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Salud mental en Chile: el olvido (o represión) del gran malestar

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Todos los indicadores de salud mental en Chile. Todos, sin excepción, señalan con evidencia extrema que los chilenos y chilenas viven en una sociedad, a la cual tienen que sobreadaptarse física y psíquicamente hasta la extenuación.


También es un nuevo impulso para una sociabilidad que reivindica la necesidad de la organización, de la lucha en conjunto. Es decir, de recrear una comunidad que asume colectivamente los desafíos.

Ya en un anterior artículo del 2012, en este mismo medio, señalé algunos de estos alarmantes indicadores. Recientemente, hace algunas semanas, la Superintendencia de Seguridad Social, analizó las cifras de licencias médicas actualizadas, en donde los trastornos de salud mental, corresponden a un 28% del total de ellas, casi una de cada 3. Tasas de depresión, suicidio infantil y juvenil, consumo de psicotrópicos, estrés laboral, consumo de alcohol, trastornos sicosomáticos, entre otras, muestran a nuestro país liderando tristemente estadísticas a niveles de países OCDE. Una sola cifra como botón de muestra: una de cada tres personas padece problemas de salud mental en algún momento de su vida. Y Santiago tiene el triste liderazgo de capitales con mayor presencia de trastornos ansiosos y depresivos en el mundo.

Esta realidad no es solo un problema médico o de política pública. Al respecto, Chile, dentro de los países de la OCDE, es uno de los que destinan menos recursos públicos para financiar el gasto en salud mental. En programa de gobierno actual, por ejemplo. no aparece ninguna mención al termino salud mental. Esto es un problema político, en tanto lo veamos como una huella psíquica de nuestros pasos. Tal cual existe una huella de carbono, para medir las toxicidades de nuestro desarrollo económico. Y algo más grave aún, estas estadísticas están hechas en función de una cierta sintomatología egodistónica, es decir, trastornos que están o entran en conflicto, o que son disonantes, con las necesidades y objetivos de nuestra subjetividad, produciendo síntomas y demanda de ayuda.

Por razones obvias, no puede considerarse las personalidades egosintónicas que se refiere a los comportamientos, valores y sentimientos que están en armonía o son aceptables para las necesidades y objetivos de nuestra subjetividad, y son por tanto muchas veces, coherentes con los ideales de su autoimagen, a pesar de que pueden constituir actitudes disruptivas con el sentido de comunidad o claramente antisociales. Muchas veces más bien son rasgos compelmentarios y útiles para el diario vivir.

Ejemplo de lo anterior, son los sucesos ocurridos en Valparaíso, hace un par de semanas, a propósito de la final de futbol. Ninguno de los “actores” tendrá algún padecer subjetivo, ni menos demanda de ayuda, al respecto. Entre la exacerbación del exitismo, el estatus y la codicia como fuerzas centrales para “avanzar socialmente” y, la frustración de no poder lograrlo, nos encontramos y encontraremos con ese tipo de respuesta disruptiva una y otra vez. Hay que cambiar los indicadores para un desarrollo social más humano e inclusivo. Qué es “tener” y qué es “tener más”. Esa es parte de la batalla cultural que hemos olvidado. Una nueva hegemonía que nos saque de los actuales parámetros.

Se suele evaluar el desarrollo de una sociedad por indicadores predominantemente económicos. Incluso entre quienes tienen posiciones opuestas y distintas. Así en Chile los 25 años de la vuelta democracia y la coyuntura actual, entre gobierno y oposición. Pero incluso al interior de las fuerzas de centroizquierda y de lo que es hoy la Nueva Mayoría, esta evaluación está enfrentada a parir de variables económicas: gran desarrollo económico y éxitos de políticas sociales en la lucha contra la pobreza, por ejemplo.

Sin embargo todo depende del cristal con que se mire. O los indicadores que se usen o esgriman. Sorprende que no sean incorporado tantos por apologetas como críticos, autoflagelantes y autocomplacientes, renovados y tradicionales, neoliberales o progresistas entre otros, los indicadores de Salud Mental de nuestra sociedad. Sorprende, porque se ve a esta subjetividad “producida” a lo largo de estos 25 años, como algo ajeno o autónomo a las transformaciones materiales y dinámicas económicas.

Tampoco es tan extraño. Lo individuos así también la padecen en sus propias vidas. Las “tratan” para su pronto alivio y volver rápidamente a la vorágine que las produjo. Si lo asumiéramos desde una evaluación política, tenderíamos a ser más críticos respecto de lo que hemos hecho, y más cuidadosos a la hora de lo que tenemos que hacer. Las fuerzas democráticas y progresistas han dejado en el olvido la “batalla cultural” que implica un orden social renovado, esto es la construcción de un sentido común alternativo a como asumir el “éxito” de una sociedad. La discusión se ha centrado en quienes aseguran de mejor forma ese mismo “éxito”, pero bajo los mismos estándares.

Por eso hay que mirar también con ojos distintos las actuales reformas en curso, no solo las transformaciones materiales, sino también las culturales que pueden desencadenar. Por eso que son estructurales. El proceso constituyente nos mete en la conversación sobre la comunidad que queremos como país. Nos recuerda que dependemos unos de otros para nuestro propio bienestar. Es un eje distinto de discusión. Al de cómo producir más y mejor.

Sobre la reforma laboral, el impulso a la sindicalización no solo constituye una herramienta para los trabajadores en sus reivindicaciones económicas y en el avance a una sociedad con mayor igualdad. También es un nuevo impulso para una sociabilidad que reivindica la necesidad de la organización, de la lucha en conjunto. Es decir, de recrear una comunidad que asume colectivamente los desafíos. Sartre alguna vez dijo que el existencialismo es también un humanismo para denotar que no no era solo teoría desprovista de valores. Hoy algo parecido podríamos decir a nivel político. No solo propuestas de desarrollo económico sino también una sociedad más humanizada.

TAGS: #ParticipaciónCiudadana Desigualdad Social Salud Mental

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solopol

31 de diciembre

Este es un pais obsesionado con la logica, al que resulta muy dificil convencer de ciertas cosas debido a su pensamiento circular. Si a implica b y b implica c entonces a implica c, y eso resulta muy dificil extirparlo de las discusiones nacionales. De modo que la forma es probarle que a no es a, que b no es b, y que probablemente c implique d. En añadidura se agrava el problema porque la gente cree que la logica no es parte de la vida nacional, que aqui se piensa con la guata, tipico argumento de simplistas y simplones. No hay que ser violento ni extremista para cambiar la sociedad, pero si hay que ser lo suficientemente amargo como para que te crean. Si usted viene con el cuento de los sueños y la belleza le van a dejar un gran mojon de caballo al que llamaran «argumento» y luego pasaran de usted. Saludos

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