El contexto actual es sin duda, para la mayoría de nosotros, un fenómeno sin precedentes y nos obliga a plantearnos cuestiones referentes a nuestro tiempo y por lo mismo nos empuja a una reinterpretación del presente. Esta reinterpretación conlleva, evidentemente, una nueva comprensión del nosotros, de aquel conjunto que formamos como sociedad.
Nuestro presente es el confinamiento y la enfermedad. Pero este presente se afirma sobre estructuras previas: un modelo de desarrollo extractivista, un desentendimiento del Estado respecto de las necesidades sociales, una élite político-económica separada de la ciudadanía y un incipiente movimiento social que busca la modificación estructural de la sociedad. Estas estructuras previas son, a su vez, la base de interpretación del presente, pues a través de ellas aparece la lógica de articulación de las decisiones referentes al confinamiento. Es decir, el presente no es un presente sin más, es más bien la consecuencia de un conjunto de factores que aparecen una y otra vez a través de los discursos y las ideas que se repiten sin cesar en el espacio político.Ahora el enemigo poderoso es la enfermedad y las medidas de presión utilizadas para reprimir las manifestaciones encuentran validez en la lucha contra el COVID
Un aspecto importante a considerar en este sentido es la modificación de nuestras dinámicas de relación. Las restricciones a las que obliga el cuidado de la salubridad pública nos llevan a prescindir de la ocupación del espacio público como marco generador de la interacción social. Por su puesto, esta restricción encontraría su justificación en el cuidado se la salud de la población y es por ello que, aunque atenta contra nuestras inclinaciones, es aceptada por la mayoría dado que se entiende la delicadeza de lo que está en juego: la vida y la dignidad de las personas.
Sin embargo, la pregunta que surge es hasta qué punto estas restricciones tienen por finalidad el cuidado general, pues lo que planteado en abstracto aparece como razonable, visto a la luz de las circunstancias se muestra como una prohibición con una finalidad distinta a la declarada. El punto fundamental para comprender esto es el uso del distanciamiento social como estrategia central para enfrentar la emergencia sanitaria. Una sociedad distanciada no es un ente capaz de enfrentar de buena manera una crisis de esta envergadura, antes bien es proclive a ser sometida a políticas que, buscando el cumplimiento de estadísticas generales, pongan en riesgo la salud de la población.
Entonces ¿por qué utilizarlo como estrategia? El distanciamiento era nuestra realidad antes del 18 de octubre. A partir de esa fecha comienza a articularse un entramado social con el objetivo de cambiar las condiciones estructurales del país y se visibilizan actores y proyectos que eran negados por la hegemonía política. De pronto se instaló en el ideario colectivo la necesidad de un cambio a la constitución derribando, de esta forma, el muro discursivo impuesto por la derecha en atención a que había que preocuparse de los problemas reales de la gente y dejar de lado las discusiones ideológicas que solamente importan a la élite. Lo interesante de este fenómeno es que, aparejado a lo anterior, se abrió también la posibilidad de la realización de una asamblea constituyente, lo que, por supuesto, genera recelo en la clase política y por lo mismo se vieron empujados a firmar un acuerdo que incluye este aspecto bajo el nombre de “Convención” y el plebiscito como mecanismo validador. Discusión aparte es el hecho de si una Convención y una Asamblea Constituyente son entes equivalentes bajo denominaciones distintas o no.
Así visto, el distanciamiento social apunta a la separación del entramado antes señalado. Vale decir es una estrategia de desarticulación del movimiento social bajo la excusa del cuidado de la salud. Este hecho se evidencia en la transmutación de la “normalidad” buscada con posterioridad al estallido social en la “nueva normalidad” como discurso predominante del periodo post pandemia. Ahora el enemigo poderoso es la enfermedad y las medidas de presión utilizadas para reprimir las manifestaciones encuentran validez en la lucha contra el COVID. La salud y el cuidado de la población no son el objetivo buscado. Son más bien elementos accesorios en el intento por mantener las dinámicas económicas y políticas ante el peligro del cambio.
Por ello en este punto resulta importante plantearse la correlación que existe entre el fracaso en el control de la pandemia y la estructura de nuestra sociedad, pues ha quedado en evidencia la desigualdad y la falta de protección que son los rasgos característicos de nuestro sistema. Las medidas adoptadas se fundamentan en una racionalización del comportamiento de la población en base a la idea de la mantención de un sistema político y económico que es insuficiente para dar una respuesta adecuada a nuestro presente. Por lo mismo el equívoco parece consistir en la mantención de un discurso de continuidad y en la ejecución de prácticas que tienen por objeto la vuelta a una normalidad anterior al estallido social.
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