El Presidente Pedro Aguirre Cerda fue electo en 1938 utilizando como eslogan la frase: “gobernar es educar”. Invirtió en la construcción de cientos de escuelas, haciendo énfasis en lo estratégico que era la educación para intentar sacar al país del atraso e industrializarlo para llevarlo al desarrollo.
Han pasado las décadas, es mediodía de un día de semana, cientos de profesores marchamos bajo el sol. Debiésemos estar en las aulas educando a los jóvenes y niños más vulnerables, pero no: estamos en las calles de varias ciudades del país. Demandas históricas, necesidades salariales, jubilaciones de miseria, jornadas extenuantes de clases, escaso tiempo para preparar la enseñanza, y ausencia de una carrera docente. Todos estos planeamientos no son nada nuevo, se vienen repitiendo hace más treinta años. En efecto, la dictadura provocó una merma salarial y, peor aún, el desmedro del rol social del educador.Los profesores debemos estudiar en forma permanente, actualizarnos, reflexionar sobre nuestras prácticas de aula, leer, adquirir libros especializados. ¿En qué tiempo, con qué recursos?
Los gritos, las pancartas, muchas personas solidarizan con sus bocinas. Seguimos adelante mientras los sectores políticos discuten sobre los alcances de la reforma, discusión que ha tenido a múltiples actores, pero mantiene a los profesores alejados de este proceso fundamental.
Mientras muchos docentes marchan, otros tantos siguen en sus aulas. Son aquellos que se desempeñan en el sector privado y subvencionado, quienes de plegarse a una jornada de paralización, probablemente los despedirían. Esto divide y debilita al movimiento de profesores. Y un actor social en desventaja tiene menos posibilidades de obtener avances en sus exigencias.
La sociedad exige a los docentes que eduquemos con calidad, que no sólo generemos aprendizajes cognitivos, sino además fortalezcamos los principios valóricos de nuestros alumnos. Y cada problema social -drogadicción, alcoholismo, embarazo precoz, acoso escolar, agresividad, discriminación, obesidad infantil, por nombrar los más relevantes- son endosables a nuestra responsabilidad, pues siempre las autoridades y especialistas terminan apuntando a que la obligación de prevenir estos problemas empiezan por los mismos de siempre: los profesores.
Lo anterior podría ser concebible siempre y cuando los docentes tuviésemos el tiempo y las herramientas adecuadas para poder abordar estas temáticas.
La marcha está por llegar a su término. El sol y el cansancio se sienten, las consignas se reiteran, pero ¿sabrán las personas el trabajo y las necesidades que tenemos los docentes? De partida, miles de docentes trabajamos en dos y tres establecimientos educacionales. Sí, seguimos siendo llamados “profesores taxis”. Miles de nosotros estamos a contrata -contratos a plazo fijo que terminan en febrero del año siguiente y si se reanudan, es por un año más- situación que puede persistir por años. Y si bien los profesores de colegios privados pasan a contrato indefinido al tercer año, sucede que muchos de estos establecimientos despiden a los docentes al término del segundo año.
Los profesores carecemos de tiempo para las tareas pedagógicas. Muchas críticas hay respecto a la calidad de la enseñanza, pero debiesen considerar que un profesor de treinta horas cronológicas termina realizando 28, 29 o 30 horas de clases pedagógicas, y parte del tiempo libre (7 horas), deben ser dedicadas a consejo de profesores, atención y reuniones de apoderados, entre otros deberes igualmente significativos. Entonces, a qué hora se planifica, en qué momento se preparan los materiales didácticos, en qué instante se corrigen los instrumentos de evaluación, por nombrar algunos quehaceres pedagógicos.
Los profesores debemos estudiar en forma permanente, actualizarnos, reflexionar sobre nuestras prácticas de aula, leer, adquirir libros especializados. ¿En qué tiempo, con qué recursos?
La marcha termina, un discurso final, los consabidos aplausos, y la convocatoria para el día siguiente. En el trayecto hacia el hogar, paso por el frontis del Liceo, que se encuentra extrañamente silencioso. Este día no hubo clases, los alumnos se quedaron en sus casas, y si bien para ellos puede ser una buena noticia, no imaginan lo malo de su situación. Al fin y al cabo, para variar, la sociedad es desigual. Mientras los hijos de las familias con recursos siguen en sus aulas atendidos por sus profesores que deben esconder sus legítimas reivindicaciones, los hijos de las familias más humildes y pobres se quedan sin clases, pues sus profesores deben salir a las calles para presionar al Gobierno de turno para obligarlo a atender sus planteamientos.
Pienso en todo esto al llegar a casa. Los canales no informan nada de las marchas docentes ni del paro. Las radios tampoco. Es más importante una declaración del futbolista de moda o el último look de la farandulera del momento.
Hay una carpeta en la mesa de centro, son las pruebas que me esperan. Durante unas horas debo olvidar los sinsabores del estado de abandono y de indiferencia en que estamos sometidos los profesores chilenos que, se supone, somos los actores que debemos llevar al aula la mentada reforma educacional.
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