseñar planes curriculares transversales para educar en Derechos Humanos desde la educación básica hasta las escuelas matrices de la Defensa Nacional; Abrir todos los archivos sin excepción con el sentido que se conozca esa historia, que es nuestra historia, por ende, instaurando memorias de construcción democrática, popular y participativa.

 “La Debilidad perdona, la Verdad no;
el odio al mal es un deber…
Cuando todos perdonan, yo acuso,
cuando todos absuelven, yo denuncio;
yo no perdono el Crimen”
(José Vargas Vila, 1998)

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1 Comentario

abechtold

abechtold

La existencia del Estado mismo, como maquina ideológica y no como un prestador de servicios a la ciudadanía es lo que explica este tipo de personajes. Por lo mismo, cuanto menos poder tenga el Estado, es mejor para las personas. El problema es que las personas estatistas confían en que el Estado es una conjunción de seres luminosos que buscan el bien común (por eso quieren agrandarlo)…pero casos como los del guatón Romo o Eichmann muestran que el Estado puede ser el hogar se seres terribles, por el mero hecho de que hay una ideología que los ampara