El asesinato de un carabinero en la celebración del Día del Joven Combatiente, como es de esperar, ha generado múltiples interpretaciones. Algunas portadas, desde la vereda de la estigmatización, una vez más lo han llamado el Día del Joven Delincuente así creando una sensación de que todo el que conmemora esta fecha que recuerda el asesinato de dos hermanos en dictadura no es más que un acto de delincuencia.
Claramente lo que se recuerda en ese día es un hecho condenable en la historia de Chile, ya que es otra más de las salvajadas de un régimen que aún circula por nuestras cabezas y que está lejos de dejar de hacerlo. Las imágenes de asesinatos, torturas y represión de los actos de rebeldía en contra de un dictador que estaba destruyendo nuestro espíritu patrio para así instalar una patria más beneficiosa para algunos, claramente circulan por nuestro cuerpo y muchas veces lo toman y lo sueltan de manera fuerte casi como espasmos que controlan nuestra existencia, nuestra carne y condiciona nuestro futuro.Vengar a alguien en democracia tampoco lo es aunque suene poco popular, porque es hacerle el juego a quienes nos quieren violentos en vez de civilizados; a quienes tiran a las calles a grupos de uniformados de clase popular para que defiendan los intereses de una república que sólo algunos construyeron.
El problema es que muchas veces estos espasmos no toman en cuenta nuestro presente y cómo debemos construir ese futuro sin olvidar la historia, claramente. Ejercer violencia en democracia por un acto atroz sucedido en dictadura es no entender los procesos sociales y cómo afrontarlos. Es no saber que lo que se pudo hacer en estado de excepción bajo las metralletas y la desregulada violencia no puede hacerse en estado de derecho.
Tener conciencia histórica no consiste en vengar nada, sino en saber y conocer los tiempos en que se puede actuar y se actuó. Cometer delitos en un régimen democrático como si se estuviera combatiendo una tiranía, finalmente deslegitima lo que se busca poner en nuestras memorias y lo convierte en un simple capricho juvenil en donde algunos se creen dueños de una revolución que no existe, valiéndose de un hecho tan horroroso como el sucedido bajo la atrocidad cívico-militar que vivimos durante diecisiete años.
Reaccionar con la violencia no es la respuesta. Vengar a alguien en democracia tampoco lo es aunque suene poco popular, porque es hacerle el juego a quienes nos quieren violentos en vez de civilizados; a quienes tiran a las calles a grupos de uniformados de clase popular para que defiendan los intereses de una república que sólo algunos construyeron. Por lo mismo, para hacer más identificable esa república con todos hay que hacerla funcionar y establecerla como propia defendiendo la paz y las formas civilizadas de la que debe gozar un sistema que espera ir acrecentado su funcionar democrático.
Lo demás no es más que establecer una anarquía estéril-¿qué actuar anárquico no lo es?- y sólo colmar la sed de rebeldía infantilizada y de pasada-y sobre todo- destruir a una familia que pierde a su padre, esposo e hijo.
Para llevar a cabo ideas y tratar de defender procesos sociales o instalar en la memoria la brutalidad de crímenes, claramente la manera no es por medio de otros crímenes. Los contextos son importantes y para eso se requiere inteligencia y no imbecilidad revolucionaria. Los tiempos no están para revoluciones.
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