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Pedro Sánchez, un mal jugador de Póker

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La repetición electoral en España no ha traído buenas noticias para la izquierda. El partido de ultraderecha de Santiago Abascal, Vox, es el gran ganador. Hace un año era una formación extraparlamentaria. Hoy cuenta con 52 escaños y lo eleva a la condición de tercera fuerza y desata la euforia en los sectores más reaccionarios de la sociedad. El resultado ha significado el reforzamiento de la polarización, tras verse dinamitado Ciudadanos, y la espectacular entrada de la CUP (Formación anticapitalista y separatista de Cataluña) en el Congreso, son las dos principales conclusiones de la jornada.

Por otro lado, la relación en el bloque de las izquierdas, lejos de mejorar, se ha deteriorado considerablemente; especialmente entre Pedro Sánchez (PSOE) y Pablo Iglesias (Unidas Podemos).

La noche electoral no cumplió las expectativas que se habían planteado Pedro Sánchez y el PSOE: bajó de 123 a 120 escaños y perdió cerca de 800.000 votos y la mayoría absoluta en el Senado. La convocatoria electoral ha sido un mal negocio para Sánchez. El PSOE gana las elecciones, pero no consigue sumar un solo diputado más; al contrario, ha perdido tres y con un escenario de pactos aún más complicado, con el bloque de la izquierda más débil, con la ultraderecha más fuerte y sin lograr que la gobernabilidad deje de depender de los partidos independentistas. El resultado no es halagüeño: repetir elecciones, después de ganarlas, para ir a peor.

Los socialistas no calibraron bien el efecto de la sentencia sobre el procés del 1-O (la declaración unilateral de la independencia de Cataluña por parte del Parlament) como tampoco supieron ver el efecto del temor creciente a la desaceleración económica de cara a las elecciones sería muy distinto a lo previsto. La ralentización se acelera y la economía crece por debajo del 2% y se crearan menos puestos de trabajo.

Lejos queda aquel mes de abril en el que centenares de militantes gritaban eufóricos la victoria de Pedro Sánchez. Este 10 noviembre, el PSOE ganó, pero no hubo ni alegría, ni cánticos y también una profunda tristeza matizada por el sentimiento de que el mismo PSOE que sacó a Franco del Valle de los Caídos ha exhumado a la ultraderecha española.

En el PSOE, hay voces que creen que la estrategia de centrar la campaña en la estabilidad ha fracasado y que habría tenido mejor resultado explotar el eje izquierda-derecha, que se adoptó en la recta final con un mensaje nítido frente al miedo a Vox. También, algunos dirigentes socialistas ven ahora complicado negarse a una coalición con Unidas Podemos, ya que se necesita el apoyo de Unidas Podemos, Más País, PNV y varios grupos minoritarios además de la abstención de Ciudadanos y los independentistas para permitir que Pedro Sánchez sea investido presidente del Gobierno por el Congreso.

Unidas Podemos ha obtenido siete diputados menos que en abril, tenía 42 diputados y ahora 35. Por el camino se ha dejado alrededor de 700.000 votos y no frena la sangría que sufre desde que en 2015 ha descendido de seis millones a los tres millones de este 10-N. Pablo Iglesias acumula su enésima cita con las urnas a la baja -el 2016 obtuvo 71 escaños- Deberían preguntarse cuál es la causa y no culpar, simplemente, al contexto del momento. El líder de UP, aunque resiste en un contexto de división de la izquierda y retrocede notablemente, mantiene su exigencia de una coalición de gobierno con el PSOE.

Errejón (Más País), por su parte, fue incapaz de aprovechar el desencanto del votante de izquierdas por la falta de acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos, obteniendo solo 3 escaños.

En el sector de las derechas, la derrota Ciudadanos es tan rotunda que deja al partido herido de muerte. Su estrategia de campaña por ver quién ofrecía la respuesta más radical frente a las posturas independentistas en Cataluña ha perdido más de 2.500.000 de votos y 47 escaños, quedando relegado a la sexta fuerza del Congreso, con solo 10 diputados y superado por Vox, Unidas Podemos y ERC.

Con el mapa político que ha salido de las elecciones, es muy iluso esperar que el nuevo gobierno, si los partidos consiguen ponerse de acuerdo, logre encauzar la cuestión catalana en unos términos aceptables para la mayoría de los habitantes en esa región,

La emergencia de Vox hizo que Ciudadanos dejase de ser el principal beneficiado de la polarización identitaria causada por la cuestión catalana. Tardó demasiado Albert Rivera en entender que la llegada de Vox le arrebataría poco a poco la bandera del discurso más beligerante contra el independentismo catalán (casi una de las razones de ser de Ciudadanos), pues Vox se alimenta del odio a las autonomías regionales y por reimponer un Estado franquista hipercentralizado y cuyas propuestas son más atractivas para los sectores más exacerbados del ultranacionalismo español. La crisis en Catalunya, por tanto -al ocupar todo el espacio de la campaña electoral- fue un caladero de votos para Vox y no para Ciudadanos. Además, el nuevo liderazgo de Pablo Casado en el PP -recuperando viejos apoyos mediáticos- achicó el espacio de Ciudadanos en la centro derecha.

La batalla interna de la derecha que el 28A le disputó Albert Rivera a Pablo Casado ahora la ha jugado Santiago Abascal. Hace seis meses, el líder de Ciudadanos se quedó a nueve escaños de superar al PP; ahora ha conducido a su partido descalabro en las urnas, y el desgaste que su figura pública ha sufrido en los últimos meses lo obligó a dimitir al liderazgo de su partido y a su escaño, acabando con la fulgurante carrera de uno de los representantes, junto a Pablo Iglesias, de esa “nueva política” cada vez más añeja.

El problema territorial de Catalunya ha dificultado un acuerdo sobre un proyecto transformador para toda España, y la falta de un proyecto de cambio para toda España ha reforzado al independentismo y beneficiado a la extrema derecha por la parálisis política de estos últimos años.

Con el mapa político que ha salido de las elecciones, es muy iluso esperar que el nuevo gobierno, si los partidos consiguen ponerse de acuerdo, logre encauzar la cuestión catalana en unos términos aceptables para la mayoría de los habitantes en esa región, o se pueda rescatar aquellos proyectos para modernizar la economía, revitalizar el sistema político y dar nuevo aliento a un proyecto atractivo para mejorar la educación, el sistema de justicia, el marco laboral, el sistema de pensiones, el estatuto de los partidos políticos, ya que el banderín del patriotismo y el discurso del españolismo, del orden y de la autoridad continuará siendo la cuestión monotemática de la política española, acaparando las energías de los partidos como lo ha sido en esta campaña.

Para que España no quede bloqueada, hay que desbloquear la relación con Catalunya. Este es el problema más importante con el que tiene que enfrentarse el sistema político español, al que no se puede dar respuesta ni con la Ley de Seguridad Nacional, ni con el 155 de la Constitución ni con el Estado de excepción. Con este tipo de respuestas el bloqueo no hace más que aumentar el ultra nacionalismo español y dar más municiones al separatismo catalán.

Lo que se busca en esta ocasión es rapidez y no dilatar negociaciones. El objetivo es claro: España tiene que tener Gobierno antes de fin de año y desterrar cuanto antes el fantasma de unas terceras elecciones. Se trata de acertar y dar una lección de inteligencia y liderazgo colectivos por el bien del país, de la democracia y la justicia social.

Y la alternativa vuelve a ser o pacto entre PSOE y Unidas Podemos, o repetición de elecciones.

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