Cuesta entender los nuevos tiempos en política, tiempos en que a aquellos que miraban con recelo y desconfianza comienzan a ganar legítimos espacios en una arena que hace tan solo unos años, para ellos, solo era sinónimo de todo lo aberrante de nuestra sociedad. Parece que fue tan solo ayer cuando escuchábamos las críticas del mundo evangélico hacia una actividad política y la criticas a un más ácidas hacia el mundo católico al cual acusaban de influir en el poder mezclando las “cosas de Dios con las cosas del hombre”.
Por eso cuesta tanto entender la arremetida evangélica, considerando que tan solo hace unos años su participación en contiendas electorales se reducía a facilitar el púlpito una tarde de domingo para que alguna candidata o algún candidato hiciera los compromisos de rigor con los feligreses. Hoy ese ímpetu va más allá, exigiendo cupos, reclamando cargos, demostrando que la crítica de ayer era oportuna cuando la participación era mínima o nula en el poder. Hoy de alguna manera encontraron en la centro derecha los espacios y transformaron esa crítica en moneda de cambio para alcanzar otros espacios donde se alza la voz para uno cuota de poder que podría sonrojar al propio nazareno, transformándose con sus hechos en lo que hace unos años era objeto de su crítica.
Nadie puede negar que el mundo evangélico merezca sus espacios, nadie podría desconocer que su participación en política puede ser necesaria, pero de ahí a creer correcto imponer en nombre Dios visiones de mundo sesgadas, es desconocer la propia mirada Dios, ese Dios piadoso que regalo en su concepción espacios para todos, sin zancadillas ni muestras de canibalismos, propias de generaciones de políticos que ayer desde el mismo púlpito se criticaban, al parecer algunos en nombre de evangelio cambiaron pasajes de las sagradas escrituras por citas muchos más modernas y menos comprometedoras con la moral y la fe pasando por ejemplo del “ Al cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios » en Mateo 22, a “El fin justifica los medios” de Nicolás Maquiavelo.
Nadie puede negar que el mundo evangélico merezca sus espacios, nadie podría desconocer que su participación en política puede ser necesaria, pero de ahí a creer correcto imponer en nombre Dios visiones de mundo sesgadas, es desconocer la propia mirada Dios
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