Durante doscientos años ha estado imperando, en Chile, un modelo educativo centralizado en el enseñar, en el profesor, en el entregador de contenidos, en el reproductor de visiones y concepciones, en el homogeneizador de percepciones, en el modelador de conductas, y en el conductor de la relación pedagógica.
El fin último de la educación es la felicidad. Y esta se construye a partir de los gustos, deseos, pasiones, y necesidades de los aprendices.
Mas, a estas alturas, de este siglo, el impacto de las tecnologías en el acceso a la información es indiscutible. Y por otra parte, el conocimiento del cerebro (neurociencias) respecto al aprendizaje, en estas últimas dos décadas, es muy significativo. Por ello, no podemos seguir en el viejo paradigma, anquilosado en los siglos pasados. Así también, debemos empezar a mirar el curriculum, más allá de los planes y programa, desde el mundo del aprendizaje y de los aprendices.
Si no consideramos lo anterior, es muy probable que en las salas de clases se van producir situaciones incontrolables, en donde el viejo modelo de instalar la “autoridad” no sea suficiente y las maneras “mas innovadoras” de formular las preguntas no sea la mejor solución. Más que en las calles, en las salas y al interior de los colegios se manifestará el descontento y el aburrimiento de los estudiantes.
Si la escuela y el liceo son para que los niños y niñas y jóvenes aprendan. Entonces ¿qué esperamos? Tenemos los distintos actores del mundo educativo que considerar una agenda que nos permita poner al centro a los niños y niñas y jóvenes. Y junto con ellos concebir un nuevo paisaje en el horizonte de la educación y de la vida.
Por último, no debemos olvidar que el fin último de la educación es la felicidad. Y esta se construye a partir de los gustos, deseos, pasiones, y necesidades de los aprendices.
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