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De lo fugaz y de la esperanza

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Cuando escribo este texto me encuentro en un momento de mi propia existencia que, en lo emocional, podría calificar de complejo. Los días que salen al encuentro cada mañana, lo hacen con incertidumbre e indolencia. Socavan esos valores de buena crianza como el respeto, la lealtad y gratitud; dejando, al final, una extraña estela de realidad hecha de abandonos e inalienables libertades. Siendo así, uno queda en condiciones de apreciar fenómenos que continuamente nos son como ajenos: el paso del tiempo, nuestra vulnerabilidad, lo efímero.

Los momentos que acunaron belleza, serenidad o amor se difuminan en la arena del inagotable reloj, he ahí lo efímero. En la obra de Goethe, Fausto, es tentado por Mefistófeles al rejuvenecimiento con sus placeres y privilegios, a cambio de entregar su alma. La magia de la juventud se romperá, acordaron, cuando el anciano pidiese la detención del tiempo. Como buen drama, tal momento llega en manos del idílico amor y Fausto debe cumplir al acuerdo.

Este pacto desgarrador que busca hacer eterna la armonía, se parece a las mil formas en que nuestro espíritu trata de escabullir a su inexorable destino; no sólo el de vida y felicidad, sino también su contraste; y frente a ello, emergen las ilusiones que inventan consuelos, que pergeñan el más allá de las religiones, o los platónicos universos repletos de ideas perfectas, e incluso la reencarnación de un alma que se sueña inmortal.

Pero habrá una vana espera de señales para su soñada concreción. Sólo queda el peso de aquella otra evidencia, que sí se puede observar, aunque esquivemos la mirada: el paso de los días que corren y nos recorren, ni las medicinas con sus tratamientos aliviarán el lento y seguro caminar del tiempo.

Sí, todo es efímero. Un recuerdo. El espíritu aventurero nos llevó a mochilear más de mil kilómetros. Con Anyeli, mi hermosa mujer, iniciamos el viaje en calidad de amigos y encontramos en la ruta que nuestros destinos se cruzaron para siempre. Cada día y cada paso de esas semanas a la aventura, con sus risas y miedos, los atesoro en el recuerdo. Pero esa dichosa experiencia se va diluyendo y, por cierto, a lo menos esa específica felicidad ya no es en el ahora de mis días, y no lo será jamás.

Cuando ese "otro" no tiene ni nombres ni apellidos, se alcanza un estadio superior que hace posible la co-creación del mundo y el resurgir de la esperanza.

Así las cosas, surge la imperiosa necesidad de hacer algo, y ante ello, puede hallarse la armonía en el silente y sobrecogedor crepúsculo, al inspirar ese húmedo e inconfundible aire sureño contemplando sus nítidos parajes, y aceptar el ahora, como son aceptados -con disfrute- los amargos tragos del mate. Todo lo que creemos y valoramos como propio, podría no estar más y eso, le da su valor en oro a lo que nos queda.

De la mano con esta alternativa, es clarificador y sobrecogedor, comprender al sujeto humano, en voz de mi maestro Juan Félix Burotto, como co-creador del mundo y, desde allí, predisponerse a tal dignidad. Pese a la fugacidad de la vida, moldeamos y -a su vez- somos moldeados por ese amasijo de hábitos y costumbres. El amor percibido, se refleja en el amor proyectado «al otro». Cuando ese «otro» no tiene ni nombres ni apellidos, se alcanza un estadio superior que hace posible la co-creación del mundo y el resurgir de la esperanza.

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2 Comentarios

franco mellado

Hermosas palabras mi gran amigo espero leer el siguiente, un gran saludo afectuoso.

Francisca bustos

Todo tan cierto, sólo disfrutar lo que nos queda… excelentes palabras de una excelente persona.