La decisión de la Junta Nacional de la Democracia Cristiana de llevar la candidatura presidencial de Carolina Goic a primera vuelta, ha puesto a la Nueva Mayoría, desde una fase crítica, de desconcierto y recriminaciones mutuas a otra donde se aceleran las tensiones centrifugas que conducen a su rompimiento como coalición de centroizquierda.
«Cuando la mayoría de los expertos electorales recomiendan a las coaliciones conformar listas parlamentarias y candidaturas presidenciales únicas para maximizar escaños en el Congreso y obtener un triunfo en la elección presidencial, el Partido Demócrata Cristiano pretende actuar en solitario, movido por una pulsión retórica de “diferenciación”.»
La bajada de Ricardo Lagos de la carrera presidencial les entregó valiosas municiones al grupo de ese partido, Progresismo con Progreso, para imponer su tesis del camino propio y llevar a una candidatura en solitario a primera vuelta e incluso restarse a concurrir a la conformación de una plantilla parlamentaria única de la centroizquierda. Las consecuencias políticas de desechar las primarias, no sólo inicia el colapso de una coalición que pierde su cohesión estratégica, sino también se complica la agenda legislativa del Gobierno, debido a la tensión que se instalará en la coalición oficialista y el país tendrá que resignarse al congelamiento sine die de las reformas.
Sin primarias, se ha perdido una gran oportunidad de involucrar y reencantar a la ciudadanía en un tema político tan transcendental como la designación de una candidatura presidencial de la centroizquierda y deja, además, el campo abierto a la derecha para monopolizar la exposición mediática con la primarias legales que ese sector llevara a cabo, como también al Frente Amplio –en la eventualidad que éste obtenga las firmas requeridas- dejando sin visibilidad a Guillier y a Goic, pues todos los focos estarán centrados en esas dos consultas ciudadanas en los próximos meses.
Carolina Goic, en su discurso a la Junta Nacional, apeló más al chauvinismo partidario que a la racionalidad política para ratificar su postura. Se victimizó al acotar: “En esta últimas semanas algunos han querido acorralar a nuestro partido, nos han amenazado, nos han dado un ultimátum, nos han faltado el respeto”. Argumento ad hominem para desacreditar y culpar a los socios del pacto por el quiebre en que queda la Nueva Mayoría, excluyéndose de toda responsabilidad en el hecho. Tampoco mencionó la oposición enconada de parlamentarios DC frente a las reformas más emblemáticas del gobierno del cual forman parte.
Por otro lado, hace una invitación a la unidad de la centroizquierda «yo dije que mi opción eran las primarias, y lo dije con mucha franqueza, pero también señalé que se requería construir un camino, que requería ciertas condiciones; un marco programático, que marcara la ruta sobre la cual trabajamos en conjunto cuatro años”. Sin embargo, en reiteradas ocasiones, cuando se convocaron reuniones de la Nueva Mayoría para discutir los lineamientos programáticos para el próximo gobierno, los representantes del Partido Demócrata Cristiano se excusaron arguyendo problemas internos. Por tanto, queda la sensación de un mal argumento para justificar su rechazo a las primarias que antes propició.
También es contradictorio su llamado a “construir un acuerdo parlamentario y expresar su diversidad como una fortaleza, una coalición con base sólidas, que es capaz de construir mayorías”. Es poco creíble y rocambolesco pretender reconstruir un pacto y un affectio societatis, con un acuerdo de una lista parlamentaria única con dos candidaturas presidenciales. Ello solo es posible en un régimen político parlamentario donde los pactos de formar gobierno se materializan post elecciones generales, pero es imposible en un régimen híper presidencial como el chileno cuyas prerrogativas son enormes respecto a otros poderes del Estado. En un régimen presidencial las decisiones relacionadas al proceso programático, presidencial y parlamentario es un continuo. Cada parte, por ende, debe tratarse en forma conjunta y no en forma aislada.
Ser seducido por el enrevesado mundo de las confrontaciones identitarias y el camino propio es la clave para una franca migración hacia un eje distinto en que se ha movido los últimos 30 años ese partido, o sea, trasladarlo del espacio de la centroizquierda al área de una coalición distinta, con contenidos programáticos que reviertan las reformas estructurales emprendidas en este período, sin importar que eso lleve a la propia Democracia Cristiana a una derrota de proporciones, tanto a nivel presidencial como parlamentario.
El híper multipartidismo chileno, reflejo de una sociedad pluralista y fragmentada socialmente, indica que la gobernabilidad solo es posible mediante pactos que configuren una identidad política “común” con densidad suficiente para sustentar un proyecto de país en base a la diversidad social que se aspira representar, poniendo en el centro del debate lo que se entiende son consensos fraguados en la sociedad.
Cuando la mayoría de los expertos electorales recomiendan a las coaliciones conformar listas parlamentarias y candidaturas presidenciales únicas para maximizar escaños en el Congreso y obtener un triunfo en la elección presidencial, el Partido Demócrata Cristiano pretende actuar en solitario, movido por una pulsión retórica de “diferenciación”. Es a lo menos curioso, pues le entrega, inevitablemente, la agenda y el momentum a los sectores que aspiran a “una restauración mercantilista y conservadora que puede durar muchos años”, como lo expresó el mismo Ricardo Lagos.
Y, conducir a la epifanía al pacto de centroizquierda, al convertirlo en una experiencia visceral con todos los ingredientes de una comedia de enredos. Ya lo dijo Gracián: “La pasión es enemiga de la cordura”.
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