En el último tiempo hemos presenciado un progresivo enrarecimiento del ambiente político nacional. Ante el desprestigio de la clase política y el auge de los movimientos sociales, la respuesta, desde diversos sectores políticos, pareciera ser la radicalización y el levantamiento de banderas impensadas hasta hace pocos años atrás.
Si bien dentro de la izquierda siempre han existido posturas más o menos extremas, llama la atención un cierto renacimiento de una postura principista dentro de la derecha chilena. Después de varios años en que ese sector político debió transar en un sinfín de reformas, pareciera que hoy algunos sectores de ella buscasen recuperar terreno perdido desde una defensa irrestricta de las reformas económicas del régimen militar, llegando en ocasiones a acercarse a los valores del pensamiento paleo libertario norteamericano y a ciertas posturas heterodoxas dentro de la economía, como las de la escuela austríaca.
Esta radicalización de posturas ignora que, entre el blanco y el negro, hay infinidad de matices que dan vida a la democracia y que, lejos de representar una amenaza al actual modelo económico de mercado, pueden convertirse en sus mayores defensas.
Ejemplo de lo anterior es cómo la licitación de carteras de afiliados de AFP trajo consigo una drástica caída en los costos de nuestro sistema de pensiones, o cómo la instauración del sistema “el que llama paga” en telefonía celular a finales de los 90’ potenció en gran medida el crecimiento de ese mercado durante los años siguientes. En ambos casos la regulación estatal fue resistida inicialmente por sectores conservadores, pero al final del día ambas reformas se tradujeron en poderosos incentivos para la competencia, con importantes beneficios para la ciudadanía.
Hay diversas áreas sensibles de la economía en donde se pueden –y se deben- realizar reformas en busca de una mayor justicia y que no implican dar por acabado el rol privado en la economía o seguridad social. Alinear incentivos y regular terrenos donde las fallas de mercado perjudican a la población, lejos de ser un atentado contra la libertad, probablemente termine siendo la únicas forma de proteger nuestras instituciones económicas liberales de la reciente oleada de críticas por sus problemas. Si estas no cambian desde dentro del mundo liberal, probablemente otros las vengan a cambiar desde fuera, con resultados mucho menos atractivos para todos y, especialmente, para quienes creemos en el rol de la iniciativa privada en las políticas públicas.
La lógica del blanco y negro, libertarios contra estatistas o como se quiera enunciar la disyuntiva, puede ser interesante para ciertos debates académicos, pero ciertamente están poco conectados con una realidad que no funciona como en los libros. En este tipo de discusiones, es interesante rescatar al gran economista Wilhelm Röpke, quien pese a ser un genuino liberal vinculado a la escuela austríaca y que llegó a ser presidente de la Mont Pelerin Society (igual que Hayek y Friedman), no dudaba en señalar que “la propiedad privada degenera en plutocracia, la autoridad en esclavitud y opresión, la democracia en capricho y demagogia. Cualesquiera que sean las orientaciones o corrientes políticas que quieran ponerse como ejemplo, todas ellas se cavan su propia tumba si se consideran a sí mismas como valores absolutos y no respetan sus propios límites”.
En estos tiempos de debate enrarecido y cierto grado de rescate de principios ideológicos, es bueno recordar que ser fiel a ciertos principios no es lo mismo que defender principios radicales. Esto que –pese a cierto retroceso en el último tiempo- lo comprendió bien la centroizquierda chilena durante su fase de renovación ideológica, sería muy recomendable que también lo entendiesen ciertos sectores conservadores que aún buscan anclarse a posturas ortodoxas, particularmente en materia económica. Al final, la moderación ideológica no es sinónimo de debilidad ni falta de principios; por el contrario, suele ser la mejor forma de defender ideas en democracia y, más importante aún, de cuidar de la democracia misma.
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Foto: Truthout.org / Licencia CC
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