Mucho se puede escribir sobre Pamela Jiles y su populismo. Mucho se puede hablar de su forma de ver la política, basada en los valores de la constante confrontación farandulera, y lo que puede afectar o alimentar la discusión contingente. Lo que parece que no se ha tomado en cuenta es la figura de la “Abuela” y sus “nietitos”.
¿Qué son los “nietitos”? ¿Son ciudadanos, sujetos de derecho, o simplemente niños que esperan las dádivas de una gran madre? Lo último es lo que se subentiende del gran relato que ha construido esta diputada. Siempre que habla de ellos, se ve la intención de dejar en claro que son suyos; “mi pueblo”, “mi gente”, como si ella, en vez de ser una funcionaria pública que lucha por sus representados, fuera más bien la dueña de cierta gente y ciertas necesidades. No parece ser una relación de representación con personas conscientes, sino un paternalismo extremo en el que el sujeto político se difumina, dando paso a un ciudadano infantilizado que sólo debe confiar en el “incondicional” amor de la gran Abuela.Por más que se crea que hay algo revolucionario tras la figura en cuestión y las palabras que salen de la boca, lo cierto es que es la revolución de la farándula, ésa en la que todo era conflicto sin que hubiera uno real
¿Es eso democrático? ¿Es esa mirada del “pueblo” justa con cada individualidad y sus historias personales? El relato es más bien todo lo contrario. Es la prolongación de ese sujeto que fue construido bajo el sistema neoliberal imperante, aquel que espera recibir algo sin preguntarse cómo lo obtiene. Y eso no es politizar a las masas populares.
Por más que se crea que hay algo revolucionario tras la figura en cuestión y las palabras que salen de la boca, lo cierto es que es la revolución de la farándula, ésa en la que todo era conflicto sin que hubiera uno real. Harto emplazamiento, declaraciones de principios, pero todo nadando en un mar de irrelevancia que transforma lo sin importancia en lo fundamental. Hoy, con acciones lamentablemente necesarias y urgentes-sobre todo ante la nula inteligencia política de esta administración- como el retiro del 10%, pasa lo mismo. La acción, por más que se quiera ver como el comienzo del fin de un sistema, no es más que la sobrevivencia gracias a éste. Es pedirle al mismo sistema cuestionado que nos salve, por lo que, una vez más, aparte del evidente debate ideológico que subyace en cada discusión respecto al tema, la obtención del nuevo retiro solo fortalecerá las lógicas impugnadas.
Pero volvamos a lo de la relación Abuela y nietitos. ¿No es esta una relación desigual? ¿No es, en vez de una interacción entre representantes y representados, el uso de un poder menos evidente, pero no menos peligroso? ¿No es el uso del chantaje emocional, del “yo los salvé”, una de las peores maneras de querer interpretar lo que pasa en las calles? ¿No es también otra forma de tratar a los habitantes de Chile como desvalidos que recurren a otra persona de esa élite tan desprestigiada, sólo porque se viste con otras ropas que no la hagan parecer tal?
Todas éstas son preguntas urgentes para construir un relato de izquierda que pueda saber qué hacer frente a lo que colapsó. Y principalmente, que pueda hacer de los ciudadanos gente politizada, con conciencia histórica tanto del pasado como de lo que viene hacia el futuro. Eso lo masacró la cultura de la inmediatez neoliberal, en la que la persona está desolada, sola ante sí misma, sin una noción clara de la sociedad y el otro. Y los nietitos no son más que un resultado de eso, de esperar que alguien venga a saciar esa necesidad de seguir siendo lo mismo, sin cambiar nada.
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