La crisis social y ambiental en la Región de los Lagos difícilmente ha dejado indiferente a alguien de la zona. Independiente de la eventual existencia de responsables puntuales en la catástrofe, su impacto en la economía de muchos hogares es tal, que a nadie debiera sorprender la rabia que han generado las limitadas respuestas planteadas hasta el día de hoy desde Santiago.
En este escenario, si algo positivo se ha podido observar, ha sido la insólita unión no sólo de los manifestantes de Chiloé -históricamente unidos en su insularidad-, sino también de los habitantes de las comunas de Maullín, Calbuco y Puerto Montt, generalmente menos conectados con las demandas del archipiélago, y que por estos días se manifiestan al unísono en demanda por respuestas a una crisis que, en esta ocasión, no hace distinción de comunas, provincias, islas o continente. Esto podría ser visto sólo como un hecho anecdótico, fruto de una actividad marítima compartida a ambos lados del Canal de Chacao. No obstante, esto omite que tanto el bordemar de las provincias de Llanquihue y Chiloé no están unidos sólo por su trabajo, sino también por su historia.No es sorpresa que muchos en el continente no sean indiferentes al grito de “Chiloé está privao”, porque ellos también estan “privaos”.
Durante toda la época colonial y hasta 1861 ambas provincias fueron un mismo territorio, y lo volvieron a ser brevemente a finales de la década de 1920. Tanto Calbuco, como Carelmapu y Maullín fueron dependencias de Chiloé, y Puerto Montt -pese a ser de fundación más reciente- es antecedido por el astillero chilote de Melipulli, de similar dependencia. Este vínculo no era sólo de índole administrativo, sino también cultural y familiar. La vida de bordemar, basada en la agricultura y los recursos marinos, siempre fue la norma en todos estos territorios, y las creencias en figuras míticas se repartían por igual a ambos lados del canal de Chacao. De esa forma, el caleuche también navegaba en los canales de Calbuco, los brujos también se reunían en los puntos más inaccesibles de los farellones de Carelmapu, y en Maullín existía la certeza de que el camahueto residía en el río del mismo nombre. Tampoco es sorpresa que muchas familias se hayan dividido con el tiempo entre las islas y el continente, llevando consigo no sólo un apellido, sino también una identidad propia que pese al avance de la modernidad, aún está lejos de extinguirse.
Por esa historia compartida de siglos, no es sorpresa que muchos en el continente no sean indiferentes al grito de “Chiloé está privao”, porque ellos también estan “privaos”. Más allá de que el apelativo de “chilote” este hoy en día limitado a los habitantes del archipiélago, la existencia de un problema y un lenguaje común, han vuelto a unir temporalmente a dos territorios que la organización política centralista dividió hace décadas en nombre de la eficiencia y el progreso. Dos valores que, curiosamente, han sido vueltos a poner en duda ante la crisis social y ambiental que ha venido de la mano con ellos.
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