Era 1990, trabajaba como encargado del área audiovisual del colegio Teresiano Enrique de Ossó. Era un trabajo bueno, solo que, y ha sido la única vez, obligatoriamente debía usar corbata para ir a trabajar. Corbata y chaqueta, obviamente. En términos generales era un buen trabajo para alguien de 22 años al que habían echado de la universidad dos años antes y no tenía aún un proyecto claro para continuar en la vida.
En esa búsqueda, me matriculé en la carrera de Pedagogía en Historia en el Instituto Blas Cañas, instituto emblemático de aquellos años, hoy devenido en la Universidad Silva Henríquez. Las clases comenzaban a las dos de la tarde, creo. No recuerdo bien el horario de inicio ya que yo siempre llegaba tarde pues trabajaba hasta las 14:00 hrs. y debía desplazarme en las ya olvidadas micros de colores (faltaba un par de años para las amarillas y mucho más aún para el Transantiago). El hecho de llegar tarde no me impidió conocer y relacionarme con mis compañeros de curso, con quienes hice muy buenas migas, al punto que me eligieron delegado de curso ante los profesores, el centro de alumnos y la federación de estudiantes. Las cosas iban más o menos bien, trabajaba, estudiaba y compartía con mis compañeros de carrera. El destino quiso que una amiga, Julia, estuviera egresando de dicha carrera y pudiera presentarme a gente de tercer y cuarto año, de quienes me sentía más cerca por edad y porque la historia reciente nos vinculaba de una u otra manera. Al finalizar ese semestre no pude continuar la carrera, pero eso es otra historia. Lo importante es lo que ocurrió a mediados de semestre.
A mediados de ese semestre hubo elecciones de la federación y no recuerdo bien qué pasó (mal que mal fue hace 30 años) pero, o no se presentaron candidaturas o si las hubo, fue a votar muy poca gente. El punto es que hubo una merma significativa en la participación estudiantil, lo que contrastaba con lo ocurrido los años anteriores en que las movilizaciones en contra de la dictadura congregaban a una gran cantidad de estudiantes, tanto en las manifestaciones como en las elecciones de sus dirigencias. En vista de lo anterior, la oficina de asuntos estudiantiles llamó a una reunión de delegados de carrera para realizar un diagnóstico y comprender lo ocurrido. Como ya dije, yo era delegado así que concurrí en mi calidad de tal a dicha reunión. Cuando me tocó el turno de hablar, dije que me parecía que el periodo anterior se había visto marcado por la participación de las federaciones en la contingencia nacional pues la lucha contra la dictadura así lo requería pero, que una vez que la dictadura había terminado, al menos formalmente, yo pensaba que los estudiantes esperaban que las federaciones se volcaran hacia el interior de las universidades e institutos para preocuparse de los temas propios de los estudiantes en el contexto de la propia casa de estudios, que los estudiantes (en ese tiempo no se decía los y las) esperaban que las federaciones realizaran su trabajo propiamente gremial. Eso fue todo. Nada más que eso.
Poco después me encontré en el patio con Leo, un muchacho de cuarto que me había presentado Julia, quien me preguntó preocupado qué pasaba que desde hacía unos días era conocido en la carrera como “El facho del primero"
Poco después me encontré en el patio con Leo, un muchacho de cuarto que me había presentado Julia, quien me preguntó preocupado qué pasaba que desde hacía unos días era conocido en la carrera como “El facho del primero». Claro, hubo un problema que no preví en aquella reunión; como dije, usaba corbata y chaqueta, y llegaba tarde y en una reunión con delegados de otros cursos dije una mala palabra para esos años (y todavía, dependiendo del contexto) dije “Gremial”, palabra de la que deriva sin dificultad la palabra “Gremialismo” y, eso lleva a Jaime Guzmán (que aún estaba vivo) y a Longueira y a Chadwick, perdonando la expresión. Sumando y restando, ese que anda de terno, que dice que trabaja y que por eso llega tarde (pero no se sabe donde trabaja) anda hablando de gremialismo. Por suerte Leo y otros me ayudaron bajando el perfil de aquel concepto hasta que, espero, se haya olvidado. Al finalizar ese semestre no pude continuar la carrera, pero eso es otra historia y no tuvo que ver con este episodio. Solo lamento que haya gente que, en algún momento de estos años, acordándose de sus tiempos estudiantiles, pueda haber dicho, “¿cómo era que se llamaba ese compañero de curso, el facho de primero?” y se haya referido a mí.
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Blasco Ramírez
Me llega su testimonio. me he topado con cosas así. Saludos.