Tan luego Medusa cepilló su cabello, se dio cuenta que tenía mucho que pensar. Siempre ese dolor interno y no poder verse delante de un espejo, la hacía llorar profundamente. Sus ansias de mujer añoraban sentir las caricias de un hombre, no obstante todo aquel que se le acercaba quedaba petrificado por su belleza coronada por bellas serpientes.
Los hombres la buscaban, pero la maldición que recaía en ella y su estirpe la dejaba condenada a la soledad. Una soledad que maldecía en esas noches oscuras cuando los vientos silbaban entre sus amantes de granito, los cuales llegaban a fisgonearla para poder contemplar su magnificencia.
Tan cerca, pero tan lejos a la vez, pensaba al ir caminando por medio de los bosques oscuros. Tan fuerte como era y tan incapaz de escapar de sus propias maldiciones que al final recaían en ella misma. No podía soportar más tener que oírse, preguntándose las razones o locuras las cuales la hacían tomar con calma sus mayores retos. Un reto que la hacía ver que la vida es piedra, y que la única forma de poder salir de ella era buscar la forma de mirar a otros con esa pasión ardiente de las serpientes, quienes siempre le hablaban en murmullos al oído.Ella siempre deseó ser la iluminada y sabía con certeza que lo era. Una diosa en medio de hombres mortales.
Medusa se sentaba cada día esperando ver si el sol podía reflejar algo de ella, sin tener que perder la cabeza como estaba escrito en la palma de la mano. “Cuídate de aquel que no te deje hablar”, recordó la plegaria de una pitonisa. Como odiaba que no la dejaran contar sus historias y añoraba cuando era el centro de atención en cada fiesta que iba. Condenada por su belleza banal y desprotegida en su soledad, recordaba a cada minuto lo que fue en sus años virginales.
Pero fue dándose cuenta que sí tenía ojos, poseía cientos de ellos, y en sus víboras, aunque fuese por un instante pequeño, podía medio vislumbrar su apariencia. Ella era autosuficiente, no necesita ningún hombre que la hiciera sentir mujer. Por mí, miles de mujeres sabrán que la belleza se lleva en el interior, y no en las máscaras, por mí sabrán que uno mujer puede ser tan fuerte que puede dejar helado a un hombre, seré el símbolo de la belleza de las condenadas y tatuadas que cargan un corona de serpientes, meditó convencida.
Ella siempre deseó ser la iluminada y sabía con certeza que lo era. Una diosa en medio de hombres mortales. Dioses crueles la habían hecho pagar por eso, así mismo como a Prometeo por compartir el conocimiento.
-No seré yo una mujer condenada por un hombre, vendrán muchas después de mí para defender mi causa, y darme mi lugar en la historia-, se decía. Un símbolo de todo lo bello que al final se termina reflejando en todos los lugares, de esa forma ordenó su ornamentas doradas y puso en un jarrón la basura dejada por esos machos que la buscaban solo para saciar sus apetitos sexuales y fantasías eróticas. Acarició tiernamente a cada una de sus víboras, estas se movían con velocidad sacando sus viperinas lenguas, pues eran sus propias hijas de color morado.
Sabía que Perseo estaría cerca y que la historia siempre recuerda a los victoriosos y crea héroes para historias felices. Al final, como una orgullosa mujer única, mordió su lengua, donde realmente estaba concentrada toda la ponzoña de sus iras de sus mismas mascotas para poder ser inmortal. Nadie le cortaría la cabeza, pues ella ya sabía que no hay hombre que valga la pena para perderla.
………..
Las serpientes salieron deslizándose por un claro de un bello valle. Medusa pudo al fin ver su rostro con sus ojos en una laguna cristalina llena de narcisos, sin nada que decir, pues ya sin lengua no podría contar nada, pero de todos modos que importaba, era libre del qué dirán.
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