¿De qué sirve preguntarnos cuáles son nuestros esquemas de conducta a través de nuestra historia? Si cada uno debería ser producto de nuestras propias valoraciones, no que vengan de un entorno específico o las opiniones de los demás.
¿Cómo es que nos dejamos guiar por la aceptación, opinión o valoración de quien tiene una historia totalmente distinta a la nuestra? Así vamos por la vida, complaciendo y procurando enmendar o remendar de alguna forma cada una de las acciones que nos transforman en una copia repetible de nuestra enseñanza infantil repitiendo patrones, emulando sin querer cambiar lo que nos hace ver la vida bajo las expectativas ajenas de los formadores que son los padres.
¿Qué hace un adulto con vacíos y daños reconocibles en cada acción, en cada espacio que ha vivido endosando a otro la responsabilidad de crecer y asumir sus malestares, toda una existencia luchando por llenar carencias y cuestionamientos centrado en la subjetividad del momento?
Reconocer los vínculos torcidos en los juicios que somos capaces de realizar, aunque existan semejanzas, nos hace cruzar a la vereda de enfrente para no continuar bajo los mismas presiones de ser un modelo significativo para el otro sin que mengue su capacidad para ver la realidad y que permanece en su interior sin poder deshacerse de ella.
El deseo de querer cambiar estos esquemas conlleva un sinfín de reconocimientos que no todos están dispuestos a hacer evadiendo de esa forma la cruda realidad de asumir la propia existencia, el dolor íntimo de la verdadera razón de no poder sentir o entregarse a otro en su totalidad porque está partido a la mitad, recordando cada tanto que no es merecedor de nada bueno, rechazando los afectos de los que duda, a los que somete a castigo verbal como en un inicio lo hicieron con él/ella mismo/a, influencia inconfundible de la conducta heredada sin reflexión provocándose el castigo y la gravedad de las consecuencias como autocastigo eterno, así valora su imagen inexistente, la que ha creado y la que cumple sus expectativas de cómo debería ser visto por los demás, de cómo deben los demás actuar para ser premiados con su presencia.
Este es el resultado del siglo XXI, donde se ha exacerbado la imagen por sobre el contenido del alma, donde se camufla de la mejor forma posible las miserias, aquellas enraizadas y transportadas desde la infancia para hacernos acreedores de la admiración, una ventana pública donde es fundamental distinguir de qué forma se produce la comunicación, el entendimiento y la razón.
¿Cuántos son los que no quieren oír de su propia historia para no sufrir, para no recordar y volver a vivir en el consciente cada uno de los dolores que se almacenan en el inconsciente y en cada una de sus acciones burlescas, en cada una de las injusticias que son capaces de cometer contra otros aun a costa de transformarse en meros espectadores del sufrimiento ajeno sin que se les escape una lágrima de arrepentimiento?
Exacerbar el ego, la superioridad y enrostrar cada una de las acciones hacia el otro es solo la forma primitiva de sentirse superiores ya que de alguna forma tienen que validar lo que son por no ser reconocidos en su momento.
Qué triste es identificarse con la agresión del tipo que sea, única forma de cuidar la precaria autoestima, de identificarse con la influencia a terceros o simplemente no poder decir lo que su alma y ser necesita para ser feliz sin fomentar imágenes ficticias que solo lleva al autoengaño de una vida que jamás será suficiente para enmendar el daño parental y lo que se ha provocado.
Amar aun a costa de interactuar con otra vida y todas sus falencias, con todos sus castigos, con todas sus carencias nos debería hacernos preguntar qué es lo que necesita y que no se podrá cambiar aunque se le restituya el respeto desde nuestra propia forma de ver la vida y todas las consecuencias. Amar no significa apoyarse en el otro o buscar la media naranja, es mucho más que eso, es poder ver directo al alma para evitar todo sufrimiento innecesario que reviva todo aquello que existe en una parte del alma y que está herida… Estando completos podremos entregarnos por completo, así debería ser la vida.
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