Está claro, hoy más que nunca, que Chile responde a dos lógicas muy distintas: la de la élite y la de los de abajo. Está claro además, la nula posibilidad en el esquema nacional actual, para que la gran base social se exprese y se vea representada en una institucionalidad manejada y controlada por el gran capital.
A dos semanas de las elecciones, vale la pena echar una mirada a lo que estaría quedando como beneficio para los intereses populares. Quizás si nos vamos sincerando con lo que finalmente gana el pueblo, podríamos re-agrupar las fuerzas populares y tratar de lograr algo más contundente para el avance de las fuerzas sociales bajo el nuevo gobierno.
Está claro que los grandes ganadores serán los poderes facticos, el Imperio y el gran capital criollo y extranjero. Matthei probablemente será la sepulturera de la derecha rancia y anquilosada que se sirvió de las atrocidades de la Dictadura para asentar nuevamente su poder después de las épicas, pero transitorias, victorias del gobierno popular de Salvador Allende.
Bachelet, por otro lado, será la depositaria de las confianzas de la élite, el Imperio y los grandes capitales para refundar una dominación moderna, inteligente y de largo plazo, que acalle los gritos de justicia e igualdad levantados por las fuerzas sociales en los últimos cinco años. Los representantes de la gran burguesía y del imperialismo ya han impregnado el programa de la Nueva Mayoría con suficiente ambigüedad que justificara cualquier cosa en el próximo gobierno. El Partido Comunista ha aceptado su rol de ornato para que todo luzca relativamente progresista en sus maniobras ya predecibles para silenciar las reclamaciones populares.
Lo que se presenta como alternativas al duopolio, son, desde caudillismos mediocres probablemente diseñados en una ingeniería política para asegurar el control del duopolio, hasta la heroica, pero escasamente efectiva resistencia de la compañera Roxana Miranda. La coyuntura generada por el movimiento estudiantil para levantar una alternativa de ruptura en la persona de Marcel Claude, se desvanece gradualmente debido a la inhabilidad del candidato para comprender las proyecciones políticas de una táctica unitaria, de prácticas democráticas y verdaderamente populares.
En la práctica y mirando la cruda realidad, las fuerzas populares enfrentan la coyuntura electoral con la confusión de los llamados a no votar para deslegitimar una institucionalidad plenamente burguesa, mezclados con la actividad electoral de anteriormente validados líderes sociales que, dejando de lado sus organizaciones, se abocan completamente a un ejercicio electoral sin un norte claramente establecido.
Lo cierto es una expectativa vacía en cuanto al quehacer post-eleccionario. Desde un acto electoral que las fuerzas populares no lo asumen como propio, el camino adelante aún no se traza claramente por las organizaciones sociales.
Existen, sin embargo, destellos surgidos de la actividad electoral que debieran ser analizados por el movimiento social alternativo. Roxana Miranda ha colocado en el tapete nacional las reivindicaciones más sentidas del pueblo chileno y ha demostrado dramáticamente la lejanía de las élites políticas al verdadero sentir de la base social. La segregación social que divide a Chile en dos clases de ciudadanos, ya no puede ser más evidente y ya comienza a doler.
Está claro, hoy más que nunca, que Chile responde a dos lógicas muy distintas: la de la élite y la de los de abajo. Está claro además, la nula posibilidad en el esquema nacional actual, para que la gran base social se exprese y se vea representada en una institucionalidad manejada y controlada por el gran capital.
En las próximas dos semanas, las fuerzas sociales alternativas e independientes pueden y deben levantar tácticas y consignas para instrumentalizar el ejercicio electoral y generar condiciones más favorables para una lucha que debe continuar al día siguiente de la votación.
La unidad de las fuerzas y organizaciones populares es ahora, más que nunca, la orden del día. Las barricadas deberán levantarse a la diana del día después y una sola bandera, unitaria y de clase, debiera flamear en la vanguardia.
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