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Chile debió ser una fiesta

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El 25 de octubre de 2020, Chile debió ser una fiesta y lo fue, lo hicimos una fiesta celebrando en la calle el 80% de apruebo a la nueva Constitución y al órgano encargado de redactarla. Fue una fiesta, pero desde la calle, no desde las instituciones que veían cómo se les escapaba de las manos su existencia. Lo mismo ocurrió en las elecciones de las y los convencionales, lo hicimos una fiesta desde la calle cuando vimos que aquellos que se habían subido al carro de la victoria, después de años de negarse a los cambios anhelados, se quedaron abajo gracias al ejercicio democrático libre y puro. A partir de entonces Chile debió ser una fiesta.

El 4 de julio de 2021, Chile debió ser una fiesta. Los administradores del Estado, ante la decisión del pueblo soberano que se los ordenaba, con los contundentes resultados de un plebiscito y una elección, debieron informar verazmente a la ciudadanía, debieron preparar todo con anticipación. Los que estaban siendo destituidos por decisión popular, debieron ponerse al total servicio del poder constituyente, darle todas las facilidades para actuar y celebrarlo e incluso llamar al pueblo a celebrarlo. Chile debió ser una fiesta, pero no lo fue, la represión en las calles no lo permitió. Los destituibles debieron distribuir el discurso de Elisa Loncón e incentivar su difusión como una hermosa pieza de oratoria que invocaba la unidad. Pero no.

Durante un año, el trabajo de la Convención debió ser una fiesta. Debió serlo cuando desde la nada, lograron consensuar un reglamento y darse normas de convivencia. Cuando las votaciones comenzaron a mostrar porcentajes de aprobación superiores al 66% exigido. Pero no. Los medios de comunicación prefirieron y aún prefieren solamente prestar atención a casos, por cierto lamentables y repudiables, como el voto desde la ducha o el fraude de Rojas Vade, quien, en todo caso no alcanzó a votar ninguna de las normas del borrador, aunque no dedicaran tanta atención a los improperios y salidas de madre permanente de la convencional Teresa Marinovic. Pudo ser un año de fiesta aplaudiendo y celebrando el triunfo de la deliberación democrática, pero los destituibles y su prensa prefirieron emporcar el trabajo realizado y desconocer los altos quórums alcanzados, los logros en las normas aprobadas, como la paridad en los órganos del Estado o los plebiscitos vinculantes (¿qué más democrático que aquello?) y destacaron las mentiras levantadas sobre especulaciones o sobre normas aún no votadas que finalmente fueron rechazadas. Debimos tener una fiesta permanente. Yo la imaginaba con las instituciones reconociendo que este era uno de los procesos más importantes de nuestra historia y, hay que decirlo, de la historia universal; nunca antes en el mundo una constitución fue escrita por un grupo de carácter paritario elegido democráticamente y con escaños reservados a sus pueblos originarios. Yo imaginaba a los periodistas entrevistando a las y los protagonistas, destacando la gran variedad de profesiones u oficios, credos, edades, orientaciones sexuales y territorios que representaban cada quien desde su lugar en la convención. Chile debió ser una fiesta como cuando la televisión se llenaba de programas para destacar la participación de la selección en el mundial de fútbol, con vendedores ambulantes en las calles, ofreciendo banderitas de la convención para poner en los autos.

Durante 12 meses Chile debió ser una fiesta, pero no se pudo. No dejaron que lo fuera. Inventaron encuestas, inventaron grupos. Inventaron el concepto de la “Casa de todos”, concepto falaz por que en verdad la idea es una “Casa para todos y para todas” donde quien quiera pueda entrar y sentirse parte. Inventaron grupos de colores amarguillos que en el fondo solo les sirvió para hacer discriminación; “nosotros que sí sabemos lo que Chile necesita y los otros, los bárbaros que seguramente no han leído a Faulkner”. Inventaron falsos hitos históricos como una Constitución que jamás existió, salvo en el arrebato egocéntrico de un presidente cuando promulgó un puñado de reformas. Cómo podíamos estar de fiesta si inventaban y mentían una y otra vez. Inventaron una tercera vía que nunca fue ética ni legalmente viable. Se inventaron a sí mismos como garantes democráticos dispuestos, ahora sí, claramente, sin dudas como los últimos 30 años a ponerse a disposición para ayudar a encontrar caminos para “propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo, que garantice las premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz, de Este a Oeste y de Sur a Norte, donde establecer las bases de un tratado de amistad que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar un hermoso futuro de amor y paz”, como decía el buen Serrat

No pudo haber fiesta si permanentemente había que estar desmintiendo información, defendiendo el trabajo honesto de los y las convencionales. El último día de deliberaciones y votaciones de la convención debió ser una fiesta, transmitida por cadena nacional, como imagino debe haber sido cuando Neruda recibió el premio Nobel.

Chile debió ser una fiesta y no lo pudo ser. Y no lo será tampoco de aquí al 4 de septiembre, no nos dejarán.  Pero podemos desde ya comenzar a preparar la fiesta que inevitablemente tiene que llegar. La noche del 4 de septiembre, les guste o no la música, tendremos una fiesta

Chile debió ser una fiesta y no lo pudo ser. Y no lo será tampoco de aquí al 4 de septiembre, no nos dejarán.  Pero podemos desde ya comenzar a preparar la fiesta que inevitablemente tiene que llegar. La noche del 4 de septiembre, les guste o no la música, tendremos una fiesta. Aunque no les guste nuestra mesa del té club con comida simple pero generosa, tendremos una fiesta. Aunque por su temor ancestral les suene más a un Malón que a un festejo, tendremos una fiesta. Aunque no quieran participar de ella y traten de aferrarse a lo que poco a poco se les desvanece de las manos, tendremos una fiesta.

Chile debió ser una fiesta hace rato. Llegó el momento de que lo sea. Comienza el 4 de septiembre de 2022, todos y todas invitadas

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