Hace dos años, caminando por la Universidad de Moscú junto al destacado académico finlandés Henrik Stenius, me comentó: “me tocó organizar en Finlandia la reunión de Michelle Bachelet con el mundo académico. Es una mujer excepcional”. Le pregunté: “¿por qué te parece tan excepcional?” y le agregué “entregó la economía del país más bajo de lo que la recibió”. Su respuesta fue iluminadora: ”Su excepcionalidad está dada por su vida y cómo responde a ella una vez que llega al poder. Es como Mandela. No se les mide por sus resultados mejores o peores en lo económico, sino por su significado”.
Me pareció que su aclaración destruye dos errores sobre la interpretación del liderazgo de la ex mandataria: es sólo marketing y cercanía.
Es una representación de la superación de un pasado de violencia encarnado en una representante del género que históricamente ha sido discriminado. Es un valor normativo-simbólico que implica pacificación e inclusión. Eso explica su durabilidad en el tiempo. La cercanía es accesoria.
Ello, sumado a que profundizó el carácter socialdemócrata que adquirió la izquierda de la Concertación con Ricardo Lagos. Éste último emprendió una necesaria modernización de la economía. Bachelet avanzó sobre lo realizado por él con un mayor acento social manteniendo, gracias a Velasco, la seriedad fiscal.
Si la centro-derecha busca desafiar con éxito a Bachelet, primero debe comprender su fortaleza. Es una muestra de extravío político creer que su liderazgo descansa únicamente en ser una “ciudadana común y corriente”. Al revés, no lo es. ¿Cómo así? Es una víctima de las violaciones a los derechos humanos, la primera mujer ministra de Defensa de nuestra historia y la primera Presidenta. Realizó un gobierno percibido como centrado en los grupos sociales más vulnerables. No buscó el revanchismo político. Ocupa uno de los puestos internacionales más alto a los cuales ha llegado chileno alguno. No tiene nada de común.
Dos de los padres de la ciencia política moderna, Maquiavelo y Hobbes, escribieron extensamente sobre la importancia de la simbología en la política. El orden político no podría descansar, solamente, en la ley y la fuerza coercitiva. Se requeriría generar respetabilidad y adhesión. El significado de personas, movimientos y la fuerza moral que se perciben en las ideas que les dan sustento, serían fundamentales. Por eso en una pugna por el poder, eso es una elección, no leer correctamente ese significado en el contrario, es fatal.
La derecha apuesta hoy a tres factores: Primero, la gente, repentinamente, reconocerá los logros económico-sociales del gobierno. Segundo, el 27/F dañará a Bachelet. Tercero, Golborne es tan simpático como la ex mandataria y además un ejemplo de emprendimiento. El gobierno no ha entendido que ese reconocimiento a su labor no se producirá si no enmienda aquello por lo cual se le reclama, y no ha ocurrido. Carece de una narración que dé unidad a sus ejecuciones.
El 27/F puede terminar siendo para la derecha lo que el intento de impeachment a Clinton fue para los republicanos: un fracaso, desde el momento que se percibe como una persecución.
Los atributos que ve la derecha en Golborne no contemplan que al momento de iniciarse la campaña, el ministro no sólo lo será de los “33”. Se incorporará a su significado el ser hombre del retail, de las tarjetas de crédito y sus cobros, de las termoeléctricas, etcétera. Esa vinculación, por la sensibilidad actual imperante, hará desvanecerse los valores de meritocracia que la Alianza ve en él.
Ese pasado chocará con uno de los puntos más fuertes del actual gobierno: la defensa al consumidor de los abusos empresariales.
Si la centro-derecha busca desafiar con éxito a Bachelet, primero debe comprender su fortaleza. Es una muestra de extravío político creer que su liderazgo descansa únicamente en ser una “ciudadana común y corriente”. Al revés, no lo es.
Los conflictos de intereses que han afectado al gobierno y la mala imagen de Piñera, han dañado las posibilidades de que un segundo hombre de negocios llegue a la Moneda.
Por el contrario, Longueira simboliza mejor la idea del sello social. Así como Allamand la de un centrismo de derecha anclada en valores democráticos y de inclusión. Ambos son reconocidos, transversalmente, como políticos “de peso”.
Adicionalmente, un buen candidato debe ser pensado no sólo en vista a ganar sino que además sobre la base de cuál asegura la permanencia de un liderazgo institucional en caso de una derrota. Golborne se parece demasiado a una versión Büchi 2.0.
La comprensión de Bachelet en cuanto a sus fortalezas, marcará las posibilidades de sus distintos desafiantes. Stenius tenía una claridad de análisis sobre ella que ha faltado.
Publicada en El Dínamo
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Foto: Óscar Órdenes / Licencia CC
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