Se percibe una amplia mayoría de ciudadanos a favor de la inscripción electoral automática. Imagino que todos piensan que se trata, simplemente, de evitar un trámite innecesario. Hoy por hoy se paga las cuentas, se administra la cuenta corriente, se compran entradas para el cine y se lee el diario por internet. ¿Por qué entonces debiera ser diferente el caso de inscribirse para votar?
No estoy tratando de reinvindicar la burocracia, pero ¿alguien me puede explicar cómo va a funcionar eso?
Muy simple – me han dicho – nace una criatura en Tocopilla, la inscriben al día siguiente en el Registro Civil y 18 años más tarde está habilitada para votar.
Me parece que es algo más complicado. Resulta que si no se inscribe, tendría que votar en Tocopilla. Si entre tanto está trabajando en Puerto Natales, tendría que inscribir su cambio de residencia en el Servicio Electoral. ¿No es cierto? Para presidente daría lo mismo dónde votar, pero para el caso de los concejales, alcaldes, diputados o senadores, no. De manera que cualquiera que no esté residiendo en el lugar de nacimiento, tendría que cumplir ese trámite. ¿Me equivoco?
Y como muchísimos chilenos no residimos en el lugar de nacimiento, es ilusorio hablar de inscripción automática para todos ellos. Le estaríamos mintiendo a la ciudadanía.
¿O se estará pensando en la locura de poner todas las mesas en línea, de manera que desde Puerto Natales se pueda votar por el alcalde de Tocopilla? Digo locura no porque sea imposible.
Supongamos que se compran 35000 computadores para tener uno en cada mesa. ¿Se imaginan el despelote? No veo a los respetables ciudadanos de Pelotillehue operando un sistema en línea de alta complejidad en el que haya que digitar miles de cifras en una jornada. Eso sería una situación de altísimo riesgo en términos de credibilidad. En vez de acelerar o simplificar el proceso, lo demora y lo dificulta.
Nuestro sistema actual (antiguo) no es puesto en duda por nadie. Es un ejemplo en todo el mundo. Funciona de manera impecable. Los ciudadanos participan en la recepción y el conteo de los votos. Todo es transparente, cualquiera puede quedarse a comprobar el cómputo. Cada cédula es exhibida al público. Resultado: a las ocho de la noche tenemos un ganador. Todo el país cree en el resultado porque ha participado – una vez más – en el proceso.
En un sistema “automático” habrá confusión , errores y muchas opiniones en el sentido de que la elección fue manipulada.
Hemos creado un sistema excelente y estamos empeñados en echarlo abajo. Con la ingenua idea de que la inscripción , que no es más que un trámite de quince minutos, desincentiva la participación.
No es así: mucha gente no vota aporque no quiere, no sabe, no se interesa en participar. Es decir, no están ni ahí. A mí, maní. A esa gente, muchos de ellos jóvenes, hay que convencerla de que debe ejercer su derecho que es, a la vez, una obligación.
La tarea de los verdaderos políticos es reencantar al ciudadano, hacerle comprender que su participación activa es importante. Y no la de crear artilugios técnicos que van a dar por tierra con lo principal en la democracia, que es la credibilidad.
Antes de seguir embalados en la carrera tecnológica por simplificar, debemos aceptar que la democracia es eso. Pensar, optar y expresar esa opción en una fiesta democrática en la que todos los votos cuentan igual. Si es necesario para el ciudadano, con los dedos, con un papelito y un lápiz, de la forma que él prefiera y que cumpla con su principal requisito: que al final del día, todos sepamos y creamos quién ganó.
Me gustaría mucho estar equivocado y que alguien – ojalá un legislador – me explique cuál será el método propuesto, su costo y su confiabilidad. Por el momento, creo que se está cambiando un sistema antiguo y confiable, por uno moderno, propenso a las fallas y que, por ese motivo, no será creíble para la ciudadanía. En términos de democracia, el peor negocio posible.
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Foto: Claudius Prößer / Licencia CC
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