Se afirma y se sostiene como lugar común en el discurso oficial, guiado por la unívoca pauta periodística de nuestra concentrada prensa duopólica, que el público, la masa, el vulgo o la gente, carecen de la sensibilidad o cultura para saber discriminar y elegir calidad de contenidos en la programación televisiva. Sin embargo, yo discrepo de este tópico y creo que hay mucho mayor sensibilidad en el espectador común que en aquellos bien remunerados ejecutivos, propietarios, potentados y mandamases del medio televisivo nacional. De hecho, creo que la tendencia programática hacia la frivolidad, la farándula, el cotilleo y la opinología, obedece a una extremadamente bien planeada y programada estrategia de muy antigua data.
Con el golpe de Estado, se produjo en nuestra televisión, como en todos los ámbitos, por lo demás, un cambio brusco y brutal que barrió con buena parte de sus protagonistas y dejó todo patas arriba en dicho medio. Sin embargo y a poco andar, se optó por lo obvio en un régimen autocrático, máxime cuando su líder tenía por paradigma al declinante caudillo español, como es el control total de la programación y su utilización volcada a la entretención y la desinformación.
En este contexto, se privilegió al tipo de conductor televisivo o showman vociferante, inculto, chabacano y vulgar que hemos conocido por décadas y cuyo pionero fue Mario Kreutzberger, “Don Francisco” y, simultáneamente, se desplazó, se invisibilizó o se descartó directamente al tipo de profesional reposado, instruido, de buen humor y entretenido del estilo de Patricio Bañados, la antítesis del anterior. Lo cierto es que Kreutzberger concentró tanto poder en el medio y en la sociedad sometida, que se transformó en un déspota paralelo y funcional al que gobernó el país por 17 años y bajo cuyo esquema se estructuran nuestra sociedad y sus instituciones en gran medida hasta el presente.
Tanto así, que tras el fin de la dictadura y después del triunfo del NO con el rostro de Patricio Bañados en el plebiscito de 1988, nuestra televisión permaneció en el mismo estilo nacido en dicho régimen de fuerza y mientras Kreutzberger siguió siendo un privilegiado del poder, Patricio Bañados sufrió de constantes acosos y censura en TVN, que acabaron en su despido y en el ostracismo en el que ha permanecido hasta hoy.
Kreutzberger y Bañados resultan especialmente paradigmáticos del quiebre en nuestra sociedad en lo que se dio en llamar la disputa entre los autocomplacientes y los autoflagelantes. Los primeros, los autocomplacientes, lograron una temprana hegemonía desde el inicio de los años 90, la que parece estar llegando a su fin. Esto se percibe en el rechazo ciudadano hacia toda una generación política que podría personalizarse en el cacique caído Camilo Escalona2, a quien los medios insisten mostrar, destacar y poner en pantalla, no obstante el placer opiáceo que suscita en la redes sociales la posibilidad de tenerlo en la diana.
Mario Kreutzberger, “Don Francisco”, a su vez, provoca un rechazo similar en las redes sociales cada vez que se invoca su nombre en alguna crónica o columna. Sin embargo, con Patricio Bañados ocurre exactamente lo contrario: su sola mención o la publicación de una columna suya, suscita una oleada de mensajes y comentarios de reconocimiento y nostalgia y la manifestación de deseo por su retorno a la televisión, a lo que quienes mandan continúan haciendo oídos sordos, mientras nos siguen inoculando mediocridad y culpando a la sufrida teleaudiencia de ello.
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