Días de agitación, de tomas y retomas, de protestas estudiantiles desprovistas de objetivo político, que salvo el ritual de los jueves en la calle, estamos ante un movimiento carente de visibilidad, no siendo heredero del gran movimiento estudiantil que cimentó la reforma universitaria, ni tampoco de la potencialidad en las ideas y el liderazgo para juntar adhesiones que desplegaron el 2011.
Qué lejos se ve este movimiento intrasistema, con un claro objetivo economicista, que satisface objetivos de ultraderecha y ultraizquierda, que ataca símbolos sagrados que son defendidos con debilidad incluso por quienes le rinden diariamente su devoción y que, en otras culturas, las que admiran, habría significado la pena capital para sus hechores. No se trata de atacar la violencia con más violencia pero si recordar a una Iglesia activa, capaz de hacer marchar 100 mil jóvenes tras la imagen de Cristo.
Y todo ello no es casual porque todos sabemos que los costos de estas acciones se cargan al Gobierno y las demandas estudiantiles, en lo específico, no atacan el discurso de defensa de una educación superior protegida para los pobres que propicia la derecha. Y lo mejor, que demandan una mayor participación en un modelo económico que dicen rechazar, pero a su vez luchan por participar de sus logros, con esta confusión ganancia plena de opositores.
Contrasta tal orfandad ideológica, quizás porque ya no se produzca conocimiento en la Universidad, con la claridad de los estudiantes en los años setenta que instalaron un lienzo en el frontis de la Universidad Católica con la consigna “Chileno: el Mercurio miente”, verdad irrebatible que hasta estos días mantiene en alerta nuestra conciencia. Además, añoramos una Universidad luchando por su autonomía con su Rector, Edgardo Henríquez, marchando junto a los estudiantes para impedir que la fuerza pública irrumpiera en los recintos universitarios.
Mención aparte merece la facilidad con que el Consejo de Rectores, que funciona en dependencias y con presupuesto del Ministerio de Educación, se desmarca para discutir públicamente las políticas gubernamentales en lugar de ser propositivos en el contexto de un sistema nacional universitario y no de defensa de la subsistencia de cada una de sus ínsulas. Lo hacen bajo la figura de un consorcio de universidades poniendo en evidencia sus propósitos puramente económicos financieros y con una falta de pudor para defender los desmesurados aranceles que los hace comportarse más bien como sostenedores, alejándose del rol de “Rector Magnificus” que debieran representar.
Porque discutir recursos presupuestarios sin ofrecer un modelo de Universidad, es engañar a quienes los financiamos, es traicionar la gran reforma universitaria y reinstalar el modelo napoleónico que concebía la Universidad como una fábrica de profesionales separadas de la actividad científica e investigativa. Queda en cuestión nuevamente el fin social de tales casas de estudio y que como dijera el Presidente Allende en la Universidad de Guadalajara “la financian los trabajadores (campesinos y obreros) cuyos hijos en su inmensa mayoría no tiene acceso a ella”.
Contrasta tal orfandad ideológica, quizás porque ya no se produzca conocimiento en la Universidad, con la claridad de los estudiantes en los años setenta
La gratuidad de la enseñanza es el tema, lo que pasa de acuerdo al programa de gobierno con que los alumnos ubicados hasta el séptimo decil, que no paguen por la enseñanza y formación profesional recibida, lo que significa que quien paga el servicio es el estado y no las universidades. Estas entidades deben ser gestionadas con absoluta transparencia destinando los recursos percibidos a una docencia de alta calidad, a desarrollar proyectos de investigación compatibles con las necesidades de desarrollo del país y con políticas de extensión que acerquen la cultura y los nuevos conocimientos al alcance de la población.
Por otra parte, resulta insoportable la baja producción académica que pueden exhibir quienes dirigen las Universidades y que los premios nacionales, nuestros creadores, estén carentes de recursos para ejecutar proyectos en beneficio de nuestro país. Un signo evidente de esta crisis lo representa el hecho que el mayor aporte intelectual que nos puede ofrecer alguien que dirige una prestigiosa Universidad no sea a través de una revista de divulgación científica internacional sino de una columna semanal en El Mercurio.
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fernando
Excelente artículo Carlos, felicitaciones. El sentido de toda acción es fundamental, más aún lo es cuando hablamos de Universidad.
Rodrigo Rivera Ascencio
Hoy la Universidad duele…está des-orientada; socavada por el sin-sentido de una Sociedad que no define qué Educación (y País) quiere. Es la hora del slogan, la antesala del populismo
Saludos