La primera vez que oí esta palabra, fue hace muchos años mientras leía algunos textos de psicología social y sociología, sobre personas que habían sobrevivido a diferentes traumas durante sus vidas. De alguna manera, se encontraba un hilo conductor en cientos de historias de personas, que como ustedes o como yo, nos enfrentamos a situaciones que difícilmente podemos controlar. Hay algunos que viven toda una vida de miserias, y que son capaces de lograr salir adelante y representan ejemplos para la sociedad; otros, son capaces de sobrevivir, porque esa es la palabra adecuada “sobrevivencia”, a un dolor tan grande e imprescriptible, como lo es el abuso sexual. En todas esas historias, hay seres humanos que más allá de sus contextos y particularidades, construyen un relato desde el dolor, en el cual son tan vulnerables como puede ser un niño o niña con pocos días de nacimiento. Es en este dolor donde se amalgaman emociones, afectos, dolores y la complejidad que nace inexorablemente de aquellos instantes que no están en tus manos.
Pero el dolor y la transformación de éstos en una fuerza de cambio, no son para nada lineales, ni tiene reglas o procedimientos estandarizados. Cada historia, cada persona, es un propio universo, lleno de reglas y particularidades determinadas. En éstas vidas, podemos encontrar lo más puro de la naturaleza humana, y que hace que cada día, se luche con todas las fuerzas para no caer, sino para seguir, avanzar y ser en esos momentos, completamente conscientes de la felicidad que representa ese breve espacio y tiempo determinado.
Inexorablemente todo lo anterior decanta hacia lo social, y es en nuestra sociedad donde todo aquello que evidencia algún elemento parecido a debilidad, es mal visto y ocultado para no ser objeto de críticas. El dolor interior de nuestra vida, es una carga que usualmente se obvia, se oculta y esconde como un tesoro. Los miedos vencen y nos acorralan ante la presión del entorno que tenemos. Pero están los que se atreven, lo que rompen el cerco y luchan por simplemente, sobrevivir. Son ellos lo que al final, trascienden en su honestidad con sí mismos, y que nos muestran que a pesar de lo oscura que pueda ser la noche, siempre habrá un amanecer. Es en ese clamor, donde nos dignificamos como seres. Está en nuestra biología, nuestra genética y epigenética, en lo que diariamente damos y no damos ante la vida, y es precisamente lo que no damos, aquello que más se vincula a lo que nos ocultamos de nosotros como personas.
"En éstas vidas, podemos encontrar lo más puro de la naturaleza humana, y que hace que cada día, se luche con todas las fuerzas para no caer, sino para seguir, avanzar y ser en esos momentos, completamente conscientes de la felicidad que representa ese breve espacio y tiempo determinado."
Debemos aprender a ser honestos consigo mismos. Exponer nuestra emocionalidad y afectos, darnos cuenta que no nos hace más débiles, muy por el contrario, porque ese dolor traumatizante y que caló tan profundo que incluso transmitimos como dolor epigenético a las siguientes generaciones, puede servir para que otros sean capaces de enfrentarlos y cambiar sus vidas. Es una oportunidad al fin al cabo, y debemos dar gracias de ello, aunque sea raro y extraño aquello. Porque al final estamos determinados por nuestras experiencias, sean buenas o malas, y estas últimas, son aquellas que nos hacen aprender de mejor forma, avanzar y crecer en esta vida de incerteza pero que nos definen como seres llenos de esperanza en que después de esas terribles noches, podremos por fin tener un buen amanecer.
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