El debate por la reducción de 45 a 40 continúa y el gobierno no sabe cómo sacarlo de la discusión. Primero fue ignorándolo, luego metiendo miedo sobre los efectos, para terminar sacando una iniciativa de 41 horas pero con flexibilidad. Al interior del sector gobernante han aparecido voces disonantes con el discurso de La Moneda; algunos han adherido a lo propuesto por la diputada Camila Vallejo y criticado la actitud del Ejecutivo, creando así grietas que, tanto el ministro del Interior como el Presidente de la República, han intentado calmar sin mucho éxito.
En materia económica la situación no ha estado muy bien tampoco. Desde el empresariado han criticado la forma en que la administración de Piñera se ha enfrentado a lo propuesto por Vallejo; la idea de las 41 horas no les parece nada de inteligente y se ha llamado a dejarla de lado. ¿La razón? Debido a que un tema como este les parece preocupante a los grandes jefes, ya que lo que ha hecho es transparentar la mirada ideológica sobre la relación entre empleador y trabajador, dejando en evidencia que la mirada es siempre unilateral y no hay negociación justa cuando quien siempre gana es el que contrata. Es decir, ha hecho evidentes antagonismos políticos en el empleo en Chile, los que han querido ser invisibilizados recurriendo a la “modernidad” y a la “tecnología”, como si las relaciones inequitativas de poder no existieran.
Esto último parece muy interesante en días en que lo que es llamado “progresismo” ha estado más en la noticia por defender causas identitarias que ideas que se acerquen al trabajador y cuestionen las lógicas por las cuales se mueve la economía. Más aún cuando la oposición en general ha estado desparramada, debido a debates menores y sin importancia real, para así no embarcarse en un proyecto consistente y que proponga algo. Es más, me atrevería a decir que, a partir de esto, se podría comenzar a articular a una izquierda atontada por la hipersensibilidad que reina por estos días y que ha impedido que pueda hablar de estructuras.
Algo que no deja de ser relevante es que sea la exlíder estudiantil quien ha remecido la discusión en esta materia. Como lo hizo en educación el 2011, la diputada Vallejo ha tenido la astucia política para dejar en jaque a un sector importante del poder chileno, obligándolo a hablar cosas que se consideraban indiscutibles. Lo ha hecho, al igual que hace ocho años atrás, enfrentar las cámaras para argumentar por qué no se pueden cambiar ciertas cuestiones, regalándonos un show de desaciertos de la derecha que hasta parecen cómicos, puesto que nos muestra que acá más que argumentos técnicos para defender lo que existe, hay más bien un capricho ideológico.
No debe ser fácil para quienes creen ser dueños de la realidad y lo “posible”, que una vez más sea una política comunista la que venga a demostrar que no puede haber “consenso” cuando hay ciertas cosas que aún no se pueden hablar
Por más que se diga que es Michelle Bachelet la gran competencia de Piñera, lo cierto es que su gran pesadilla, y la de cierta centroizquierda concertacionista, ha sido Vallejo. Si no fuera por el movimiento que encabezó cuando era estudiante, tal vez nunca Michelle Bachelet se hubiera hecho cargo de ese inevitable despertar político de un sector que estaba adormilado por las lógicas transicionales. Y a lo mejor nunca el actual mandatario hubiera pensado en aceptar la gratuidad y agregar la técnico profesional debido a su decepcionante resultado en la primera vuelta presidencial.
No debe ser fácil para quienes creen ser dueños de la realidad y lo “posible”, que una vez más sea una política comunista la que venga a demostrar que no puede haber “consenso” cuando hay ciertas cosas que aún no se pueden hablar, y que no puede haber “acuerdos” cuando estos se basan solamente en lo que unos quieren.
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