La pureza volvió a la política. Los que quieren mostrarse puros y justos antes que cualquier otra cosa, repudiaron el acuerdo parlamentario para llamar a un plebiscito en abril próximo. Mientras unos dijeron que el problema era el quorum, otros señalaron que el hecho de que esto se haya hecho “de espaldas a la ciudadanía” era algo espurio, feo, hasta casi maligno. Había traición, repitieron todos en coro mientras se aplaudían por ser “consecuentes”.
Pamela Jiles, luego de varios días desaparecida, volvió a ponerse frente a las cámaras para decir lo que no le gustaba. En los pasillos del Congreso, ese enorme edificio que le parece malvado y espantosamente corrupto, señaló que ella estaba del lado de su pueblo, de esa gente que mueve su noble espíritu justiciero en búsqueda de triunfos abstractos, los que más bien son eternas derrotas concretas.
La diputada acusó de inmediato de traidor a Gabriel Boric por sentarse en la mesa con gente mala y fea. Sintió que era su gran deber apuntarlo con el dedo y así quedar, obviamente, como la defensora de quienes están en la calle. Era la gran oportunidad para salir en escena cuando su participación en el Legislativo ha sido más bien mediocre, llena de discursitos faranduleros y sin acción política real. Era el momento indicado para hablar de ella y nada más que de ella.
Jiles, en vez de conducir o politizar a una masa de individualidades- las que explotaron luego de años de presión de un sistema que es primordial cambiar-, prefirió prescindir de su rol político y no hacer nada al respecto. Por el contrario, solo se refugió en lo testimonial.
Si bien piensa acusar constitucionalmente a Piñera, lo cierto es que no ha trabajado para que haya un acuerdo tras esta. Solo le gusta repetir que lo va a acusar por las graves violaciones a los Derechos Humanos que hemos visto por estos días, pero para que la vean, la aplaudan, la feliciten y le digan que la quieren por su consecuencia.
¿Le convendrá realmente a Jiles esta acusación? Sería bueno saberlo, porque hay quienes prefieren vivir de fracasos que pretender siquiera llegar a conseguir algo. A lo mejor, si uno lo piensa, a la diputada le sirve más hacer como si hace cosas, que hacerlas realmente; quizás gritar a los cuatro vientos que acusará a Píñera, y que hay quienes no quieren hacerlo, da más réditos morales.
¿Cuándo se habría conseguido un plebiscito para lograr una nueva Constitución? Nunca. Porque, insisto, los triunfos morales son enormes derrotas reales.
¿Digo esto porque tenga algo personal en contra suyo? No. Pero creo que en días como estos lo que urge es dejar de lado las conductas que solo autosatisfacen el ego. Hoy estamos ante un momento histórico en el que debemos pensar un nuevo modelo político y social, y en el que las eternas discusiones al interior de la izquierda deben solucionarse con debates profundos más que con pataletas.
Es cierto, el diputado Boric firmó algo que su partido no aprobó, lo que puede llamar a cierta suspicacia y a condenar su poca conciencia de lo colectivo. Pero de no hacerlo, ¿cuándo se habría conseguido un plebiscito para lograr una nueva Constitución? Nunca. Porque, insisto, los triunfos morales son enormes derrotas reales.
Muchos podrán decir que el personalista es el magallánico y no Jiles. Pero pareciera que hay una diferencia esencial entre los dos personajes: mientras el primero es una voz disonante en su partido en un acuerdo por el bien común, la segunda teoriza mucho sobre este bien común, solamente para que la miren hablando de algo que no ha hecho jamás en concreto.
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