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La universidad ultrajada: ¿Dónde está su esencia robada?

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Se discute profusamente la calidad de la educación superior chilena, donde se enarbolan criterios de calidad centrados en números de profesores, infraestructura, índices de graduación y reprobación y tantos otros parámetros, importantes por cierto, pero siempre enmarcados en la visión de la universidad como centro de formación profesional al servicio del modelo de desarrollo. Se llamó a este hecho una universidad profesionalizante.

En esta atmósfera, la universidad como concepto, como alma, parece gemir ante el olvido consciente o involuntario del lugar que alcanzó en el pasado, producto de luchas prolongadas y heroicas de otros académicos y otros estudiantes y en otros tiempos, más preocupados del significado de la universidad y su rol social, que de su descripción operativa. Eran otros tiempos, cuando la universidad fue presa de burocracias académicas corruptas y centradas en sí misma, que impedían la renovación del conocimiento y la creación de nuevos caminos hacia las verdades que incumben a la esencia del hombre y la mujer contemporáneos en sus esfuerzos permanentes de construir un mundo mejor.

Fueron gritos como el de Córdova en los años 30, seguidos años después por los de de Valparaíso y de Santiago, casi unísonos resonando en los sesenta, pujando en un parto doloroso hacia una renovación del quehacer universitario, donde la libertad, la pluralidad y la diversidad de ideas fueran verdaderamente acogidas por instituciones autónomas y esencialmente democráticas, que posibilitaran la critica genuina en la creación del conocimiento y conceptos de desarrollo acordes con una sociedad en cambio permanente, ávida de justicia y libertad. Fueron luchas que al culminar casi en una erupción de esperanzas por una acción académica propositiva para una mejor sociedad, se aplastaron por la maquina cruel e inescrupulosa de aquellos que siempre verán en una sociedad crítica y provista de los poderes de la educación, su más vital enemigo.

El golpe militar fue una respuesta de los ricos y poderosos ante el riesgo cierto de perder prebendas centenarias que igualmente intuían, quizás con datos firmes dados por sus patrones en el imperio norteamericano, que el pensar democrático y creativo se podría tornar en la más peligrosa de las amenazas contra su dominación. La universidad fue entonces aplastada en su esencia. Se ultrajó sistemáticamente sus reencontradas características que hacían de ella tal mortal enemigo para una reacción forjada en la dominación del capital sobre el ser humano.

Su democracia se desplomó ante la fuerza de las armas que se representaban en interventores militares. Su pluralismo se desarticuló con la cárcel, el exilio y la tortura de los que rehusaban adorar los nuevos amos. Su esencia crítica se eliminó con los decretos militares y la sombra de los servicios secretos en sus aulas y pasillos. Su autonomía agonizó y murió ante la intervención barbárica de las fuerzas armadas primero y luego de los intereses corporativos que buscaban en ella un socio dócil a sus proyectos de acumulación capitalista mediante la mercantilización de la educación. Su vínculo con la sociedad fue cercenada con el descabezamiento de la actividad social y comunitaria por títeres y colaboracionistas y, finalmente, su libertad, esa amada libertad de pensar se mancilló con nuevos carceleros de la imaginación intelectual que, obedientes al señor capital, implantó la academia del liceo y del politécnico, abortando las herramientas para generar conciencia crítica en académicos y estudiantes.

La dictadura asesinó a miles de hombres y mujeres libertarios que enrojecieron las alamedas de la patria, pero también mutiló día a día la capacidad del pensar libre, autónomo y pluralista de las universidades que sólo permanecieron como nombre y carcasas de su pasado. El trágico devenir de las universidades de Chile continuó dolorosamente tras la llegada de una falsa democracia y de motivaciones alejadas de la búsqueda de la verdad y sólo unidas al interés de un mercado naciente. Nada de lo establecido a sangre y fuego por una dictadura militar y civil sanguinarias, fue removido por los nuevos ocupantes de claustros académicos ya esterilizados de debates, creatividad y conciencia de su rol social.

La reforma universitaria que se abortó con el golpe militar nunca más se recordó y su mención en momentos de recuperar espacios de libertad y autonomía universitaria, ha sido una anécdota abandonada en los traseros de los escritos de la historia universitaria chilena.

La democracia, la pluralidad de ideas, la libertad de opiniones, la autonomía y una relación íntima con la sociedad para contribuir al cambio social junto al pueblo, quedaron enlazados a los cuerpos inermes de las víctimas de la barbarie. La idea, preñada en ejercicios hermosos plenos de democracia, libertad y creatividad, que la universidad debe ser la conciencia crítica de la sociedad y debe estar alojada en los plexos mayores del organismo social, fue abandonada y conscientemente ignorada por los nuevos demócratas de los gobiernos post dictadura.

Y la universidad de la Concertación  se vistió con ropas adecuadas para esconder la traición a su misión y su vocación social. Los rectores, decanos y profesores se quedaron con las normas de la dictadura y la democracia no sólo nunca se imprimió en las nuevas universidades privadas, sino que se olvidó desvergonzadamente en las tradicionales.

En esta atmósfera, la universidad como concepto, como alma, parece gemir ante el olvido consciente o involuntario del lugar que alcanzó en el pasado, producto de luchas prolongadas y heroicas de otros académicos y otros estudiantes y en otros tiempos, más preocupados del significado de la universidad y su rol social, que de su descripción operativa.

La universidad pasó a ser un instrumento de apoyo al modelo de desarrollo económico y nada más. Todo lo demás sería subversivo y ajeno al nuevo Chile de mercado. Surgió la universidad docente, engendro que ocultaría la mediocridad y la irresponsabilidad de aquellos que urgían la aparición de nuevas instituciones que en su precariedad podrían aumentar la cobertura y con ello el mercado para la acumulación fácil de dineros provenientes al final del día, de todos los chilenos. La autonomía simplemente se ignoró y la reflexión académica se cambió por una cinta de producción en serie de profesionales ausentes de un espíritu crítico de la sociedad en que viven y sólo ansiosos de obtener la anhelada manivela para la movilidad social.

La búsqueda de calidad en la educación universitaria no podrá obviar la sustancia y esencia de lo que una universidad debiera ser para una nación libre, democrática y empoderada para el encontrar su propio destino. La Reforma Universitaria asesinada dos veces desde su cuna en los claustros de los años sesenta, demostró que el quehacer académico es mucho más que repetir año a año las mismas clases extraídas librescamente y ausentes de la revisión crítica que confiere el compromiso simultáneo con la búsqueda creativa del conocimiento a través de la investigación y la relación estrecha con los actores inmersos en el seno de la sociedad, a través de la extensión.

Las universidades en Chile, sean estas estatales, públicas o privadas, no podrán llamarse como tales si no acogen en su seno los nutrientes necesarios para transformarse en entidades al servicio permanente de la sociedad en su camino de perfección hacia la justicia, la libertad y la fraternidad. Deberán acoger y construir estructuras genuinamente democráticas para que el conjunto de la comunidad académica, docentes, alumnos, funcionarios y representantes de las fuerzas sociales decidan los senderos a seguir para asentarse en el seno y conciencia de la sociedad.

Deberán empapar tales estructuras con la savia del pluralismo y la diversidad para multiplicar su capacidad creadora. Deberán refrescar día a día sus menesteres con aires claros de libertad para decidir su genuina historia. Deberán cortar hilos visibles e invisibles que amenacen su autonomía para hacer de la subversión una fuerza renovadora. Deberán, con la humildad del artesano social, estrechar brazos con las fuerzas de la historia, para empujar siempre a la nación a lugares frescos y asoleados que permitan el florecer del quehacer humano.

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Foto: Wikimedia Commons

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1 Comentario

Felipe Villegas Celis

Me encanto el texto.
El conocimiento, el saber, no debe estar al servicio del patetico empresario, hijo del capital inescrupoloso, chacal de valores humanizadores.
Y aún hay más… hay una realidad que provoca tristeza y discordia, y que esta reduciendo todo a un precio, como si la humanidad valiera un papel pintado.
Perros conspiradores los que despojan de humanidad a las personas; manipulables y predecibles. Falsas imágenes, ilusiones, que engañan a mi gente, en el fondo, como niños engañados.

Pluralidad, crítica, el amor y su biología, humanidad, interacción, razón, emoción, psicología y aprendizaje, psicología y sociedad, intriga, sembrar, sembrar, sembrar en las mentes y en los corazones. No avivar la codicia del falso status. Enseñar a las personas a cuidarse del poderoso, Enseñar que el conocimiento y los espiritus reflexivos son más poderosos, incluso que el dinero.

Educar es liberar.