no hay espacio para jóvenes idealistas como Exequiel Ponce, Ricardo Lagos Salinas o Carlos Lorca, que con su decisión de “jamás desertar” nos interpelan día a día a reconstruir un Partido cuya tarea principal no sea la pura representación parlamentaria
En estos fríos días de junio con sus largas noches propias del estar ubicados al fin del mundo, la memoria, aunque frágil no se puede permitir dejar de recordar que hace cuarenta años fue detenida la dirección clandestina del Partido Socialista, que sus integrantes figuran entre los detenidos desaparecidos y es una de las causas que aún permanece sin identificar ni castigar a los culpables.
Por ello, resulta altamente valorable que el Centro de Formación Memoria y Futuro haya realizado un sentido y comprometido acto en homenaje a estos héroes de la resistencia y portadores de una convicción, compromiso y formación política difícil de superar en el concierto direccional actual.
Pero en todo acto de homenaje a nuestros mártires resulta inevitable que aflore la autocrítica, el asumir que en estos 23 años de democracia hemos hecho muy poco por insertar en la historia sus nombres, su obra, su legado político y en estos días habría que agregar: su sentido ético y moral de la política a toda prueba. Se trata de hombres y mujeres normales que asumieron un mandato histórico: pasar a la clandestinidad, reconstruir el Partido, insertarlo en el movimiento de masas, convocando a todas la fuerzas sociales, sin exclusiones, a incorporarse a la lucha antifascista (documento de marzo de 1974).
Que gratificante resulta constatar en estos tiempos que nada se hace sin dinero, haber tenido una dirección que encabezara un obrero portuario, cuyos integrantes eran muy jóvenes, que se desplazaban en micro, que alojaban en pensiones y cuya primera acción se expresó en la redacción de un documento con líneas orientadoras muy claras para la militancia. Su elaboración, revisión, discusión y distribución fue una tarea política heroica, no exenta de riesgo y de tal envergadura e impacto que la dictadura determinó su exterminio.
Cuando se pierde a un ser querido nos invade la pena, un sentimiento que sólo podremos superar cuando resolvamos algunas preguntas: ¿Qué dirían si estuvieran con nosotros? ¿Cómo juzgarían nuestras fortalezas y debilidades?
Queda claro al releer el documento de marzo de 1974 que la tarea del día sería la reconstrucción partidaria sobre la base de formar militantes y no un registro de afiliados que se empadrona cada cierto tiempo. Que el estudio, la formación teórica, “el análisis concreto de la situación concreta” impregnarían nuestra práctica social levantando organizaciones populares. Este documento llega a lo sublime cuando enuncia: “En la autocrítica debe participar todo el Partido y el objeto de la autocrítica es también todo el Partido. Hay que reconocer y corregir errores cometidos a todos los niveles”. ¿Cuánta entereza se necesita para que este propósito político se haga realidad, pero pronto?
El mejor homenaje que podemos brindar a nuestros compañeros de la Dirección de Exequiel Ponce es retomar el debate político interno, produciendo pensamiento propio, haciendo circular las ideas, elaborando y poniendo en acción una línea política única para el Partido y para la izquierda.
Ello implica abrir un amplio espacio a nuestros intelectuales, los formados en la academia y los orgánicos, para combatir las ideas opresoras que son muchas veces defendidas por los propios oprimidos. Porque se podrán tener fundadas críticas al documento político de la dirección clandestina, pero si estas no se expresan con rigor científico, primará la subjetividad, error que siempre nos llevará al voluntarismo, el que “desligado del análisis concreto de la realidad degenera en aventurerismo”.
Estoy dispuesto a aceptar que todo esto puede ser un sueño, que en el pragmatismo con que se mueven nuestros dirigentes actualmente, cualquiera sea quien gane, no hay espacio para jóvenes idealistas como Exequiel Ponce, Ricardo Lagos Salinas o Carlos Lorca, que con su decisión de “jamás desertar” nos interpelan día a día a reconstruir un Partido cuya tarea principal no sea la pura representación parlamentaria, a cualquier costo, sino emerger probos de las profundidades de un pueblo emancipado y victorioso.
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