El cambio, finalmente ha ocurrido, u ocurrirá . Uso el verbo ocurrir porque los terremotos, los vendavales, los tsunamis , todos esos fenómenos que alguna vez, en el mundo de los seguros se llamaban “actos de Dios” para eludir algunos pagos, no son causados directamente por la voluntad de los hombres.
Dirán que esto es un disparate porque el cambio de gabinete es, según lo establece la Constitución, acto exclusive de un solo hombre, el presidente de la República.
Éste es, precisamente, el problema. El cambio al interior de un gobierno que llegó al poder por su promesa de cambios del anterior sistema de gobierno, su famosa y ahora olvidada nueva forma de gobernar. Este cambio de gabinete ocurre porque una serie de fenómenos sociales actúan como si estuvieran concertados para causar un determinado efecto. Ocurren simultáneamente fenómenos tan distintos como Hidroaysen, toma de conciencia de las carencias de nuestra educación, la lentitud de la reconstrucción, el despertar de algunas regiones, el festival de abusos en el campo del crédito, la insatisfacción de los agricultores, los temores de que el cobre siga la lamentable senda de las sanitarias, los escándalos de Kodama y otros cuantos que se me escapan y que harían monótona la lectura por su extensión.
Da la impresión, pues, que el cambio de gabinete ocurre no porque el gobernante sienta la necesidad de que tal o cual nombre entre (o salga) de su gabinete, sino porque le parece una manera de aplacar los clamores que se desprenden la incompleta lista que mencionamos. Como aquellos cambios que los entrenadores ordenan en los últimos minutos para hacer tiempo o para “enfriar” el partido. De la misma manera, cada nuevo ministro cuenta con un par de meses en los que su actuar está en capilla, protegido de críticas porque, justamente, él está ahí para hacer bien lo que su antecesor estropeó.
También, tal como el jugador saliente recibe aplausos del público, los ministros que dejan sus funciones reciben del mandatario homenajes de compromiso y lealtad y el fracaso de su gestión ( más evidente en algunos casos que en otros) recibe un ecuménico y piadoso manto de silencio.
Esta es la ceremonia, el ritual con el que nuestro mundo político produce los cambios de gabinete. Nada hace pensar que aquel que se avecina, en el decir de todos los observadores de la política nacional, vaya a ser diferente. De paso, quiero decir que esto se está escribiendo a las once de la mañana del lunes , cuando todo es aún un rumor.
Nada indica, en cambio, que un gabinete nuevo vaya a solucionar alguno de los múltiples problemas que se perciben en el momento actual. Desde luego, no cambiará los rasgos de personalidad del gobernante y tampoco podemos exigírselo. Su carácter no será menos impulsivo, ni cesarán sus legendarias faltas de cortesía. El discurso no será menos frecuente ni menos dogmático. Su confiabilidad, que marca récords en las encuestas, tampoco aumentará. Sus fantásticos desatinos sólo disminuirán en la medida en que él decida cambiar las promesas estridentes y los anuncios rimbombantes por el silencio sabio de la prudencia.
Creemos que la demora de los cambios que estamos comentando se debe a que hoy por hoy, hay pocos candidatos que cumplan el perfil que el presidente cree necesitar. Una curiosa mezcla de historial limpio, buen prestigio, firme compromiso con los principios del gobierno ( sean estos cuales sean) y, sobre todo, lealtad a toda prueba. Todo esto, más una paciencia casi heroica para soportar frecuentes interrupciones, no pocos llamados de atención y unos cuantos raspones de pintura. Otro requisito no menor es el de una fantasía generosa en términos de interpretar la realidad para (no) confundir las legítimas expresiones de la juventud con un imprudente exceso, las necesidades de los damnificados con protestas injustificadas e impacientes; el lucro lógico y justo de quien trabaja en la educación con especulaciones financieras absolutamente inmorales; el combate contra la miseria con siniestras maniobras financiera que en otras latitudes conducen a la cárcel…
Así y todo, desde una posición claramente opositora, les deseamos a los nuevos ministros que tengan éxito. Que logren respirar el mismo aire que se registra en la calle( bastante contaminado, por lo demás). Que logren escuchar a través del estrépito de la calle, las voces que gritan los manifestantes. Que sepan establecer con los parlamentarios de la oposición , como también con los propios, un diálogo libre de dogmas, respetuoso y creativo. De manera que a través de ellos se pueda dictar leyes sabias e inteligentes, que nos acerquen un poco a la justicia que nos ha abandonado casi del todo.
Que así sea.
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