Recientemente, conversando con una profesora de Historia, me comentaba su preocupación por la respuesta que daban jóvenes de primer año universitario en una de las Universidades más importantes de Chile: frente a la pregunta de si iban a votar en la próxima elección, algunos dijeron “sí”, pero pocos. La mayoría hizo muecas de desdén y dijo “quizás”; otros definitivamente no lo harían por desafección con la situación actual del país. Un silencio adornó nuestra conversación: “somos de otra época – me dijo – a mí ya no me parece interesante esta cuestión de la abstención. Me da miedo”.
En esta declaración final de la profesora apareció la memoria, ese caballo desbocado que todos portamos y se manifiesta cuando hablamos de la experiencia temporal propia, individual, circunscrita a nuestro propio ser y que, en suma con otras experiencias, construye la memoria colectiva que tenemos sobre el pasado; aunque siempre dialogando, naturalmente, con su prima hermana rigurosa, metodológica y evidentemente reguladora: la Historia.
¿Cuánto de memoria tiene el desprestigio político actual y la desafección a la democracia como mecanismo de representación? ¿cuánto de memoria tiene la virulencia con la que se critica el modelo democrático del presente? Los hechos actuales dan la razón a la crítica: representatividad escasa, partidos políticos por el suelo, desconfianza de los electores, alta abstención, casos de corrupción a la orden del día y poca credibilidad de las instituciones. Los intelectuales y los políticos han coincidido en que Chile se encuentra en una importante crisis de confianza que podría afectar el sistema democrático imperante. Aparentemente, es la peor crisis de este tipo desde el retorno a la democracia.
Sería un error suponer que nunca hemos estado peor: Chile atravesó por 17 años de dictadura en los que ninguno de estos problemas habría sido posible porque sencillamente no existía democracia. La historiografía, ese entramado de aproximaciones teóricas que intenta darle sentido al pasado, ha escrito ríos de tinta sobre ello y hoy sólo unos pocos fanáticos adhieren a la figura pinochetista y su régimen a pie juntillas. Pero, ¿y la memoria? ¿cuántos padres que vivieron en dictadura habrán transmitido a sus hijos el valor abstracto de la democracia, la libre expresión y el no sentir miedo a ser tomado preso y torturado? ¿en cuántas familias se habrá transmitido el trauma del pasado dictatorial? Al menos en los textos escolares de los años ’90 bajo los cuales muchos de nosotros fuimos educados, el golpe de Estado era el punto final de una traumática historia de polarizaciones que sólo se retomaba con el plebiscito del “Sí” y el “No” en 1988. La experiencia transmitida, esa cuota de memoria que sólo nos puede llegar a través de un otro que nos la cuenta, se veía seriamente restringida en este aspecto.
Quizás la desafección actual a la democracia sí esté falta de memoria, evidenciando la primera brecha generacional del siglo XXI chileno: para quienes hoy acceden al voto y a la participación política, la democracia es una obviedad que cuesta imaginar perdida.
Quizás la desafección actual a la democracia sí esté falta de memoria, evidenciando la primera brecha generacional del siglo XXI chileno: para quienes hoy acceden al voto y a la participación política, la democracia es una obviedad que cuesta imaginar perdida.
En el aclamado libro “Algo va mal”, Tony Judt evidencia, explica y analiza la brecha generacional de su generación: quienes habían vivido la Gran Depresión y la IIº Guerra Mundial veían en el Estado de Bienestar la solución a muchos de los problemas del pasado. Para esa generación, verdaderamente se trataba de un sistema con problemas y mejorable, pero nada se comparaba a las penurias del pasado. La generación de Judt, que había crecido bajo el paraguas de ese Estado benefactor, se lanzó a las calles a fines de los ’60 para criticar lo que ellos consideraban una administración pública ausente de los problemas reales de los trabajadores, generando un gran movimiento de masas que se replicó en muchas otras partes del mundo. Las grandes transformaciones proclamadas por esa nueva generación nunca llegaron, pero luego de algunos años sí llegó una gran asolada conservadora encabezada por una británica de hierro y un viejo actor estadounidense con escasa historia política que al poco andar se transformó en un ícono del conservadurismo.
Los hechos conocidos por la opinión pública, las cifras de desafección por la política y la sensación de desconfianza instalada en el último tiempo dan la razón a la crítica del sistema democrático actual. La Historia nos ha mostrado con énfasis el pasado reciente y traumático de Chile, pero quizás nos falte un poco más de memoria, un poco más de esa experiencia transmitida que viniendo de un otro puede darle una orientación decisiva a nuestros actos y una nueva valoración a aquello que damos por sentado.
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