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Riesgos en el Frente Amplio: La forma también es política

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Hace pocas semanas, las vocerías del Frente Amplio (FA) anunciaron mediáticamente que -tras decisión de la Mesa Ejecutiva del mismo- se impulsaría dentro de su agenda legislativa la necesidad de que se instaure un sistema de elecciones que incluyese, de cumplirse los requisitos, una segunda vuelta electoral.

De la misma forma, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, deslizó críticas de fondo pero también de forma: una discusión así tenía que pasar por un espectro mayor que el de simplemente los y las representantes de orgánicas. Al poco tiempo -y sea o no consecuencia de dicha acción- se hizo pública una jornada de discusión abierta sobre la temática, que incluía al mismo alcalde y concejalías del Frente Amplio.

Esta situación, en su conjunto, merece más atención de la que -desde quienes militamos en el “frenteamplismo”- probablemente se le ha dado, pues devela una incongruencia preocupante tanto en la praxis como en el proyecto del FA.


El FA se ha intentado demostrar a sí mismo como una figura autosuficiente de las expectativas que posee su proyecto país. De esta forma, el discurso ético y estético del conglomerado ha sido efectivo y a la vez riesgoso

El FA irrumpe electoralmente el pasado año por sobre las expectativas que encuestas y “expertos” habían determinado. Los análisis que expliquen el por qué de dicha situación han sido recurrentes y de amplia literatura en distintos medios, donde una definición unidimensional resulta insuficiente. No obstante, de tales hay una idea -a pretexto de esta columna- que es preciso rescatar: las esperanzas que se radican en él de ser una alternativa al denominado “duopolio político” que ha gobernado Chile durante los últimos 38 años.

Ello, claro está, es carente de un contenido preciso. Se puede plantear la simpatía con la alternativa sólo desde una perspectiva populista, sin abocarnos en los contenidos eventuales que podrían diferenciar una de otra. Ahí existe un verdadero desafío para el FA: elaborar un proyecto no cortoplacista que, en la fragilidad de su unidad inmediata (que responde a objetivos básicos comunes), logre disputar la necesidad de la superación del modelo neoliberal, proponiendo a su vez un proyecto para Chile en todas sus matrices. El siguiente paso nos ubicará, probablemente, en distintas veredas.

Pero hay otra arista desde la cual se plantea aquella idea de “ser alternativa”: en la forma de hacer política. El pasado año, se intentó realizar un programa presidencial abierto: diferentes instancias se levantaron por todo Chile, propiciando la participación directa de quienes deseasen hacerlo. Alejándose de la concepción más ortodoxa de un partido chileno tradicional y su herencia organizacional jerárquica, se adoptaron figuras asamblearias, herederas -en lo más inmediato- de la organización estudiantil. Ellas impregnaban una forma distinta de concebir la política, centrándose en la participación directa con un mensaje que empoderaba a cada poblador o pobladora bajo la posibilidad de determinar su propio futuro. Se conformaron Grupos de Apoyo Programáticos, comisiones técnicas, frentes temáticos y “comunales”, en los cuales confluían militantes de las orgánicas pertenecientes al FA como personas independientes de las mismas. El eslogan de campaña fue enfático: “El poder de muchos” derivó en un programa mancomunado, “el programa de muchos”.  Además, ya existía una experiencia previa que excedía al mismo FA: El Pacto “La Matriz” logró ganar las elecciones municipales de Valparaíso propiciando una alcaldía ciudadana desde el trabajo mancomunado de distintas organizaciones sociales.

El FA se ha intentado demostrar a sí mismo como una figura autosuficiente de las expectativas que posee su proyecto país. De esta forma, el discurso ético y estético del conglomerado ha sido efectivo y a la vez riesgoso: trata de “una nueva política”, en desmedro de lo ejecutado por la otrora Concertación (o Nueva Mayoría) y la Alianza por Chile (Chile Vamos). Una de esas “nuevas formas” es la manera de construir organización y transformaciones. El riesgo, allí, es evidente: al plantear una posición que genera un binomio entre los buenos y malos de la política (por realizar una reducción simple, claro está) que centre demasiado protagonismo en la forma de desarrollar la misma o quién está más limpio que el otro, conlleva un el eslabón moral difícil de alcanzar. Quienes se autoreferencian como lo correcto son más susceptibles de, frente a cualquier falla, tener mayores costos.

Eso no implica renunciar a la manera de entender lo político junto a lo ético, más bien conlleva una necesidad revisarnos constantemente ante posibles disociaciones. Construir una ética que exceda, como mucha vez se planteó, lo únicamente centrado en el objetivo (una reversión de “el fin justifica los medios”, donde el horizonte estratégico revolucionario es ético en sí en tanto es necesario), y que comprenda que la manera en que ejecutamos la política es, precisamente, algo político y no sólo ético. Porque un gobierno requiere mayorías no sólo en el voto para efectivamente constituir como tal, o incluso parlamentarias, sino mayorías sociales.

Así, un modo de construcción política que sustraiga la potencialidad de una decisión de los componentes de un todo es un rechazo político a la incidencia de tales. Esa negación no es sólo hacia la figura de los y las independientes dentro del Frente Amplio, que conforman buena parte de quienes participan de los distintos comunales, sino que es la negación a los movimientos sociales, a unidades vecinales, a organizaciones políticas y comunitarias del territorio. ¿De qué forma puede el Frente Amplio volver a convocar mayorías sociales organizadas si las desprovee de su capacidad de incidencia? ¿De qué manera podríamos abocarnos al espacio de construcción popular si tenemos al momento de sumar el freno consistente en cercenar el que todo colectivo o individualidad pueda también decidir qué FA construir?

Cuando la Mesa Nacional o Ejecutiva del FA sustrae de los espacios de base la posibilidad de decidir, rechaza lo territorial no sólo excluyendo el potencial deliberativo de sus espacios con sus mismos integrantes, sino el que pueda desarrollarse el mundo social a través de él. Sin expresarlo, claro. Incluso de forma -demos el dejo de la duda- inconsciente. Lo otro, sería admitir que es plausible un discurso de invitación al mundo social organizado, pero desproveyéndolo de incidencia. En términos más precisos: apuntamos a ser la avanzada de la lucha social en Chile, pero sin sus luchadores y luchadoras. A no ser, claro está, que nos creamos los únicos críticos del ya citado duopolio, ignorando la organización poblacional que excede por lejos la data del mismo FA.

La realidad nos supera, entonces, con creces. Cuando se decide que el FA impulsará la posibilidad de una reforma en el proceso de elección de alcaldes para que se contemple la segunda vuelta, en lo efectivo no es el Frente Amplio en tanto cuerpo social, sino las directivas o representantes de los movimientos que en él están. El resto de los militantes -por más paradójico y triste que nos parezca- nos enteramos por la prensa, y debemos asumir la defensa de un proyecto del cual ni siquiera tenemos bagaje, claridad o convicción. Tuvimos que adoptar como nuestra una posición sin deliberación real, sin el debate estratégico que aquello ameritaba. La pregunta del para qué una segunda vuelta tiene una precedente: para qué queremos apostar a la elección municipal. Si en esa pregunta los distintos componentes de cada realidad comunal que desean trabajar desde y por el Frente Amplio no tienen voz, entonces nos hemos equivocado desde el comienzo en nuestro proyecto.

No se trata de ingenuidades, pues la forma más sencilla de desvirtuar la anterior posición es usar el paroxismo de pensar que cada decisión debe pasar por la más amplia discusión. Eso no es cierto. Un criterio de realidad nos llevar a pensar que aquello se transformaría en una burocracia que terminaría por hacer inhábil la política del FA. Se trata, entonces, de que dentro del mismo exista la suficiente claridad política para dar prioridad a la forma en que nos desarrollaremos (Congreso Orgánico) pues es imprescindible la organización para la política, de la misma manera de que exista la suficiente madurez para comprender que temáticas tan relevantes como la citada no pueden ser decididas sin quienes componen y dan vida día a día al proyecto, como también por quienes nos gustaría convocar.

Sin derrotismo, pues pareciera que olvidamos que el FA es un proyecto en construcción de una data poco mayor a la de un año, que requiere ajustes que probablemente sólo se generarán a partir de la crítica y el desencuentro. Pero sin condescendencia, porque no podemos a pretexto de nuestros tiempos, y menos de las urgencias -que siempre responden a posiciones políticas-, claudicar por culpa de nuestras formas a ser tierra fértil para la reconstrucción de ese proyecto popular que la izquierda se planteó hace ya un buen tiempo.

“Te invitamos a transformar Chile”, reza el encabezado del Frente Amplio. Materializar ello a través del encuentro de las distintas expresiones de lucha social de los territorios dentro del FA es un imperativo. Ser el FA una herramienta para su pueblo, y no sus integrantes una herramienta para los objetivos del FA. Porque la forma en que construimos también es política.

 

TAGS: #FrenteAmplio #Participación

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