El 21 de mayo estuve atento a la cuenta pública final del gobierno del Presidente Piñera. Sobre su contenido ya se ha escrito bastante y tengo la impresión que aún falta mucho. Quiero colocar unas letras al respecto.
Nada se dijo sobre quienes, en definitiva, deben colocar carne y sustancia a toda promesa u oferta de acción de política pública que se anuncie. Me refiero a que, su logro o no, de un lado, nunca ocurre por arte de magia y, de otro, las autoridades políticas no son las que se arremangan las mangas para hacer lo que se deba hacer.
Esta es la pega de los funcionarios públicos, es decir, según definición de la RAE, “Persona que desempeña un empleo público”. Ellos son los actores anónimos, siempre tras las bambalinas, que día tras día bregan por lograr que sus compatriotas, y ellos mismos, tengan en serio un mejor país donde vivir. A diferencia de los trabajadores del sector privado, su esfuerzo repercute en cada uno de quienes vinimos en el país, mientras que quienes sudan laboralmente en el sector privado, lo hacen para incrementar las ganancias de dueños particulares. Sólo en la oferta de empleo y en la lógica del chorreo, por los impuestos, repercute en el bienestar global nacional.
Los funcionarios públicos son personas que, aún al margen de su ideología política, se esmeran en hacer bien su trabajo. Saben que esto es importante. Saben que no da lo mismo hacerlo bien o hacerlo mal. Me ha correspondido trabajar con funcionarios que piensan (políticamente) como yo, y muchas veces también, con funcionarios que son total y absolutamente contrarios a mi forma de ver el proyecto país, es decir, la política y, en ambos casos, en el escenario del trabajo diario, ambos han desplegado sus mejores talentos, incluso para fines organizacionales que se alejaban de sus ideologías particulares. Así como la calculadora es la herramienta de gran parte de los líderes políticos, la honestidad laboral es la principal arma de los funcionarios.
Claro, como en todo ambiente, hay casos de funcionarios que ofenden con un desempeño mediocre que daña la imagen de sus pares y dan sustento a expresiones peyorativas que, como buenos chilenos olvidadizos de lo bueno, recordamos el agravio con la misma rapidez con que olvidamos cuando somos bien tratados.
Pero la inmensa mayoría de los funcionarios tienen y se merecen todo nuestro respeto y, por cierto, no pueden vivir ocultos por los esmeros fosforescentes de las autoridades públicas (ministros, subsecretarios, jefes de servicios, etc.) que se arrogan todos los méritos y, solo sacan a colación a sus colaboradores cuando se trata de buscar culpables.
Por eso mi molestia cuando veo que un presidente puede darle tres veces las gracias a su esposa, y olvida todo el tiempo, a aquellos que se la juegan porque sus declaraciones de éxito tengan ciertos visos de realidad. Los funcionarios se merecen un poco más de respeto. Sin ellos, cualquier gobierno no puede hacer nada.
¿Porqué saco el tema a la discusión? Simplemente porque me enteré de que dos ex compañeros de trabajo, uno de 62 años y, el otro, de 49, recientemente, se durmieron luego de su jornada laboral y ya no despertaron más. El corazón se les detuvo.
Y los funcionarios públicos no tienen indemnización, sus familias quedan con la pensión que hayan podido acumular en la AFP. Da lo mismo que tan eficientes hayan sido, para gloria de los líderes políticos, porque al final del día (o de la vida en estos casos) terminan casi como nacieron, desnudos de vestuario para sus familias a quienes cobijaban con su sueldo.
Los funcionarios públicos son personas que, aún al margen de su ideología política, se esmeran en hacer bien su trabajo. Saben que esto es importante. Saben que no da lo mismo hacerlo bien o hacerlo mal. Me ha correspondido trabajar con funcionarios que piensan (políticamente) como yo, y muchas veces también, con funcionarios que son total y absolutamente contrarios a mi forma de ver el proyecto país, es decir, la política y, en ambos casos, en el escenario del trabajo diario, ambos han desplegado sus mejores talentos, incluso para fines organizacionales que se alejaban de sus ideologías particulares
Este asunto me parece tan ofensivo como oculto en las estrategias o sueños de país pseudo casi semi desarrollado. Sólo quienes tienen la fortuna de trabajar en las fuerzas armadas, al menos tienen una respuesta más decente. Pero es la minoría al lado de los contingentes de funcionarios de ministerios, servicios y municipalidades. Por lo mismo el escándalo abusivo que son, hoy por hoy, las AFP, resulta mucho más duro para los funcionarios y eso, simplemente no resulta tolerable. Por el contrario, es impresentable.
Una cuenta pública es esencialmente una declaración de lo que se ha hecho con las platas que hemos aportado todos los chilenos. En este escenario, reconocer a los autores materiales, aunque sea con un simple “gracias” me parece un gesto mínimo de decencia política. Si hasta en la ficción, en el cine cuando concluye la película, aparece como letanía, todo el reparto de quienes algo tuvieron que ver con el resultado de la obra. ¿Porqué no, entonces, en la vida real?.
Muchas gracias, especialmente para Julio y para Héctor, dos ex funcionarios que honraban a los miles de trabajadores del sector público chileno.
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claugonzaval
Interesante columna de opinión; especialmente destaco la falta de protección para los funcionarios públicos regidos por el Estatuto Administrativo. En mi caso, trabajé para el Estado 10 años, soy administradora pública, lamentablemente no tuve derecho a indemnización. Se suele menospreciar al funcionario público, pero los aportes en materias de racionalización de procesos, gestión y políticas públicas debiesen ser destacados. La sensación que queda es agridulce, por no recibir agradecimientos; pero en la función pública, las personas pasan, y las instituciones son las que quedan
Carmen Letelier
Hugo, un muy gratificante reconocimiento a nosotros los funcionarios públicos y sobretodo a dos personas que en su momento lo dieron todo por un servicio público como el SENCE.
Gracias y un abrazo