La mayoría de los que defienden y justifican las atrocidades que se cometieron en esa noche larga y oscura llamada dictadura militar dicen, entre otras cosas, que «lo que pasó, pasó», «viven del pasado», «resentidos sociales» y nos llaman a que «olvidemos».
Y no, no se puede olvidar lo que se hizo. La historia ya se escribió, ya fue, aunque algunos intenten que hagamos que nunca pasó nada, no se puede. Querámoslo o no, tanto Pinochet como los miles de detenidos desaparecidos, son parte de una página negra en la historia de este país. Otros llaman a «perdonar», no se puede hacer eso si no hay arrepentimiento de las partes que ocasionaron todo lo que se tuvo que tragar durante larguísimos 17 años.
Así lo creyó Estela de Carlotto, así como tantas madres y abuelas de la Plaza de Mayo, quienes al término de la dictadura argentina -que en cifras y consecuencias fue más sanguinaria e igual de nefasta que la del caballero aquel- no dudaron en clamar justicia. ¿Y qué pasó allende Los Andes? Allá la justicia si funcionó y Jorge Rafael Videla, junto con otros genocidas, murieron en una cárcel. ¿Y acá? A Pinochet se le dio un poder secreto y nunca se le juzgó como debió.
Carlotto vivió 37 años esperando que apareciera su nieto, al igual que tantas otras personas que entre 1976 y 1983 tuvieron que sufrir canalladas como la apropiación y secuestro de bebés, junto con torturas varias que, por respeto, no voy a describirles.
Carlotto siempre pidió tres cosas, que son a la vez, los lemas de las agrupaciones de derechos humanos en la Argentina: «Memoria, verdad y justicia». Si hay algo que le destaco a Cristina Fernández de Kirchner, así como a Néstor -que ambos no son santos de mi devoción-, es que no le tuvo miedo ni a los poderes fácticos ni al supuesto poder de los dictadores, los llamados «viejos vinagres», a quienes no dudó en meterlos en prisiones perpetuas. Algo que los gobiernos de la vieja Concertación nunca hicieron una vez instalados en el poder.
Carlotto nunca se rindió, nunca doblegó en su búsqueda de justicia, así como de su nieto. Y esta semana su espera terminó con un final feliz: Guido, un músico que a la fecha era casado y vivía en Olavarría, se presentó voluntariamente a una prueba genética por dudas sobre su verdadera identidad, la cual salió un 99.9% positivo.
Estela de Carlotto siempre pidió tres cosas, que son a la vez, los lemas de las agrupaciones de derechos humanos en la Argentina: "Memoria, verdad y justicia".
Que esta lucha de nuestros vecinos sirva de lección para nosotros, quienes aún sufrimos el triste legado de Pinochet que algunos justifican, pero que otros intentamos desterrar para siempre. Algo que los argentinos superaron, pero no por eso olvidaron ni tomaron cartas en el asunto.
Y como dijo el gran dibujante Liniers: «No pudieron robarle abrazar a su nieto».
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Foto: jªvi / Licencia CC
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