El panel del vehículo marca una temperatura exterior de un grado bajo cero. El conductor nos lleva a nuestro hotel en Vilna por una carretera impecable y la señalética al costado del camino marca las distancias de la ruta:
Para Lituania y para la comunidad internacional, Bielorrusia y su capital son, en la práctica, territorio ruso. Ya en el hotel, el recepcionista nos recomienda una aplicación de transporte local para movernos («más barata que Uber», según dice) y lo primero que aparece en la pantalla de bienvenida es un corazón con los colores amarillo y azul como forma de solidaridad con el pueblo ucraniano.
La bandera de Ucrania está en todas partes. En los pines metálicos de las tiendas de souvenirs, en los edificios públicos, en la publicidad callejera y en el menú de los restaurantes. Museos y otras atracciones turísticas ofrecen precios rebajados para ucranianos y encendidos debates se emiten en la televisión local. Memoriales en honor de Alexei Navalny se han instalado en las ciudades capitales de Estonia, Letonia y Lituania y las embajadas se mantienen cercadas por las manifestaciones periódicas entre adherentes y adversarios.
En Riga, las misiones diplomáticas de Rusia y Ucrania están una al frente de la otra y la calle que las separa ha sido renombrada por las autoridades locales como «Ukrainas Neatkaribas iela» (Calle de la Independencia de Ucrania). Un enorme cuadro de Vladimir Putin con rostro de calavera cuelga de uno de los muros de la delegación de Kiev.
Las pequeñas repúblicas están repletas de guiños y testimonios en contra de cualquier forma de intromisión extranjera. En los últimos 800 años, las tierras de esta parte de Europa han sido disputadas por poderes provenientes de todos los puntos cardinales, siendo Rusia la principal amenaza existencial. El motivo está en los estupendos puertos del Báltico, que no se congelan en invierno y estimulan, desde siempre, los apetitos imperiales.
El escritor letón Vitis Vitols dice que Vladimir Putin está repitiendo los mismos patrones de Stalin, Pedro I e Iván el Terrible, y que lo mejor que pueden hacer estos países es promover la expansión de la OTAN hacia las mismas puertas de Moscú, idea loca que cobra mucho sentido por aquí. El libro donde expresa esta opinión, publicado tras la invasión rusa de Crimea en 2016, fue un absoluto best seller y motivó a una editorial canadiense a imprimirlo en inglés en 2022.
Los pueblos del Báltico han sido testigos del avance y el repliegue de las fronteras a lo largo de los siglos, tal como las olas de espuma sobre la arena, lo que ha creado una rica geografía humana.
La bandera de Ucrania está en todas partes. En los pines metálicos de las tiendas de souvenirs, en los edificios públicos(...) Museos y otras atracciones turísticas ofrecen precios rebajados para ucranianosy encendidos debates se emiten en la televisión local
En una distancia que no supera el trayecto entre Santiago y Temuco, tres países con sus propios idiomas y culturas se relacionan y conviven con su pasado. Los polacos de Lituania insisten majaderamente en reclamar soberanía mediante el lenguaje, llamando a Vilna por su nombre polaco (Wilno), mientras los locales les recuerdan que esta ciudad fue la capital del Gran Ducado de Lituania y que sus confines llegaban a las mismas puertas de Varsovia. La costanera de Tallin está coronada con un monumento ruso inaugurado por el mismo Nicolás II y en Riga, el Monumento a la Libertad, erigido en honor a los independentistas de 1918, se encuentra a menos de 300 metros de la Catedral de la Natividad, principal templo de peregrinaje de los ortodoxos rusos.
Es domingo, y el Museo Nacional de Lituania, ubicado en el centro histórico de Vilna, ofrece una interesante exposición sobre la influencia de la narrativa soviética en el arte lituano. El título del montaje (Unresolved composition o «composición no resuelta»), hace referencia a la etiqueta con que eufemísticamente los censores rusos tachaban las obras prohibidas durante sus años de ocupación.
El mejor ejemplo del arte «autorizado» es la pintura «La Liberación de Klaipeda», que forma parte de una colección de cuadros de guerra y que refleja en toda su majestad la estética de la propaganda soviética: un general del Ejército Rojo de mentón ancho proyecta su pecho en pose de triunfo, con sus hombres y la bandera de la Unión Soviética en segundo plano, «liberando» el puerto lituano de Klaipeda de la ocupación nazi.
En los últimos tres siglos, los países bálticos han sido independientes solo en dos momentos: tras la caída de los zares en 1917 y después del colapso de la Unión Soviética en 1991. La historia de sometimiento y ocupación vive en la conciencia colectiva de estos pueblos y hacen cobrar sentido a una de las tantas frases del libro de Vitols:
«Si cae Ucrania, vendremos nosotros después».
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Cote Campos
Excelente! Gracias por educar
Oscar
Interesante e informativo relato. Fue muy valiente la decisión de Lituania de prohibir que transiten por ese país rumbo a Kaliningrado los trenes y mercancias desde rusia. Putin es un peligro para Ucrania, para los paises Balticos, y para los rusos. La mafia de amigos personales que Putin convirtió en empresarios multimillonarios capitalistas identicos a cualquier otro país con modelo de libre mercado, deja en evidencia que la guerra contra Ucrania es solo una guerra colonialista de expansión territorial. Mientras, en Rusia hay millones de rusos sin baños, sin wc ni alcantarillas. Putin es un aspirante a Zar, sin nada positivo que ofrecer a los rusos, que manda a morir a una guerra a la que los hijos de la elite en el poder, no va. Solo mueren las minorías étnicas, los reos, y los obligados a ir por ley.