En el último tiempo hemos sido testigos de una serie de revelaciones de grandes magnitudes, asociadas a la conducta de nuestras autoridades, políticos de todo nivel y fuste y representantes directos del Estado. Acusaciones que han derivado en delitos como estafa, evasión y uso de información privilegiada. Ilícitos por los que se están siendo investigados un sin número de autoridades; personeros de gobierno, diputados, militantes y ex militantes de partidos de la Alianza y de la Nueva Mayoría. El descrédito de nuestra clase política es evidente.
Sumado a esto, el empresariado también ha estado involucrado en hechos de corrupción asociados a la colusión del papel, los pollos, las farmacias y el financiamiento ilegal de la política. Hechos que han ido decepcionando y volviendo incrédulos a los ciudadanos. No olvidemos que durante muchos años creímos que nuestras autoridades eran las menos corruptas de la región, siendo este uno de los mitos fundantes de la transición a la democracia. Éramos una de las sociedades con más bajos índices de corrupción en América Latina.En el caso de la política no hay heridas, ni costado que acredite la verdad y nos resuelva la crisis de confianza en la que está sumida la clase política, que por cierto está muy lejos de tener las cualidades de un Cristo vivo.
Sin embargo, hoy es la credibilidad de la clase política la que está en crisis, al parecer nuestro sistema institucional es el que ha sido dejado al descubierto, sus propias miseria han sido develadas desde las más oscuras dimensiones de la verdad. En estas circunstancias llega a ser grosero pensar en acontecimientos futuros como las elecciones municipales de fin de año.
Este es el legado que deja la clase política de nuestro tiempo a los ciudadanos, la incredulidad, la desconfianza, el descrédito, la duda, el recelo, la prevención y el prejuicio.
El cuadro de Michelangelo Caravaggio -que acompaña a esta columna- titulado “La incredulidad de Santo Tomás” viene a ser parte de esta narración. En él se relata la incredulidad del apóstol Tomas con respecto a la resurrección de Cristo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré ( Juan 20:24-29) . El cuadro ilustra el instante en que se resuelve el problema de la incredulidad, en que Tomás mete su dedo en la llaga de Jesús. En el caso de la política, resulta un poco más complejo, porque no hay heridas, ni costado que acredite la verdad y nos resuelva la crisis de confianza en la que está sumida la clase política que, por cierto, está muy lejos de tener las cualidades de un Cristo vivo.
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