La revuelta social de 2019 ha sido uno de los hitos más relevantes que han acontecido en los últimos años en el país. Desde los medios de comunicación, tertulias políticas, think thanks y académicos/as han intentado producir un diagnóstico respecto a las causas de este malestar y las consecuencias del mismo. Así, de los argumentos más esgrimidos, por toda la anterior variopinta anteriormente mencionada, se puede decir que las causas de dicho malestar son las desigualdades groso modo, en todo orden de situaciones de la vida cotidiana: desde las pensiones, la salud, educación, salarios, etc. Dentro de esta amalgama de desigualdades, verdaderas, por cierto, también se esgrime la falta de derechos sociales o, más específicamente, la exigencia de que se respeten los derechos sociales, también, en todas las esferas de la vida cotidiana. Todo esto, subyugado a las consecuencias nocivas y perversas del “sistema” neoliberal imperante en todo el planeta, la falta de calidad de vida y la falta de dignidad, pues, son atribuidos al mismo. De esta manera, se presupone, o se esgrime a nivel discursivo mediático y desde casi todos los sectores políticos y, también, desde la Academia, que lo que la “gente” desea es cambiar de modelo.
Lo que quiero plantear aquí es una lectura crítica sobre los argumentos utilizados para comprender lo que sucedió el 2019. Mi impresión, tomando como referencias a los sociólogos/as Kathya Araujo, Danilo Martuccelli y el rector de la Universidad Diego Portales Carlos Peña, es que más que tratarse de que las personas quieran un “cambio de modelo”, lo que ocurre en Chile se trata de tres puntos importantes, que explicaré sucintamente:
1) El primero tiene que ver con el lazo social existente en este país, donde la demanda por una mayor horizontalidad y trato, independiente de origen, es transversal. Esto se relaciona con el proceso de democratización pos dictadura en el cual, precisamente, el ideario de justicia e igualdad construido, dista bastante de lo que se vive y se siente todos los días.
2) El segundo punto tiene que ver con la ambivalencia propia de los procesos de modernización capitalista donde, por un lado, nunca las condiciones materiales de existencia (y, por ende, uno de las fuentes de goce del “sistema”, el consumo) habían sido mejores, es decir, grupos sociales que antes no tenían acceso a prácticamente nada material, que solían ser bienes simbólicos de élite, ahora ya no es así. Pero, por otro lado, la sensación de desasosiego, de desesperanza de no pertenencia a ningún grupo social y de que los proyectos individuales de vida no puedan ser llevados a cabo por falta de apoyo institucional es abundando y cómo no, produce muchísimo malestar.
La situación del malestar social de Chile de 2019 no es que la “gente” quiera cambiar de modelo, sino que, hay que considerar una mayor democratización del lazo social
3) Tenemos las altas expectativas de vida generalizadas y el poco o nulo reconocimiento del ideario del mérito personal y, quizás, éste sea un punto muy controvertido en Chile. Las altas expectativas de vida, de los proyectos personales individuales, anclados en la idea liberal de que mediante el esfuerzo y la perseverancia se puede alcanzar un mayor bienestar personal y social, no se ven “recompensados”, no son reconocidos por los pares ni por las instituciones. Más bien, lo que impera son los “pitutos”, o las redes sociales de conocidos/as. En las sociedades moderas más equitativas, el mérito es una forma de dirimir quienes “merecen” estar o no donde están, no por el origen, sino, por lo que argumentamos, por su esfuerzo y capacidades personales. Pero, no obstante, aquello, tendría que existir una base de oportunidades mínimas para que ese mérito pudiese operar y en Chile ello no se produce.
Por lo tanto, la tesis y la reflexión que propongo es que la situación del malestar social de Chile de 2019 no es que la “gente” quiera cambiar de modelo, sino que, hay que considerar una mayor democratización del lazo social, las ambivalencias de los goces y problemáticas del sistema en el que vivimos y por el reconocimiento del mérito y el amparo institucional que deben tener los proyectos individuales de vida, que conlleva, también, a proyectos sociales colectivos.
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