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La gramática y el manejo de los conflictos

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El último ha sido un tiempo de aprendizajes. No hace falta adquirir y leer muchos tratados sobre las manifestaciones sociales, teóricos, abultados, sesudos y, a veces, difíciles de comprender. Basta observar con espíritu crítico y un intento serio de un mínimo de objetividad para comprender cabalmente cuáles son los mecanismos que los rigen.
 
En todos ellos hay un bando que propone, exige o reclama un determinado beneficio. Los estudiantes, su educación gratuita y de calidad. Los ciudadanos de región, beneficios de carácter regional, mejor conectividad, asignaciones de zona, mejor atención médica, conectividad. Los santiaguinos, un mejor transporte público, descontaminación, mejor aire, más seguridad.
 
Todas las demandas son legítimas. No se observan en su catálogo pedidas absurdas ni injustificadas. Todos los demandantes comprenden que ellas deben ser priorizadas , planificadas y financiadas. O “aterrizadas”, si les parece adecuado el término.
 
Hasta ahí, creo, estamos todos de acuerdo. Demandantes y gobierno. Al menos, así lo expresan, casi con majadería. Abundan las declaraciones al respecto, incluso son excesivas. Es más, en el discurso del gobierno se pretende asumir un cierto liderazgo. Comienzan los “vamos a”. Trátese de salud, de educación, de conectividad, siempre escuchamos que las demandas son justificadas, pero que durante el o los gobiernos anteriores no se hizo nada o muy poco, y que ahora sí, se comienza a trabajar en serio.
 
Se promete mucho y la ciudadanía percibe poco. Como simple observador, es extremadamente difícil formarse una idea exacta de cuánto se ha avanzado. El paisaje chileno está lleno de carteles sobredimensionados provistos de un hipertrófico y feo logo y una gigantografía idílica, además de una frase cliché de cómo estamos avanzando. Nos evoca la tristemente célebre y justamente odiada frase de: “En orden y paz, Chile progresa”.  O algún engendro parecido, afortunadamente tengo mala memoria.
 
Si uno se toma el trabajo de leer un espectro amplio de prensa y escucha más allá de los mediocres noticieros de la televisión (mediocre es un calificativo generoso), se concluye que existe una distancia considerable entre lo prometido y lo cumplido.
 
De manera que los conflictos que estamos observando y los que, seguro, vienen, tienen justificación. También lo comprende el gobierno y les teme. Resulta lógico y casi inevitable que los sectores más duros de derecha – quienes parecen ser los que deciden – lleguen porfiadamente a la misma conclusión: Hay que tomar medidas ejemplificadoras que sienten precedentes. Eso, traducido del momiés – que para quien no sepa, es el idioma de los momios- significa: Fuerzas especiales en la calle, cascos, máscaras antigases, lumas y tanquetas. Con su clásica falta de imaginación, nos muestran una y  otra vez que no son capaces de generar una respuesta distinta de ésa.
 
Lo acabamos de comprobar nuevamente en Aysén. Todo el mundo tiene una impresión favorable del Ministro de Energía. Un hombre afable que proyecta la imagen de ser moderado en sus ideas y dispuesto al diálogo. Lo que hemos visto, sin embargo, es la demostración fehaciente de que viaja sin ningún margen de maniobra y es simplemente un recadero. Llega como fiera intransigencia a poner condiciones que en la mecánica de los conflictos humanos resultan inaceptables: Claudicar, bajar los brazos y entregar las armas antes de iniciar la conversación. O sea, rendición incondicional.
 
Se trata de una estrategia que puede funcionar una vez, pero que produce un profundo rencor. Es despreciar a quien representa los intereses contrarios, es ningunear al otro poniendo un requisito que, luego de una rendición hará de un diálogo el más perfecto de los monólogos. Rendidos, sólo queda esperar la indulgencia, la misericordia y la limosna.
 
La falta de diálogo de verdad, de igual a igual, a fondo, honesto y autocrítico es el mejor abono imaginable para generar, en el campo así labrado, una nueva secuencia de protestas, manifestaciones, marchas, o como se quiera nombrar a la reacción de la ciudadanía que necesita expresarse. Adivinen, señores lectores, cuál será entonces la reacción de un gobierno arrinconado y carente de recursos políticos: más medidas “ejemplificadoras”, más lacrimógenas, balines y guanacos. Y así, sucesivamente.
 
Hay que aprender a manejar la gramática que regula los conflictos y los conducen por una vía civilizada. El primer verbo que hay que saber conjugar es escuchar. Ahí, actualmente, está el problema. Las autoridades (y en menor medida) los manifestantes están conjugando mal ese verbo. Lo hacen así: Yo escuchas, tú escuchas, él escuchas, nosotros escuchas, vosotros escuchas, ellos escuchas. Luego, este otro verbo que actualmente se conjuga así: Yo hablo, tú hablo, él hablo, nosotros hablo, vosotros hablo y ellos hablo.
 
Si seguimos así y no tomamos acciones correctivas nuestra gramática política nos llevará a que digamos: Yo fracaso, tú fracasas, él fracasa, nosotros fracasamos, vosotros fracasáis y ellos fracasan . Eso, siendo gramaticalmente correcto, es políticamente desastroso.
 
Aprendido eso, se podrá pensar en el verbo transar o negociar. Encontrarse. Dar el primer paso. Uno tú y otro yo. Volver a escuchar, a opinar, a negociar. Hasta que surja una respuesta. Todos deberán ceder algo para ganar. Así podremos llegar a conjugar el verbo progresar. Todos.
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