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Proceso constitucional 2023

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Durante la mañana del pasado martes 07 de noviembre se desarrolló la sesión final del Consejo Constitucional, acto solemne que tuvo por objeto entregar la propuesta de nueva Constitución política al presidente de la República para que este llame al pueblo a pronunciarse a favor o en contra en un plebiscito convocado para el próximo domingo 17 de diciembre de 2023, así como también en dicho acto se disuelve esta histórica y polémica instancia, cerrando la penúltima fase del proceso constitucional 2023.

[texto_destacado]En esta oportunidad, que se esperaba fuera una instancia para resaltar las bondades de los acuerdos debatidos, del diálogo polémico o contradictorio, necesario y fundamental para cualquier resolución democrática de diferencias insoslayables o fundamentales como lo es la redacción de una nueva carta fundamental. Sin embargo, la presidenta del Consejo, Beatriz Hevia, aprovechó la instancia para remarcar las recriminaciones, la molestia de su sector político, por estar en este tránsito histórico, en esa “cita con la historia” (sic) y enrostrar de manera muy compuesta, altanera y soberbia, como si “la culpa” de vernos compelidos a enfrentar nuestras ideas y aspiraciones respecto a lo que una Constitución política debe contener para regir durante las próximas tres a cuatro décadas fuese algo indeseable, demostrando así que ella y su sector que son unos idiós y no unos zoon politikón, como argumentara Aristóteles.

El discurso de la ahora expresidenta del Consejo Constitucional lejos de conseguir unir y mostrar rostro amable a sus evidentes e íntimas convicciones a favor del proyecto constitucional que debió encabezar frente a las autoridades y al pueblo de Chile, obtuvo críticas de varios sectores sociales y políticos, tanto en el contenido de su discurso como en su disposición anímica al frente de esta ceremonia solemne.

Y ha sido criticada Hevia en el contenido de su alocución ante el pueblo y sus autoridades básicamente por declarar expresamente que este proceso y su resultado va dirigido a “[…] los verdaderos chilenos, los chilenos honrados y pacíficos, anhelan con esperanza, quizás sin saberlo, que se cierre este proceso constitucional. Esta distinción, que Hevia defiende señalando que solo ha citado un artículo de un periódico atacameño del siglo XIX, lleva intrínseca la visión o cosmogonía que comparten la expresidenta del Consejo Constitucional y su partido político, donde comprenden dicotómicamente a su realidad de forma que la consideran única, verdadera, bella, justa y buena (en el sentido aristotélico), y lo que se encuentre fuera de aquel margen, es decir, lo diverso a su concepto de lo bueno, lo bello y lo justo, no es ni chileno y menos deseable. En consecuencia, con justa razón surge la pregunta legítima respecto a ¿quiénes son los verdaderos chilenos y quiénes los falsos? Y de eso, ni Hevia ni su partido se hacen cargo, como es ya su costumbre.

Esta frase, y el grueso del discurso de Hevia, retrata lo que realmente fue este proceso constitucional para los grupos minoritarios en el Consejo, donde no hubo un efectivo debate o apertura a la discusión, donde los acuerdos transversales no necesariamente se comprende a todos sus miembros, donde la confrontación de ideas desde el Partido Republicano, mayoritario en este órgano deliberativo, fue en tono altanero y soberbio, sin ánimos de reconocer la rica diversidad política en Chile actualmente, forzando a Chile Vamos, o mejor dicho a los consejeros de RN y la única consejera de Evópoli a trasladarse hacia el centro para que, de ese modo frente al pueblo, los acuerdos fuesen percibidos como transversales.

Lo anteriormente señalado describe y resume la disposición anímica que con la que los consejeros republicanos, a quienes se les unieron alternada y sucesivamente otros consejeros de Chile Vamos, con honrosas excepciones, enfrentaron este histórico desafío, generando severas dudas respecto a que ciertamente hubo una apertura, diálogo efectivo y búsqueda de acuerdos. Y aún cuando hubo consejeras o consejeros de Chile Vamos que se abrieron a debatir, votaron disposiciones en contra impulsadas por los republicanos, todas las derechas acusan que quienes no quisieron dialogar fueron los consejeros de izquierda, en un extraño pacto al impulso de los republicanos se unieran en buscar sindicar a sus adversarios de las eventuales responsabilidades del fracaso del presente proceso constitucional, como ya majaderamente es su costumbre.

En caso alguno se busca deslindar las responsabilidades propias que se debe asumir en la izquierda en general, desde la más radical o extrema, si se prefiere, por su imposibilidad de; primero, articular una masa crítica más o menos uniformada (no necesariamente homogénea) que permitiera decantar en una plataforma sólida para la persuasión política y la defensa del proyecto de la Convención Constitucional y segundo, por la carencia de visión y madurez política de los liderazgos inorgánicos de esas izquierdas radicales (salvo el partido comunista) que no se abrieron a la persuasión en el grueso de materias que en el plebiscito la mayoría dijo no compartir el mismo punto de vista.

Asimismo, las izquierdas moderadas o más centristas deben replantearse su incapacidad de conectar y de representar a los indecisos o de reencantar a los desafectados, luego de los “30 años”, de los escándalos del financiamiento ilegal a partidos de dicho sector y a su evidente comodidad con la opaca y rígida institucionalidad, responsable de los grados de desigualdad formal y sustantiva tanto política como económica, base de la disconformidad manifestada en el denominado “estallido social”, y en definitiva la falta de coraje para la interpretación de las más sentidas demandas y sacudirse la pusilanimidad heredada de la “democracia de los acuerdos”.

Sin duda, los republicanos han apostado su orgullo en este proceso, pero ha sido una apuesta a ganador pues han entrado a la cancha con el resultado a favor en todos los ámbitos. Aun así, una derrota en el plebiscito (y dependiendo de cómo se de esta) es algo que buscarán vender muy caro, porque a pesar de que la izquierda ya ha sido derrotada, aunque no culturalmente como se sostiene en ciertos círculos de derechas, ya que demandas como salud, pensiones y educación (y que fueron levantadas durante el “estallido” de 2019) se encuentran dentro de las primeras cinco preocupaciones del pueblo según la encuesta CEP n°89 de julio de 2023, no sienten que tienen todo ganado, y por ello fueron por más en el Consejo y lo harán en el plebiscito.

Por tal razón se ha visto el despliegue económico del sector, para buscar llegar comunicacionalmente a toda la población, y al asimismo se observa la estrategia de buscar llevar el proceso eleccionario como una evaluación al gobierno para, de ese modo, impulsar desde el malestar contra la imagen del presidente Boric y su administración una votación favorable a la aprobación de su proyecto. Y si aquello fracasara, acusar de dicho fracaso tanto al presidente, su gobierno y a toda la izquierda, librando de ese modo; nuevamente, de toda responsabilidad propia en el desastre que de ello pueda surgir.

Las estrategias son obvias, así como las actitudes arrogantes en las derechas, fundamentalmente en los republicanos, donde ellos jamás equivocan el rumbo y siempre son los rotos, los pobres, los flaites, los comunistas, los otros distintos a ellos, los culpables de todos los males, y siempre tienen la excusa para exigir las disculpas a sus adversarios y adversarias, pero jamás encuentran las razones para que estos grupos encuentren la manera de; primero, evidenciar sus propios errores y; segundo, elaborar con honestidad las disculpas o solicitud de perdón por los daños causados.

De ocurrir el escenario del fracase del proceso constitucional 2023, evidentemente para las derechas la responsabilidad radicará en las izquierdas. Si ocurre lo contrario y el proceso es un éxito, las izquierdas también serán culpables de haber fracasado miserablemente, por discusiones bizantinas respectos a las formas de revolución política o transformación social y sus incapacidades de armar un frente sólido ante los únicos elementos que solidifican el frente de derechas: sus intereses económicos y el poder.

Como sea, la izquierda es, fue y será la culpable.

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