Según el historiador británico Laurence Rees “El poder del odio está infravalorado. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia positiva”. Es la estrategia desarrollada por el gobierno de Piñera y la derecha cuando atacan a la oposición con motivo de la aprobación por el Senado de la República de la acusación constitucional contra el ex ministro Harald Beyer.
Lo grave de lo anterior es que Beyer, debajo de esa capa de hombre afable, racional y aparentemente tolerante, nos mostró una cara completamente distinta a las que sus amigos del establishment nos quieren hacer creer: un académico con conocimientos superiores a cualquier otro en materias de educación; un liberal moderado (abierto al diálogo y que no se sitúa en los extremos de las ideas neoliberales); hombre de Estado, una figura providencial, acompañado, por cierto, de otros ditirambos muy característicos de la derecha chilena para defender a los suyos. Sin embargo, con motivo de la acusación constitucional, emergió la verdadera cara de Harald: su desprecio por la política y los políticos –solo por sus impugnadores-, su arrogancia y la intolerancia a la crítica, con una visión condicionada e hiper ideologizada del sistema educacional que la sociedad chilena debería tener, abriendo resquicios para imponer el lucro en la educación superior.
Al tratar de “demagogos” a los parlamentarios que presentaron y aprobaron el libelo en su contra y de “politiquería” las motivaciones de la acusación, demuestra una concepción bastante alejada de la moderación que uno espera de un académico. Se percibió más bien un vindicativo personaje, con una percepción maniquea de la política (los “buenos” son los que están conmigo y los “malos” los que me cuestionan).
Beyer y la derecha no asumen las culpas y responsabilidades propias y proyectan, por tanto, su frustración sobre sus adversarios políticos en forma de odio. Las declaraciones expresadas, tanto por Beyer (“El de Bachelet es un liderazgo de mentira”), como los de dirigentes y parlamentarios de derecha (“la guerra fue declarada”) nos indican, lamentablemente, que la emoción se impuso sobre la razón. En situaciones de controversias legítimas se espera que todos los actores muestren conductas positivas y no emerjan lo peor de las conductas de las personas.
El ex ministro de educación, calificado por sus acríticos seguidores como el “mejor ministro de educación” que Chile ha tenido, no supo interactuar en equilibrio con el movimiento estudiantil ni con el Parlamento, lo que deja sin fundamento argumentativo la hipérbole de “mejor ministro”. Su ideologismo en temas educacionales le impidió comprender y asimilar las circunstancias ambientales que están alterando la visión respecto al tipo de sistema educacional que se debe priorizar. Sobre todo, porque quiso hacer prevalecer su particular visión en forma intransigente y desechar las opiniones divergentes en este tema sobre todo un entorno social y político que exige un cambio de paradigma en este ámbito.
Cuando una persona se desconecta del entorno social y el instinto emocional se superpone a la racionalidad, predomina en su comportamiento un desacople con la realidad. Esta desconexión explica su negativa a considerar las demandas de los estudiantes y las declaraciones emocionales de Beyer posteriores a su destitución. La racionalidad del académico no pudo controlar y regular el lado de su emocionalidad.
Esperamos que la desconexión cerebral, entre emoción y la razón, experimentada por el señor Beyer estos últimos días sea solamente temporal ¿o funcional?, debido a la situación intensa como la que tuvo que pasar.
Finalmente, es conveniente que las personas que aspiren a ocupar altos cargos públicos, en la eventualidad de ser confrontados a cuestionamientos de esa magnitud, no permitan que el estrés los desborde y que mejor dejen aflorar la llamada inteligencia emocional sobre las emociones negativas.
También sería altamente valorado que los apologistas del ex ministro efectúen una autocritica y reconozcan que él no estuvo abierto a desarrollar comportamientos desprejuiciados para poder confrontar los desafíos de la educación chilena en todos sus niveles.
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