La entrevista al periodista Álvaro Díaz, publicada este domingo en La Tercera, me hizo desempolvar algunas notas guardadas desde hace un tiempo en el cajón de las columnas pendientes. El creador, junto al también periodista Pedro Peirano, de la exitosa, lúdica e inteligente serie 31 minutos, ahondó en un dinámico diálogo sobre su percepción de la política y la sociedad chilena actual. Y de la pasada.
Son múltiples los pasajes donde Díaz, también parte del noventero Plan Z del canal Rock & Pop, demuestra especial lucidez.
El titular ya es desafiante: “Pamela Jiles y Julio César se entrenaron en el magma de esta época, que es el ninguneo como espectáculo”. Enrostra a ambos ser titiriteros de la versión farandulesca de la política del Chile neoliberal, de simplemente aprovecharse de los ultra mejorados y profesionales políticos que a punta de banalizar lo público, relevar el conflicto, exponer intimidades, van escalando en las preferencias de un país donde subir es lo importante. Da lo mismo la escalera.Los talentos no se remiten sólo a las características que nos dan mejores posibilidades de competir y, eventualmente, ser pudientes. El ser humano no es sólo un tragamonedas. Tampoco una máquina de correr.
Ya lo dijo Wilde hace más de 100 años en esa obra maestra de la vanidad y el individualismo, que es El Retrato de Dorian Gray: “Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. O su frase hermana, expresada 8 décadas después por Warhol: “En el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”.
Con esta premisa, analiza lo que define como su generación. “Fuimos los primeros que podíamos reírnos de esa gente. Y en un país que crecía, donde se empezó a mover mucha plata, también nos acostumbramos a ser buenos en ese deporte: ser competitivos y pasarla bien. Y en torno a lugares como el Liguria, la Jane (sic) Fonda, el Clinic, se formó una especie de movida, de escena, donde de verdad se pasaba muy bien. Yo creo que toda posdictadura tiene esta generación de ‘felices’, digamos. Pero eso irrita al que no le toca. Y a muchos no les estaba tocando, y nosotros teníamos la fantasía de que éramos poco menos que la clase media”.
En esta sola frase Díaz devela una noción que impera en gran parte de la derecha elitista (a la cual él no pertenece, es necesario señalar), y que es puntal del modelo social y económico chileno. Y a la que, notamos con esta afirmación, una parte de la socialdemocracia criolla (redset o whiskierda, le llaman algunos) también adhiere: que el éxito material o social está basado fundamentalmente en las capacidades o el esfuerzo. Que aquello sería el motor, en síntesis, de la meritocracia.
“Ganaron plata porque eran buenos y el país crecía” resumió en una frase.
La común variable que se utiliza para desvestir el mito del ascenso social y material del tipo self-made man es que las oportunidades están disparejamente distribuidas. Que el infrecuente ejemplo del niño de familia pobre que logró ser cirujano no comprueba nada, sólo confirma que sí existe una regla y que el éxito de las políticas públicas no puede medirse desde la excepcionalidad.
Mi tema acá no es la falsa equidad. Mi tema es que no todos están dispuestos a hacer de todo para escalar, ascender. Para triunfar. O, en clave neoliberal, para ganar dinero.
He pensado en ello bastante en este proceso electoral. Cómo desde cierta mirada se releva el éxito económico como sinónimo de empuje y habilidades.
Pero en realidad, los talentos no se remiten sólo a las características que nos dan mejores posibilidades de competir y, eventualmente, ser pudientes. El ser humano no es sólo un tragamonedas. Tampoco una máquina de correr. Es, también, un ente que se vincula con otros desde el sentido y la trascendencia, desde ver al otro como legítimo otro, como transmitiera tanto el profe Maturana.
Si en una gresca cuerpo a cuerpo se enfrentan dos hombres y uno decide recurrir a todo, mientras el otro evita los golpes bajos, este último posiblemente será derrotado. Son los escrúpulos, la línea que no se está dispuesto a cruzar. Y que atentan, en el fondo, contra el avance en el mercado del todo vale. Que lo importante no es el programa, lo importante es ganar.
Muchos pequeños empresarios no son holdings o empresas monopólicas, no porque no tengan visión ni capacidades. Simplemente porque no quieren crecer más, quieren respetar a su comunidad, permitir que otros se desarrollen, no vulnerar ciertos principios que les son importantes.
Hacer negocios con información privilegiada, especular para aprovechar el mejor momento para vender, aprovecharse de la necesidad ajena, no inhabilitarse cuando se tienen conflictos de interés, son parte de prácticas que han dejado en mejor posición a quienes hoy se muestran como hábiles y capaces. Y que la venden como tales.
Volviendo a Díaz, existen muchos y muchas que simplemente no entraron en el juego winner noventero por opción, no por falta de capacidades. Por convicciones. Algo que en el cinismo de Tironi y su «mundo miserable» no encaja, porque para ellos no existe creer de verdad en la posibilidad de aportar a construir una mejor sociedad. Para ellos, aquellas declaraciones de intenciones son mentirosas o simplemente naif.
Porque no todo/a periodista quiere llegar a la tele, hay excelentes trabajando en radios comunitarias. No toda/o actor/actriz sueña con las telenovelas, el asfalto y los adoquines también son tablas donde estrenar (¿recuerdan a Andrés Pérez?). No todo/a profesor quiere hacer clases en el Everest, existen quienes ven la escuela rural o poblacional como espacio fundamental. No todo/a forestal quiere entrar a Mininco, ni todo/a agrónomo a un mega packing o comerciante tener una tienda en Alonso de Córdova. En fin, no todo/a aquel/lla que entra a la política quiere dirigir un partido, ser senador/a o Presidente.
Y como buen corolario territorial, no todo/as queremos vivir en Santiago. Desde hace mucho, antes que se pusiera de moda, la provincia representa el quiebre de la homogeneidad. Un espacio especial.
Hoy que conversamos sobre los fundamentos de lo que será la futura Constitución, retomar esta discusión es importante. Porque lo público se construye desde el sentido de la colaboración, no desde el yo que aún cree que lo único importante es ganar. O figurar.
Cuando morigeremos, mas no acabemos porque es imposible e innecesario, ese ego latente en el sentido común imperante, nos habremos alejado un paso más de ese período de la historia de Chile que hoy conocemos como la transición.
Y recuerde votar este 15 y 16 de mayo.
Que ese Chile diverso, rico, hermoso, también pasa por la Constitución.
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